CAPÍTULO 40

GIULIA

Caí al suelo con el corazón en un puño, jadeando, con el cabello desordenado y los brazos adoloridos por la pelea. Frente a mí, el arma yacía en el piso. Mis ojos se abrieron de par en par cuando escuché la voz grave de Dante resonar como un trueno.

—¡QUIERO PAZ Y QUIETUD!

El silencio fue inmediato. Apenas podía respirar. Y entonces lo vi con claridad: no había sido Claudia, ni yo, ni Fiorella… había sido el arma de Dante la que se disparó.

La puerta se abrió de golpe y Marco y Riccardo irrumpieron en la habitación. Sus miradas recorrieron el desastre: muebles desordenados, ropa rota, sangre en los labios de Claudia y arañazos en mi piel. Con brusquedad, levantaron a las mujeres del suelo.

Dante dio un paso hacia mí y, sin dudarlo, extendió su mano. Dudé en tomarla, pero no tenía fuerzas para levantarme sola. Cuando lo hice, sentí el calor de su piel recorrerme entera, y ese gesto silencioso me hizo sentir más vulnerable que la pelea.

Claudia, con la boca ensangrentada, explotó
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