Jaden levantó su copa; el líquido rojo capturó la luz mientras la chocaba contra la de Morix Sable. Su voz era tranquila, pero cargaba con una autoridad silenciosa.
—No quiero que me molesten cuando estoy comiendo con mi familia. ¿Entiendes lo que digo, Morix?
La cara de Morix, ya encendida por el vino, se iluminó con una alegría casi fanática. Compartir un trago con Jaden era más que una simple cortesía: era estatus. Una bendición. Un momento del que probablemente presumiría durante los próximos diez años.
—Por supuesto, señor. —Inclinó la cabeza, con una sonrisa respetuosa extendiéndose por su cara—. Fuerte y claro. Me aseguraré de que nadie interrumpa su tranquilidad aquí.
Retrocedió de la mesa con una gracia ensayada, girándose hacia Jack antes incluso de estar fuera del alcance del oído de los demás.
—Asegúrate de que nadie camine cerca de esta sección a menos que quiera perder un brazo o una pierna.
De vuelta en la mesa, los platillos comenzaron a llegar con una eficiencia silenc