Lia despertó con el repiqueteo incesante de gotas de agua en la piedra fría. Estaba en una cámara subterránea, húmeda y vasta, anclada a una columna de roca por cuerdas ásperas que le cortaban la piel. El aire era pesado, una mezcla terrosa con incienso y la espesa esencia de la magia ancestral.
—Despertaste justo a tiempo, hija —dijo una voz áspera y profunda, que resonó en el silencio de la catacumba.
—Padre —siseó Lia, tirando inútilmente de las ligaduras. El sonido de su propia voz era un eco de su impotencia.
Henry, su padre, se acercó a la luz temblorosa de los candelabros. En su mano, sostenía un cuchillo de obsidiana con un mango tallado con runas antiguas.
—Tu traición ha sido juzgada. La hija que crié para ser una cazadora, ahora es la portadora de la ruina —declaró Henry—. Sabes lo que conlleva el nacimiento del híbrido en tu vientre, esa profecía no puede cumplirse. No puedo permitir que traigas esa abominación al mundo y desates el caos.
—¡Es mi hijo! ¡Tu nieto! ¡Y mi am