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Capítulo 3: Inesperado reencuentro.

Una bofetada: eso fue todo lo que obtuvo Lucian de ella. Una bofetada, una mirada enojada y Saija entrando al castillo, destilando pura rabia.

Saija podía oírlo gritar su nombre y algunos de los presentes debían estar muy confundidos al respecto, pero ella no podía importarle menos.

Después de dos años, el hombre que había robado su corazón mientras conquistaba su cuerpo volvía a estar frente a ella.

Y era un Darach.

Ella se había acostado con un Darach.

—Saija.

—No me sigas.

Ella no estaba lista, por todos los dioses.

—¿Podrías dejar de actuar como una niña y escucharme? —preguntó Lucian, y ella se detuvo en medio del pasillo—. Oye, sé que estás molesta. No sé si por mi apellido o la demora, pero no puedes hacerme esto. Incluso tu padre aceptó mi ayuda.

Saija tragó en seco, girando lentamente hacia Lucian.

—¿Cómo una niña? —Su voz era puro hastío—. ¡¿Cómo una niña?!

Saija avanzó hacia Lucian como si fuera todo lo que necesitara para sentirse mejor. Y él sonrió, totalmente feliz.

—Maldito mentiroso —gruñó lanzando un puñetazo que fue esquivado con facilidad; sin embargo, Lucian no vio venir la pierna de Saija y esta le dio en el abdomen—. Hijo de perra.

—Debo aclarar que mi madre es una mujer muy respetable —susurró Lucian, inclinado sobre sí mismo, respirando a través del dolor—. Ya la conocerás.

Saija masculló con molestia, sin darle tiempo a recuperarse y lista para matarlo, pero Lucian fue más rápido y la lanzó al piso.

—¡Quítate! —pidió, pero él no lo hizo. Lucian la miró directo a los ojos, como si fuera algo importante y que había buscado por mucho tiempo—. ¡Déjame en paz!

—No puedo, Saija —acercó el rostro y besó su mejilla, suspirando—. No cuando finalmente te tengo.

Y ella no dijo nada, sobrecogida por las emociones que llenaban su piel.

Era como volver a esa noche: a los besos, los susurros y las caricias que se llevaron un pedazo de su alma al amanecer.

Lucian se acercó a su rostro, sin máscaras y conociendo la identidad del otro, pero provocando exactamente lo mismo que hace dos años.

Un profundo deseo de estar en sus brazos.

Y él la besó, lento y suave, con todo el cuerpo, en medio del pasillo lateral donde cualquier ojo indiscreto podría verlos.

Ella podría detenerlo, pero no quiso y solo se dejó llevar por lo que su corazón parecía pedirle a gritos.

Ambos se separaron jadeantes y Saija acarició el rostro de Lucian con la suavidad de un amante.

—La vida debe odiarme —susurró con una mueca triste en los labios.

—Yo no diría eso —Lucian sonrió—. Conseguiste un rey —pero la mirada de Saija no mostraba felicidad en absoluto. Era puro fuego—. Borra eso.

—¿Cómo me olvidaste los últimos dos años? —Ella sonrió, pero no había diversión en ello—. Las cosas no funcionan así, compañero.

—Y eso es una mentira —aseguró, inclinándose hacia adelante y tomando el rostro de Saija entre sus dedos—. No te borré, te escondí en lo profundo de mi mente con la esperanza de encontrarte.

Saija apretó los labios, apenas podía respirar.

—Te fuiste.

—Tuve que hacerlo —Y sus ojos decían cuánto lo sentía, pero Saija no podía creer eso.

—Han pasado dos años desde entonces, Darach —susurró—. Las cosas han cambiado.

—Nada ha cambiado —pegó sus frentes—. Seguimos siendo nosotros en ese cuarto. Tú y yo seguimos bailando en esa pista hace dos años.

—No, ya no lo somos —Saija lo empujó suavemente, agradeciendo que Lucian aceptara esta vez—. ¿Ofreciste ayuda a cambio de mi mano?

