La mirada de Craven sobresalía del resto mientras deslizaba sus iris carmesí por la figura de Lia, como si estuviera frente al más exquisito banquete.El salón la envolvió con un olor denso, mezcla de vino añejo y sangre fresca, un perfume dulce y nauseabundo que se adhería a la piel de Lia como una segunda sombra. Su corazón dió un vuelco mientras su mirada se deslizaba con temor sobre la escena donde una mesa se extendía como un río de madera oscura, cubierta con copas rebosantes de aquel líquido espeso que brillaba bajo la luz de los candelabros. Vampiros de distintas edades y jerarquías ocupaban sus lugares, cada uno irradiando un aura de poder inquietante. Y al centro, como siempre, estaba Dorian.El Rey mantenía la compostura de un depredador en calma, los hombros erguidos, la expresión serena. Pero Lia lo reconoció al instante. Detrás de esa máscara de frialdad había algo latente, una tormenta contenida. Y, junto a él, una mujer de piel nívea y labios carmesí inclinaba el cuer
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