Capítulo 6: La Jaula De Oro

Atada, enjaulada y vigilada a toda hora. Así estaba Lía, después de rechazar la propuesta de Adrik Volkov y amenazar con hacerse daño para perder al bebé y conseguir su libertad. La culpa la golpeó casi al instante; no por él, sino por ese pequeño ser que no tenía culpa alguna de los pecados de su padre, pero el miedo y la desesperación podían volver cruel incluso al alma más dulce.

Adrik despertó con un suspiro. La había castigado: debía dormir a su lado y aunque dormía profundamente, lo hacía atada, sin forma de atacarlo ni de huir. Cuando él abrió los ojos y la miró, notó que ella ya lo observaba, con ese odio que se había ganado con creces.

—Buenos días, gitana —murmuró con una media sonrisa que buscaba provocarla.

—¿Cómo puede alguien tan atractivo ser tan repugnante? —escupió ella. La sonrisa se le borró al instante, esa mujer era pura dinamita—. ¿Puedes desatarme? Me estoy meando —añadió con descaro.

—Discúlpate primero —ordenó, con voz áspera. Le gustaba su carácter, pero nadie lo trataba así.

—Vamos, gitana, no me cabrees.

—¿O qué? —rio con ironía—. ¿Vas a nalguearme como la última vez? ¿O vas a decirle a tus sirvientas que me dejen atada mientras tú te vas a quién sabe dónde?

—¿Por qué no bajas la guardia, Lía? —gruñó, frustrado—. No te haré daño.

Se inclinó hacia ella, su respiración chocando con la suya.

—Llevas a mi hijo en el vientre. De mí no recibirás más que dos nalgadas cuando te portes mal… y una sesión de placer cuando me dé la gana.

—Ponme un dedo encima y te castro. —Su tono fue una daga.

Adrik sonrió de lado.

—No pensabas eso cuando despertaste conmigo saboreando tu dulce cuerpo.

Lía apretó los labios. No iba a darle la satisfacción de verla temblar, pero cuando su mano rozó su piel, su cuerpo la traicionó.

—Vamos, gitana —susurró junto a su oído—. Sabes que me deseas.

Ella cerró los ojos con fuerza, negando, intentando resistir el estremecimiento que le recorría el cuerpo.

—Solo mira cómo reaccionas a mí. ¿Por qué no lo haces más fácil?

—¡No seré tu puta! —gritó, entre rabia y vergüenza—. Déjame, por favor.

Pero él la conocía ya. Sabía leer su respiración, sus temblores, el modo en que su piel ardía bajo su toque y aun así, cuando ella gimió, no fue de placer, sino de impotencia.

—Eres un imbécil, violador —escupió al recobrar el aliento.

Adrik se incorporó de golpe.

—¡No vuelvas a decir eso! —rugió, furioso—. Puedo ser un hijo de puta, pero nunca un violador.

Lía lo miró con incredulidad.

—¿En serio? ¿Y cómo se llama meterte entre mis piernas mientras duermo? —le gritó—. Eres un violador y un secuestrador, Adrik Volkov.

Él apretó los puños, conteniendo el impulso de romper algo. Respiró hondo, negó y se alejó.

—Piensa lo que quieras.

—Ah, claro —continuó ella, venenosa—. Además de todo, eres un abusivo que me obliga a tener a un hijo que ni siquiera quiero. —Era mentira, pero necesitaba herirlo—. En cuanto tenga la oportunidad, me daré tan duro en el vientre que lo perderé, y me reiré al ver la sangre en el suelo.

El rostro de Adrik se contrajo. La observó con una mezcla de furia, dolor y desconcierto. ¿Cómo podía ser tan cruel y tan hermosa a la vez?

Lía cerró los ojos en cuanto él entró al baño. Soltó un sollozo mirando su vientre.

—Perdóname, mi amor… perdóname —susurró entre lágrimas.

Sabía que no sería capaz de lastimar a su bebé, pero estar cautiva la estaba destrozando por dentro.

Adrik salió sin dirigirle la palabra. Ni siquiera entendía cómo estaba conteniéndose. Cualquier otro en su posición habría reaccionado con violencia, pero él no podía, no con ella. Era la madre de su hijo y, aunque ella lo odiara, él estaba decidido a ganarse su respeto… o su amor.

—¿Le ha herido el ego otra vez? —preguntó Nikolai, arqueando una ceja al verlo salir furioso.

—Ojalá fuera eso —bufó Adrik—. Quiere perder al bebé solo para librarse de mí.

Nikolai suspiró.

—¿Y si la deja ir con la promesa de entregarle al niño?—. Adrik lamió sus labios con dureza. ¿Ceder? Jamás lo había hecho en su vida. —Quizá si se disculpa y le explica que actuó por miedo… ella lo entienda—. Insistió Nikolai, pero Adrik cortó la conversación.

—Vamos a la reunión. Quiero cerrar ese trato hoy. —Su voz recuperó el tono helado de siempre—. ¿Encontraste al traidor?

—Sí, jefe.

—Bien. Lo ejecutaremos frente a nuestro socio. Quiero que vea lo que pasa cuando alguien me traiciona.

Ambos salieron hacia la parte trasera de la mansión, donde Adrik acostumbraba a realizar las negociaciones “de bajo riesgo”.

Cuando Lía fue finalmente desatada, solo suspiró. Estaba presa, sí, pero en una jaula de oro. No la maltrataban, la atendían, la alimentaban, incluso la cuidaban… pero no era libre. Tres días habían pasado y no sabía nada de su amiga Chely. Tampoco había podido ir al hospital.

—Señorita —la mujer encargada de cuidarla, una dulce anciana llamada Lucía, entró con una sonrisa—, el desayuno está listo.

—Gracias, Lucía —respondió con un hilo de voz mientras se incorporaba—. No he dejado de vomitar. Es frustrante. —Acarició su vientre, entre miedo y ternura.

—Ya pasará, querida. Quizás el bebé solo tenga hambre —bromeó la mujer, guiñándole un ojo.

—Ve tú adelante, tengo que buscar algo —dijo Lía al llegar a las escaleras.

Lucía asintió.

—Te espero abajo.

Apenas la vio desaparecer, Lía echó a correr. Había estado observando cada rincón de la mansión y sabía que escapar por el frente era imposible, pero había notado movimiento constante de hombres hacia la parte trasera. Tal vez ahí…

—¿A dónde va? —preguntó uno de los guardias al interceptarla.

—Déjame en paz. Tu jefe dijo que puedo moverme por donde quiera —le respondió con altivez.

Ellos, sabiendo que tenían prohibido tocarla, se apartaron a regañadientes.

Lía corrió, sin mirar atrás. El corazón le latía con fuerza, la adrenalina la empujaba. Giró por un pasillo, vio una casa más pequeña y un portón lateraly sonrió, pero al doblar la curva… su sonrisa se desvaneció.

Allí, frente a ella, estaba Adrik Volkov, con los brazos cruzados y esa mirada dorada que parecía atravesarla por completo.

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