Narrado por Alessandro
La noche cae sobre la ciudad como una cortina pesada: cubre, oculta, ofrece posibilidades. Para la gente honesta, la noche es miedo; para nosotros, es trabajo.
Esa misma tarde habíamos armado el tablero. Marco me llamó a las ocho diciendo dos palabras que me llevaron de la calma al filo: “Lo ubicamos.”
No esperé más. Me puse el abrigo, me até los guantes, y salí sin ceremonias. Marco ya me esperaba en la salida del garaje, con esa expresión de siempre: media sonrisa, media preocupación. Confiaba en mis decisiones porque sabía que las tomaba para que no arrepintiéramos mañana.
—Centro —dijo Marco, corto—. Fafa está en el almacén de la calle Sforza. Lo tienen vigilado desde hace horas.
Fafa. Nombre simpático para quien cree que puede vender a su gente por unos billetes. En esta red, los nombres simpáticos duran poco.
Llegamos con discreción. Mis hombres estaban colocados donde los había pedido: sombras en las sombras, miradas con órdenes precisas. Me gusta que las