Lucian parecía tan orgulloso al respecto.

—Lo hice.

—Lucian —Saija suspiró, como si no pudiera creerlo, encontrando los ojos grises llenos de brillante diversión—. ¿Qué?

—Mi nombre... —susurró—, suena bien en tus labios.

—Eres increíble.

—Igual nos casaremos —dio un paso hacia adelante—. ¿Quieres vivir en guerra con quien pasarás el resto de tu vida?

Y Saija se detuvo, mas no giró.

—No voy a casarme contigo —aseguró—. No voy a vivir con miedo a morir en manos de quien me jure amor eterno frente al altar.

Lucian se lamió los labios, mirando al suelo como si sus palabras le hubieran dolido profundamente.

—No puedes culparme por eso.

Pero Saija no se quedó para escuchar más.

෴ლ෴

Más tarde en la noche, aseada, descansada y con la mente llena, ella caminó por los pasillos del castillo.

Con las antorchas prendidas, los candelabros iluminando las habitaciones y los corredores en silencio, Saija se acercó al despacho de su padre.

Ella tocó la puerta, esperando oír la voz desde el otro lado, y al entrar, su progenitor permanecía sentado en una silla frente a la chimenea.

Hacía calor, las temperaturas no podían calificarse de otra forma que veraniegas, pero ahí estaba el rey Marcus, arropado y casi temblando contra el fuego.

—¿Conociste a tu prometido?

Saija asintió en silencio, arrastrando una silla al lado de su padre. El cabello oscuro del hombre se había caído parcialmente y la piel que un día gozó de un brillo saludable portaba un toque cetrino.

No quedaba nada del hombre que fue, pero su madre aún decía que era tan hermoso como cuando lo conoció.

Saija no podía esperar a que regresaran: ella y Aaila.

—No puedo creer que me hagas esto —susurró, tomando la mano de su padre y recostando el peso de su cabeza al borde alto del espaldar.

Marcus sonrió, cansado y somnoliento.

—Estarás bien —asintió—. Siempre lo estás.

—¿Y tú lo estás? —preguntó—. ¿Te parece bien entregarme a la familia que asesinó a tu hermana?

Marcus no se inmutó en absoluto, él solo se encogió de hombros.

—Ese fue Héctor —ladeó el rostro hacia Saija—, y ha pasado mucho tiempo desde entonces.

Sabía eso, aun así.

Ella era la primogénita y había crecido para ser la reina de Talsha, no la esposa de alguien más.

Saija conocía un poco de la fama de Varkran, y más que eso, de los Darach.

Para ellos una mujer no servía para más que dar niños o atender al marido. Y llevarle la contraria al patriarca podría conllevar a grandes castigos.

«Pero es él», susurró su conciencia. «Esperaste un año por él».

Y eso ya no importa. Tenía cosas más importantes por las que preocuparse.

—No quiero casarme con él.

Su padre se quedó en silencio, mirándola con una mueca pensativa.

—¿Por qué es un Darach o porque te rompió el corazón?

Saija se irguió en su asiento, desviando la mirada a las llamas.

—Él no me rompió el corazón —su voz se quebró sólo un poco—. No pasó nada entre nosotros.

—¿Y por eso lo golpeaste frente a todos? —La voz del rey vibró en una risa y los ojos de Saija ardieron en lágrimas—. Ven aquí.

Él no tuvo que decirlo dos veces, Saija se sentó en el suelo y apoyó la cabeza en su muslo.

—Todo estará bien, Ija —Marcus acarició su cabello con cariño—. Eres una guerrera. Sé la mujer que tu madre y yo hemos criado. Confío en ti. ¿Podrías ayudarme esta vez?

—¿Pidió algo más?

Levantó la vista y miró a su padre, pero el rey suspiró y negó despreocupado.

—No, no lo hizo —aseguró—. Al parecer, eres todo lo que quiere. Y viniendo de un Darach, es algo digno de reconocer.

Saija sonrió, tomando su mano.

—Te quiero, papá.

—Y yo a ti.

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