El sudor empapaba las sábanas de Lia cuando despertó abruptamente, respirando de manera irregular mientras su corazón galopaba ferozmente dentro de su pecho.
El calor que cubría su cuerpo era impropio del frío de la madrugada, se trataba de una fiebre haciendo arder su piel. Su cabeza daba vueltas mientras los mismos recuerdos de cada noche la perseguían. Sus manos temblaban y la debilidad se apoderaba de su cuerpo. Sus sueños se habían convertido en un enemigo que la mantenía despierta, inquieta y atrapada. —Mi niña… Lia dió un pequeño salto al escuchar la voz de su abuela Lydia. —Abuela —pronunció en un susurro—. ¿Qué estás haciendo aquí? Lydia se acercó a ella sentándose a su lado en la cama, observándola con un deje de preocupación. —Te escuché hablando dormida. Lia intentó ocultar que aquello la había inquietado. —¿Q-qué escuchaste? —No lo sé, no pude distinguirlo. La mirada de la abuela Lydia la detallaba con inquietud. Apoyó su palma en el pecho de Lia, sintiendo su acelerado palpitar. —No te ves para nada bien, niña. Estás ardiendo en fiebre y tu pulso no es normal, ¿qué está pasando? Lia apartó la mirada, en parte buscando evitar la mirada de su abuela, sintiendo que podría leer la respuesta en sus ojos. Intentó fingir tranquilidad pero no podía ocultar del todo la verdad. El lazo que la unía a Dorian se hacía cada vez más fuerte, y su cuerpo lo sentía como una llamada que no podía ignorar. Cada latido de su corazón parecía responder al suyo, y la necesidad de verlo la consumía de manera irracional. Lia negó. —Debo estar enferma, abuela. No debe ser nada grave —intentó restarle importancia. Se quitó las mantas para salir de la cama pero un mareo la atacó y apenas pudo permanecer sentada en el borde, intentando controlar su cuerpo y lo que le estaba pasando. La mirada de su abuela ocultaba años de experiencia, conocimiento y sabiduría, mientras observaba a Lia no podía evitar pensar que su estado se debía a algo más que una simple fiebre. Finalmente se apartó, pero su mirada dejó una sombra de sospecha que no desapareció. (***) Lia intentó volver a dormir pero su cuerpo semi inconsciente se removía sobre la cama mientras escuchaba aquella voz susurrar su nombre. Entonces, no pudo resistirse más. Finalmente cedió a aquello en su interior que clamaba regresar hacia el sótano, hacia él. Arrastró sus pies descalzos sobre la madera mientras se dirigía hacia las escaleras. Era de madrugada aún, todos dormían y un silencio sepulcral reinaba en la cabaña. Lo que estaba haciendo era arriesgado, sin embargo la necesidad de verlo era más fuertes que cualquier miedo. Al llegar al sótano, lo encontró encadenado igual que las noches anteriores. Su piel estaba más pálida que lo usual, su respiración se sentía forzosa y las heridas en sus muñecas habían sangrado. La tortura continuaba incluso cuando los cazadores no dañaban su cuerpo, pues estaban dejándolo morir de hambre. La debilidad lo reducía de cazador a presa. Aún así, había algo en él que se mantenía encendido como un incendio indomable. Era una fuerza silenciosa, que parecía llamarla sin palabras. —¿Me extrañabas, Lia? Dorian podía sentir cómo un abismo oscuro lo consumía lentamente, pero la mera presencia de la joven parecía traerlo de regreso del más lejano de los Infiernos. Posó su mirada cansada sobre ella, apenas pudiendo mantener sus párpados abiertos. Lia asintió. El calor de su fiebre no había mermado, por el contrato, parecía fundirse con algo más. Su corazón corría con fuerza, pero no podía detenerse en ese momento, no podía mirar atrás. Se acercó a Dorian y con manos temblorosas comenzó a abrir los grilletes de plata que lo retenían. Cuando Lia fué consciente de que lo había liberado, una mezcla de miedo y adrenalina empujó en su interior. Sobre todo al encontrarse con la mirada de Dorian, reflejando gratitud pero también… hambre. Él avanzó y ella retrocedió hasta quedar acorralada contra la pared. Los dedos de Dorian rozaron sus labios antes de deslizarse hacia su cuello, llevando su cabello hacia atrás. Una alerta se encendió en su interior, pero aunque el mundo estuviera ardiendo allá arriba, ella no se sintió capaz de abandonar la mirada de Dorian. Lia sabía cuánto él necesitaba de ella y no se creía capaz de negárselo. Dentro suyo también había despertado un deseo voraz por él. Dorian se inclinó, logrando percibir sus fuertes latidos y cómo su corazón bombeaba la sangre debajo de su piel. Lia se estremeció al sentir el roce del filo de los colmillos. Con delicadeza y precisión, hundió sus colmillos en la carne sensible del cuello de Lia. Sus grandes manos la tomaron de la cintura. Un gemido suave se deslizó entre los labios de la joven. El cuerpo de Lia tembló, consciente del peligro y de la intimidad prohibida que compartían. La sensación era embriagadora, casi sensual, y sin embargo, también mortal. Dorian gruñó contra la piel de Lia mientras bebía de su sangre, extasiado por el sabor que poseía. Sabía que la sangre del alma gemela de un vampiro era especial, pero nunca imaginó que fuera tan adictiva. Lia gimió, presa de la sensación tan embriagante, una mezcla de ardor pero también de algo placentero que crecía en su vientre. Relamió sus labios. —Ya es suficiente… Él también lo sabía. Estaba hambriento y la sangre de Lia tenía un sabor dulce que solo lo empujaba a tomar más y más, pero no quería dañarla. Podría obtener más de ella luego. Lamió los rastros de sangre sobre la marca que habían dejado sus colmillos en el cuello de Lia antes de apartarse solo unos centímetros. —Gracias, Lia —. La observó con intensidad y dejó una caricia sobre su mejilla. —No me has dicho tu nombre —murmuró ella. —Dorian —susurró casi rozando sus labios, pero se apartó—. Ahora debemos irnos. Lia asintió, sin ser capaz de encontrar su propia voz. Dorian la tomó de la mano para llevarla consigo hacia las escaleras. Subieron juntos siendo cautelosos. Lia observó la mano de Dorian aferrada a la suya y se sintió extrañamente segura. El leve ardor en su cuello y la sensación que se había quedado atrapada en su vientre le recordaban lo que ahora ambos compartían. Su corazón estaba atrapado entre el miedo y la fascinación, la culpa y la entrega. Cada sombra podía ocultar un cazador, cada crujido de la madera era una amenaza mortal. Salieron de la casa con cuidado, usando la penumbra de la noche como aliada. El aire fresco del bosque los envolvió, una mezcla de alivio y tensión que les hacía acelerar el paso. Dorian se encontraba como si las torturas de las noches anteriores nunca hubieran sucedido. Avanzaba con pasos imponentes y tenía una altura intimidante, un porte que destilaba peligro. Pero justo cuando sintió que el peligro inmediato había pasado, un grito rompió la quietud del bosque: —¡Eres una traidora! Lia se detuvo de golpe. —¡Lia está escapando con el vampiro!