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Capítulo 2: El tiempo y sus contratiempos.

2 años después, Talsha:

Sangre, polvo y muerte.

Eso era todo lo que había acompañado a Saija Belanor durante el último año.

—¡Princesa, los bárbaros se retiran!

Saija jadeó, con la espada alrededor del cuello de un miembro de las tropas enemigas y la cara manchada de sangre.

El tipo apenas se movió, como si la aceptación de su destino llegara con la retirada de sus compatriotas. Y la mano de Saija no tembló, cortando el pálido cuello y obteniendo una lluvia roja que empañó la armadura.

—Tomemos un descanso y organicemos la guardia nocturna —tiró el cuerpo a un lado y caminó alrededor. Su voz resonó a través de toda la costa—. Traten a los heridos y apilen a los fallecidos. Lo han hecho bien, soldados.

Los gritos de alegría no faltaron; puede que Talsha no perteneciera a los grandes países del continente, apenas una mancha en toda la geografía, pero tenía guerreros valientes.

Unos que morían cada día por defender sus tierras.

—Princesa —Esmer Kadin se acercó a paso seguro en su armadura. El emblema de la casa real resaltaba en ella—. Me alegra ver que estás bien.

—Yo igual. Esto es una locura —agregó Saija, abrazando al hombre por lo que parecieron horas—. No resistiremos mucho más sin la ayuda del Gran Consejo.

Esmer asintió, dejándola ir con un beso en la frente.

—Bueno, creo que tu padre lo consiguió —dijo. Ella frunció el ceño. Esmer sonrió—. Ve a casa, él te dirá todo.

—Debo quedarme aquí, Esmer.

—Yo lo haré —aseguró—. Tú ve a casa, un baño te hará bien. Eres solo sangre, sudor y tierra por todos lados.

Los hombros de Saija se movieron al compás de su risa.

—Y aun así me amas.

Esmer asintió y besó su frente una vez más.

—Como no tienes idea —ambos sonrieron—. Debes enjuagarte esa cara o nadie podrá reconocerte.

—Siempre tan lindo.

Y él rio, como si eso fuera todo lo que necesitara oír.

෴ლ෴

Saija escuchó a Esmer y dio las indicaciones necesarias antes de dejar las costas de Talsha, y con su espada en la funda y su caballo a todo galope, se dirigió al palacio.

Las calles habían cambiado con el paso de los meses, como si el manto oscuro de la muerte fuera todo lo que conocían ahora.

Saija recuerda la felicidad, los tambores y las risas, la fiesta y el sentimiento de tener una familia unida.

Pero la guerra le había quitado todo eso. Su madre y hermana estaban lejos, su padre enfermó y ella apenas estaba sobreviviendo.

—Bienvenida a casa, princesa.

—Gracias —sonrió al ver a la mujer gruesa y de cabello rojizo—. Te extrañé mucho, Babi.

Bárbara la abrazó con fuerza, como una madre que no ha visto a su hija en mucho tiempo.

—Me alegra saber que estás bien. Vivo con el corazón en la garganta cada vez que te vas —susurró, baja y emocionada. Saija se alejó y se enganchó en su brazo.

—¿Cómo están las cosas por aquí? —preguntó subiendo los escalones de la entrada principal del palacio.

—Todo bien. La señorita Marin ha hecho un buen trabajo evitando cualquier incursión al castillo.

—¿Dónde está padre?

—En el despacho —Babi sonrió y le tomó las manos—. Ve, te prepararé un baño y algo de comer. Debes estar exhausta.

—Eres la mejor —Y Saija no lo decía en vano—. Ya vuelvo.

Saija se abrió paso por los pasillos a paso seguro. El despacho de su padre estaba en el primer piso, al final del corredor derecho, y ella no tuvo problemas en llegar ahí.

Un grupo de soldados mantenía guardia en la puerta, saludando en cuanto la vieron y permitiéndole el paso.

—Lamento la tardanza —saludó y todas las miradas cayeron en ella—. Estuve un poco ocupada.

—Nunca llegas tarde, solo a tiempo.

Ella se acercó hasta su padre y le besó la frente, asintiendo a Daviana, quien discutía algo con un miembro del consejo.

