Cuando uno vive rodeado de silencios, aprende a escuchar las pequeñas vibraciones antes de que se conviertan en terremotos. Fafa soltó un hilo. No era la gran verdad, pero bastaba: tirando de esa hebra, se desenreda parte de la madeja.
Esa misma madrugada me senté en mi despacho mientras la ciudad aún bostezaba y dejé que el café caliente marcara el ritmo de mi pulso. Marco ya tenía sobre la mesa los resúmenes que esa hebra posibilitaba: nombres de contactos menores, transferencias discretas, un patrón que cruzaba Turín y una ruta secundaria hacia Marsella. Lo que parecía insignificante en la superficie era, en realidad, una puerta mal cerrada.
—Parece que alguien está usando la logística de siempre, pero con códigos diferentes —dijo Marco, señalando un mapa—. Rutas que cruzan por depósitos de confianza y cambian de número en la última milla.
Lo observé. Sus ojos me gustaban en momentos como ese: claros, calmados, sin el filo que me define. Marco es mi hermano por elección; su sangre