Lía, por primera vez, mostró en su gesto una preocupación auténtica por el bebé. Aquello le alteró por completo el pecho a Adrik. ¿Realmente ella amaba a ese niño? Se puso de pie sin quitar la vista de sus ojos y, con un movimiento suave que casi le pareció propio de otro hombre, besó su frente y le acarició el cabello.
Ese gesto rompió a Lía. Empezó a llorar y a negar, consumida por la culpa. ¿Cómo había sido tan cruel como para decirle a su propio hijo que lo deseaba fuera de su vientre solo para herir a un hombre? Ahora todo le parecía un horror y quería desaparecer.
—No llores, gitana —murmuró Adrik con voz sorprendida—. Nuestro hijo está bien, igual que tú.
Lía lo miró entre sollozos.
—¿No lo perdí? —preguntó, temblando.
—No —negó él, con el alivio rompiendo su máscara.
―Gracias a Dios. —Se llevó la mano al vientre como si tocando el lugar pudiera confirmar que todo estaba bien—. Fui muy tonta… Lo siento, cariño. Lo siento. —Cerró los ojos con fuerza. La culpa la devoraba.