El profesor Harlan habló despacio.
—La pastilla se desarrolló por primera vez hace más de cincuenta años —dijo con voz baja, firme y seria—. Fue creada usando nueve de los ingredientes más raros y exóticos conocidos en la medicina: hierbas silvestres que ya no existen, partes de tigre blanco, fragmentos de cuerno de rinoceronte, e incluso polvo de flor de luna cosechada durante un eclipse. Todo eso fusionado mediante técnicas que ningún laboratorio moderno se atrevería a hacer.
Hizo una pausa y recorrió con la mirada las caras de asombro a su alrededor.
—En ese entonces no había prohibiciones. Ni comités de ética globales. Ni protectores del medio ambiente. Si la naturaleza lo producía, lo usaban. Eso es lo que hacía a la Píldora Divina tan extraordinaria. Tan peligrosa, y tan milagrosa.
La habitación quedó en silencio. Nadie se atrevió a interrumpir. La voz de Victor se hizo más profunda.
—Los milagros tienen consecuencias. Después de que se completó el primer lote confirmado, las ley