Por un instante, el silencio que llenó el sótano se sintió palpable en el ambiente, la tensión era una chispa que amenazaba con desatar un incendio.
Dorian, encadenado, miró al cazador con la intensidad de un depredador acorralado, sus ojos grises encendidos de una fiereza que desafiaba incluso a la muerte. El corazón de Lia retumbó en su pecho resonando como un eco en sus oídos y un miedo primitivo se arrastró como un nocivo veneno bajo su piel. Un temblor recorrió el cuerpo de Lia cuando su padre Henry estrechó sobre ella su mirada cargada de rabia. Al verlo avanzar hacia ella, por inercia retrocedió un paso. Dorian se enderezó, como si aún encadenado y débil fuera capaz de liberarse y pelear para protegerla. —¿Qué diablos estás haciendo aquí, niña? —su tono fué severo y su aproximación una amenaza latente. Lia desvió la mirada al destello plateado del cuchillo en su mano, como si la amenaza no fuera únicamente para el vampiro a sus espaldas. —Nada, solo escuché ruidos y vine a revisarlo —mintió, intentando que su voz sonara segura para evitar despertar sospechas. Su padre clavó en ella su mirada de acero, dudando por un instante. Sabía que Lia no carecía de valentía, pero también que su impulsividad podía ser su perdición. —Si vuelves a hacer algo así, niña —su voz estaba cargada de tensión y una amenaza tácita—, no te gustará enfrentarte a las consecuencias, ¿comprendes? Lia asintió, sintiendo un escalofrío recorrerle la columna. Su padre mantuvo la mirada sobre ella un instante que se sintió como un siglo. Finalmente se dió la vuelta y salió, dándole una mirada mortal a Dorian, como si el vampiro no estuviera imaginando cómo sería someterlo a una tortura lenta y dolorosa. El eco de sus pasos alejándose vibraba en las paredes de piedra, como un recordatorio cruel de la prisión en la que tanto Dorian como Lia estaban atrapados. —Le tienes miedo —. El vampiro pronunció aquello como una certeza más que una pregunta. Lia lo miró sin responder—. ¿Acaso te ha hecho daño antes? —Eso no te incumbe —. Se cruzó de brazos. —No importa si no me lo dices, Lia. Sabes que lo descubriré. Y entonces le arrancaré la cabeza del cuerpo. Había una fiereza salvaje en su voz, un instinto asesino contenido en cadenas, pero a la vez teñido de una devoción que Lia no comprendía. Lia retrocedió al notar cómo aquellas iris plateadas comenzaban a teñirse de rojo. Dorian se dió cuenta que aquello la asustaba y tuvo la necesidad de hacer algo para evitar que se alejara. —No debes tener miedo de mí, Lia —aseguró con suavidad, sus ojos regresando a su color gris—. Eres mi compañera predestinada, Lia. Todo lo que tú sientas, también lo sentiré. Así como si muero… también lo sentirás. Y créeme, no será para nada agradable. Sus palabras parecían envolverla como un susurro nocturno, tan suaves como peligrosas, tan imposibles de creer como de ignorar. Observó a Lia con una mezcla de intensidad y vulnerabilidad. ¿Acaso acababa de admitir que ella era su punto débil? Lia retrocedió un paso, negando con la cabeza. Una mezcla de miedo, fascinación y confusión golpearon en su interior como una oleada salvaje. Lo que Dorian acababa de confesarle la había azotado como un huracán. —No… esto no puede ser cierto —continuó en negación. Pensó que si lo decía en voz alta las veces suficientes podría bastar para convencerse de que no era verdad. Dorian inclinó la cabeza y la observó detenidamente, con esa sombría quietud que solo un ser que ha vivido siglos podía tener. —Puedes negarlo todo lo que quieras, pero nuestro vínculo es real. Puedes intentar ignorarlo pero eso no hará que se desvanezca. Lia respiró profundamente y finalmente se volvió hacia él. Dorian la observó expectante. Cuando la vió acercarse a él fué como si algo muerto cobrara vida dentro de su pecho. Esa bestia que antes clamaba por sangre, ahora la quería a Lia. La joven se detuvo a escasos centímetros del pecho de Dorian, una duda danzando en su mente y reflejándose en su mirada. —Tócame, Lia —susurró él. La manera en que pronunció su nombre provocó un calor extendiéndose en el pecho de Lia. Una parte de ella obedeció esas palabras y levantó su mano hacia Dorian. El gesto fué lento, como si aún buscara tratar de resistirse. Una voz le decía que huyera, que estaba cometiendo un error, que estaba cruzando límites irreversibles, pero no era más fuerte que aquello que lo empujaba hacia él. Con delicadeza, posó sus dedos sobre su hombro. El roce le despertó sensaciones que nunca antes había experimentado, una conexión que no podía entender pero que la hacía temblar y desear más al mismo tiempo. Sus dedos se deslizaron hacia el pecho de Dorian, era apenas una caricia pero se le hizo percibir un pulso bajo sus dedos. Era como si algo dentro de Dorian hubiera saltado y se hubiera conectado con su propia sangre. Apartó la mano como si el roce la hubiera quemado, pero su mirada no abandonó aquél lugar en su pecho. —¿Lo sientes, verdad? Ese lazo… es nuestro. Buscó la mirada de Lia para que ella pudiera convencerse que no estaba mintiéndole, ni intentando engañarla o manipularla. —Daría lo que sea por poder tocarte —susurró, preso de la necesidad. Lia cerró los ojos un momento, tratando de calmar la sensación que la recorría. Intentó concentrarse en su respiración, en su entorno, en cualquier cosa que la mantuviera anclada a la realidad. Pero su mente estaba llena de su rostro, su voz, la intensidad de su mirada y ese latido extraño que parecía responder al suyo. La fuerza que la unía a él la abrumaba,, amenazándola con consumirla. Y lo peor de todo, es que sabía que no tenía escapatoria. —Puedes intentar huir, Lia. Puedes intentar negarlo. Pero no podrás escapar de mí… porque tú y yo somos una única alma. La frase resonó en su mente como un eco imposible de ignorar. Lia abrió los ojos, su respiración entrecortada, y sintió cómo un escalofrío recorría su espalda. Quiso retroceder, huir de la bodega y del vínculo que la ataba, pero una parte de ella sabía que no podría. Ya había sido marcada por algo que no comprendía. El aire mismo parecía conspirar contra ella, denso y cargado de un magnetismo oscuro que la ataba más fuerte que cualquier cadena. Y mientras sus manos temblaban y su corazón latía desbocado, supo con certeza que su vida ya no volvería a ser la misma, pues aquél lazo inquebrantable no era más que una advertencia de peligro inminente. Porque un lazo entre un vampiro y la hija de un cazador no era más que una promesa de destrucción.