—Esmer dijo que querías verme —susurró, quitándose la pechera—. ¿Todo bien?

—Lo estará pronto —Los ojos del rey eran dorados como el sol y su piel, pálida como la nieve.

Saija era la mezcla de sus padres: del ébano de la reina y la blancura del rey, con ojos verdosos y chispas doradas.

—Conseguimos ayuda.

—¿Del consejo?

Marcus negó.

—No precisamente —susurró—. Pero servirá. Finalmente terminaremos la guerra con los bárbaros.

Saija asintió, daría cualquier cosa por eso, por darle un poco de paz a su gente.

—Nuestro ejército está debilitado por las bajas, pero es capaz. Junto a nuestro aliado, acabaremos con los bárbaros para la caída del sol de mañana —aseguró Daviana, toda su atención estaba puesta en Saija.

—Lady Marin tiene razón —aseguró un señor mayor de piel oscura, su nombre era Jabari y era un anciano del consejo de su padre—. Pronto todo esto quedará atrás.

—¿Y quién es nuestro aliado?

—Una de las casas del noreste de Mortalvis —respondió el rey—. Deben estar por llegar.

—Creí que apenas habías hecho el trato —agregó Saija y Marcus rio.

—El líder estaba un poco ansioso al respecto.

—¿Y quién...?

El sonido del cuerno llenó todo el espacio y Saija miró a todos lados antes de ir a ver al balcón.

Por las calles adoquinadas se alzaba un pequeño ejército que ondeaba una bandera roja con un cuervo en ella.

¿Varkran? ¿Su aliado era Varkran?

Saija giró a ver a su padre.

—¿Es una broma?

—No —se movió en la silla como pudo—. Ven, ayuda a tu viejo padre.

Saija rodó los ojos.

—Tienes cincuenta y seis años —masculló y Marcus suspiró dramáticamente.

—Toda una vida; mis huesos lloran nada más recordarlo.

—¿Le pediste ayuda a Varkran?

—Sí, sí, ya lo sé, pero no tenemos muchas opciones, y tú vas a comportarte.

La mirada de Marcus era severa, él no estaba pidiendo nada, era una orden.

—Así será.

El rey respiró hondo e irguió toda su altura, y cualquier rastro de malestar quedó atrás en cuestión de segundos.

Saija lo siguió por los pasillos, acompañada de Daviana y el consejo.

—¿Cómo está?

—Tan bien como hace una semana —susurró a Daviana—. Si tanto te preocupa puedes ir a verlo.

—No quiere verme, Ija.

Saija frunció el ceño y la miró como si estuviera siendo demasiado estúpida.

—¿Y de quién es la culpa?

Daviana podría haber dicho algo más, pero Saija no quería oírlo. Ella siguió su camino y salió por la puerta principal, donde su padre hablaba con quien parecía ser el líder.

Saija había escuchado que el rey de Varkran era viejo, mayor que su padre. Pero las carnes que abrazaban esos pantalones de cuero definitivamente no tenían más de sesenta años.

Ella necesitó aclarar su mente, desviando la mirada hacia los soldados. Habían entrado por el este, lo que significaba que podrían haber dejado el resto del camino a las costas del norte.

—Le presento a mi hija, Saija Belanor —dijo su padre, y solo entonces Saija prestó atención al par.

El hombre había dejado el casco atrás y un rostro joven y atractivo le devolvía la mirada. Cabello castaño, ojos grises y piel dorada.

Saija se encontró apretando los labios con fuerza. No, no podía.

—Es un placer conocerla, princesa Belanor —se acercó, tomó su mano y la besó suavemente—. Mi nombre es Lucian Kirion Darach, rey de Varkran. Muy pronto, su esposo.

—¿Qué? —ella no podía respirar, mirando a su padre de soslayo y viéndolo asentir—. Tú...

Lucian se inclinó hacia adelante, tan cerca que Saija podía sentir el almizcle del sudor y el sol en su piel.

—Siempre cumplo mis promesas, compañera.

Y no había duda.

El hombre que había conocido hace dos años no era nada más y nada menos que un Darach.

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