Acuerdo de compromiso
—No, por favor. No sé de qué estás hablando. Este hotel se construyó hace diez años y nunca he visto ninguna caja de música —tartamudeó Derek, temblando visiblemente. Su frente estaba cubierta de sudor y sus labios temblaban mientras trataba de mantenerse firme frente a Jaden. —Pe... pero puedo pedir una inmediatamente. Solo dime de qué tipo la quieres. La conseguiré, te lo prometo.

Jaden lo miró fijamente, con una expresión calmada pero impenetrable.

—Hazlo —dijo con un tono lleno de frialdad—. Quiero la que reproduce canciones de cuna.

Derek asintió rápidamente: —S...sí... Sí, me encargo de ello de inmediato.

***

Mientras tanto, en la planta alta del hotel, dentro de una lujosa suite privada, se estaba llevando a cabo una reunión.

La habitación estaba iluminada, con un ambiente elegante y tranquilo. Cuatro personas estaban sentadas alrededor de una mesa de roble pulida: dos de ellos eran el señor y la señora Winston, con su hija Hannah sentada entre ellos, y la cuarta era una mujer de casi cincuenta años muy elegante, era Emilia Smith, la hermana mayor de Agatha Thornfell.

—Señor Winston —comenzó Emilia, haciendo un saludo ligero, con un tono suave y profesional—. Este compromiso es un gran paso, no solo para nuestras familias, sino para la misma imagen de Ravenmoor. Su hija, Hannah, es una de las jóvenes más admiradas de la ciudad. Y Derek, mi sobrino, es una de las estrellas en ascenso de nuestra generación. Juntos, formarán una pareja muy fuerte.

La señora Winston sonrió nerviosamente, mientras Hannah simplemente bajó la mirada. Sus dedos estaban apretados en su regazo, y no había sonreído ni una sola vez desde que comenzó la reunión.

—Debo disculparme en nombre de mi hermana Agatha y su esposo Lucian —continuó Emilia—. Están fuera de la ciudad, atrapados en un asunto urgente en el extranjero. Yo estoy manejando las cosas en su nombre y organizaré la fiesta de compromiso esta noche.

—Espero que eso no sea un problema.

—En absoluto —dijo Donald Winston, ajustando el puño de su manga—. De hecho, presidenta Emilia, es un honor tenerla aquí. Su reputación habla por sí misma. Ravenmoor la respeta.

—Eres muy amable —respondió con una sonrisa elegante.

Donald se volvió hacia Hannah, que seguía sentada con una expresión distante en el rostro.

—Hannah —dijo, con uns voz calmada pero firme—. Asegúrate de disfrutar tu tiempo con Derek. Sonríe más y muéstrate feliz. Eso es importante.

—Entiendo, padre —dijo suavemente, intercambiando una mirada silenciosa con él.

No necesitaba que le recordaran lo que estaba en juego. La familia Winston estaba ahogada en deudas y debían exactamente cincuenta millones. Su imperio estaba derrumbándose, y ya habían agotado la mayoría de sus contactos, suplicando por una ayuda que nunca llegó.

Hasta que Derek Thornfell mostró interés en ella.

Y con eso llegó su promesa de borrar sus deudas, si Hannah aceptaba ser su prometida, no habría romance aquí, ni amor. Solo presión y estrategia.

Y ella lo odiaba.

Hannah no quería casarse con Derek, ya que nunca lo había amado. Su corazón todavía se aferraba al extraño que una vez la salvó de un intento de secuestro. Ese hombre era un fantasma en aquel momento, sin rostro en su memoria, pero inolvidable.

Antes de que pudiera seguirse sumergiendo en sus pensamientos, la puerta se abrió de golpe.

Un guardia estaba allí, jadeando, con sangre en la manga.

—Presidenta Emilia. Hay un hombre abajo... Está causando caos. Destruyó las decoraciones, mató al gerente Alex, hirió gravemente al anciano Dusk... Y ahora está amenazando al señor Thornfell.

Todos en la habitación quedaron petrificados.

—¿Qué? —Emilia se puso de pie inmediatamente—. ¿Quién demonios es esta persona? Se arrepentirá de esto.

Incluso Hannah se sorprendió y preguntó:

—¿Hirió al anciano Dusk? Eso no tiene sentido. ¿Quién se atrevería...?

—Déjame manejar esto —dijo Donald, levantándose y metiendo la mano en el abrigo—. Este es el momento perfecto para demostrarle nuestra lealtad a los Thornfell.

Sacó una tarjeta gris, elegante, metálica, grabada con el escudo de la familia Winston.

—Toma esto —dijo, entregándosela al guardia—. Muéstrasela y dile que es una orden oficial de los Winston para que se rinda.

Los ojos del guardia se abrieron de par en par y aceptó la tarjeta como si fuera una reliquia sagrada.

—Una tarjeta gris... Sí, señor. Temblará cuando la vea.

Las tarjetas grises no eran juguetes. Simbolizaban estatus, legado, poder. Solo las Siete Familias de Élite de Ravenmoor las tenían, y aunque los Winston estaban en declive, su nombre todavía tenía peso.

—Agradezco su ayuda, señor Winston —dijo Emilia con auténtico alivio—. Gracias por intervenir.

—No es nada —respondió—. Ahora somos familia. Nos apoyamos mutuamente.

Hannah se puso de pie y dijo:

—Voy a bajar ahora, padre.

—Muy bien, cariño. No olvides lo que te dije —respondió Donald asintiendo.

Ella hizo un pequeño gesto y salió de la habitación.

Mientras bajaba las escaleras, todas las miradas se volvieron hacia ella. Hannah Winston era fácilmente una de las tres mujeres más hermosas de la ciudad.

—Guau, así que esa es la famosa Hannah Winston —susurró un invitado.

—Es tan impresionante como dicen los rumores —murmuró otro.

Pero la atención de Hannah estaba en el caos. El salón estaba destrozado y varios guardias gemían en el suelo.

—¿Qué demonios pasó aquí? —preguntó en voz alta, dudando que un solo hombre fuera realmente responsable de todo eso.

Luego, su mirada se clavó en Jaden y sus ojos se abrieron de par en par con sorpresa.

—¡Es él! —susurró.
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