Mundo ficciónIniciar sesiónSu madre fue asesinada y su hermana fue abandonada a su suerte en las calles. Diez años después, él regresó, no como el niño que ellos dejaron atrás, sino como el rey de la guerra, listo para hacerlos pagar a todos.
Leer másDe vuelta en el Miracle Avenue, Jaden disfrutaba de su almuerzo junto con Selena y su familia, aprovechando un momento maravilloso y de calidad familiar.Por un instante, todo fue normal. Pacífico. Entonces, el celular de Vane emitió un tono de llamada estridente y molesto.Vane se sobresaltó, casi tirando el tenedor. Extendió la mano hacia el celular, que seguía vibrando sobre la mesa. Un solo vistazo a la pantalla lo dejó paralizado.Entreabrió los labios.—¿Qué demonios? —murmuró—. ¿Elias?Ese nombre bastó para atraer todas las miradas en la habitación. Selena levantó la mirada con una ceja alzada. Nora se detuvo a medio bocado. Incluso Jaden, tranquilo como siempre, se limpió la boca con una servilleta y miró con calma hacia allá.Vane se quedó mirando el celular como si se hubiera vuelto material radiactivo.—¿Por qué carajos me llama ahora?—Porque entraron en pánico —dijo Jaden con suavidad. Su tono era bajo, pero ocultaba una firmeza de hierro—. Es por la píldora. Se lo dije. T
El profesor Harlan habló despacio.—La pastilla se desarrolló por primera vez hace más de cincuenta años —dijo con voz baja, firme y seria—. Fue creada usando nueve de los ingredientes más raros y exóticos conocidos en la medicina: hierbas silvestres que ya no existen, partes de tigre blanco, fragmentos de cuerno de rinoceronte, e incluso polvo de flor de luna cosechada durante un eclipse. Todo eso fusionado mediante técnicas que ningún laboratorio moderno se atrevería a hacer.Hizo una pausa y recorrió con la mirada las caras de asombro a su alrededor.—En ese entonces no había prohibiciones. Ni comités de ética globales. Ni protectores del medio ambiente. Si la naturaleza lo producía, lo usaban. Eso es lo que hacía a la Píldora Divina tan extraordinaria. Tan peligrosa, y tan milagrosa.La habitación quedó en silencio. Nadie se atrevió a interrumpir. La voz de Victor se hizo más profunda.—Los milagros tienen consecuencias. Después de que se completó el primer lote confirmado, las ley
Victor Harlan no esperó a la ambulancia.En cuanto Elias Verrick irrumpió en la sala contigua y le explicó la situación con frases entrecortadas y de pánico, el profesor ya se había puesto en marcha. Agarró su maletín del suelo, se abrió paso a empujones entre los invitados atónitos y corrió hacia el salón de baile.Para cuando hincó una rodilla junto al cuerpo desplomado, el ambiente en la habitación ya se sentía pesado. Las conversaciones habían muerto. La música se cortó, en la mitad de una nota. Decenas de invitados permanecían inmóviles, conteniendo el aliento, sin saber si presenciaban una emergencia médica o el fin de una era.Las manos de Victor se movían rápido; eran expertas, seguras, pero tensas por la urgencia. Le aflojó el cuello de la camisa a Xander Verrick, le revisó el pulso y luego pasó una pequeña linterna por cada ojo. Cuanto más trabajaba, más arrugaba la frente con preocupación.Tardó menos de un minuto. Y cuando se puso de pie, su expresión lo dijo todo antes de
Había sido un día vertiginoso para Jaden y los suyos, una verdadera montaña rusa emocional.Abandonaron el banquete de los Verrick con el estómago vacío y el corazón lleno de amargura, con la dignidad magullada por las burlas y el desprecio. Pero el destino tenía un sentido del humor retorcido. Horas después, se encontraron sentados a una mesa privada, sirviéndose plato tras plato de una comida tan exquisita que hacía que el festín del banquete pareciera sobras recalentadas.El ambiente era cálido, lleno de risas y el tintineo de los cubiertos. Por primera vez en el día, reinaba la paz. Quizás por primera vez en semanas, se sentían humanos de nuevo.La comida estaba perfecta. Cada bocado borraba un poco de la humillación que habían pasado. Y con cada sorbo de vino, los nudos en sus pechos se aflojaban un poco más. Jaden observó a su hija sonreír con salsa embarrada en la mejilla y, por un breve instante, el mundo dejó de girar.Pero mientras en una mesa encontraban alegría en la paz,
Jaden levantó su copa; el líquido rojo capturó la luz mientras la chocaba contra la de Morix Sable. Su voz era tranquila, pero cargaba con una autoridad silenciosa.—No quiero que me molesten cuando estoy comiendo con mi familia. ¿Entiendes lo que digo, Morix?La cara de Morix, ya encendida por el vino, se iluminó con una alegría casi fanática. Compartir un trago con Jaden era más que una simple cortesía: era estatus. Una bendición. Un momento del que probablemente presumiría durante los próximos diez años.—Por supuesto, señor. —Inclinó la cabeza, con una sonrisa respetuosa extendiéndose por su cara—. Fuerte y claro. Me aseguraré de que nadie interrumpa su tranquilidad aquí.Retrocedió de la mesa con una gracia ensayada, girándose hacia Jack antes incluso de estar fuera del alcance del oído de los demás.—Asegúrate de que nadie camine cerca de esta sección a menos que quiera perder un brazo o una pierna.De vuelta en la mesa, los platillos comenzaron a llegar con una eficiencia silenc
Carne de Wagyu a ocho mil dólares la libra.Caviar: treinta mil.Atún de aleta azul: nueve mil.Vane casi saltó de su asiento. Se le puso rígido el cuello y abrió los ojos como si acabara de ver un fantasma en el menú.—Estos precios... esto no es para gente como nosotros —murmuró, con la voz subiendo de tono por el pánico—. Ni siquiera deberíamos estar aquí. Vamos. Ahorita mismo.Se empujó hacia atrás desde la mesa, como si la silla de cuero se hubiera prendido en llamas.Morix Sable levantó una mano con calma.—Por favor, señor Verrick, tranquilo. No se preocupe por los precios —sonrió, suave y seguro, pero había una calidez genuina bajo la superficie—. ¿Cómo cree que voy a dejar que pague un solo centavo?Vane se quedó helado. Nora parpadeó un par de veces. Morix continuó, con voz orgullosa, casi reverente:—¿Entienden lo que significa tener al señor Rift y a su familia aquí esta noche? Esto... esto es un honor que ninguna cantidad de dinero podría comprar.Los miró.—Señor y señora
Último capítulo