Capítulo 4: El Rapto

―Señor, será mejor que se siente para que puedan suturarle la herida. ―Chely mordió el labio, sin poder evitar mirar el cuerpo bien trabajado del hombre antes de cerrar la cortina―. Cielo, ya viene el doctor y una asistente, ¿vale? ―Le sonrió al pequeño paciente, luego tomó del brazo a Lía y la arrastró hasta la sala de insumos―. ¿Puedo saber por qué estás tan pálida? ―preguntó alzando las cejas―. Noventa y nueve por ciento de efectividad… uno de…

―Dios… ―susurró Lía, por fin respirando.

¿Por qué había escuchado esa voz? ¿Cómo podía estar embarazada? ¿Había tomado demasiado tarde la pastilla? ¿Qué se suponía que debía hacer ahora, cuando apenas empezaba su primer año de universidad?

―No puede ser… ―empezó a hiperventilar.

Chely le pasó una bolsa, abrazándola con fuerza.

―¿Qué piensas hacer? ―preguntó sin rodeos.

Lía cerró los ojos y apoyó la cabeza en el hombro de su amiga.

―No puedo tener un bebé ―negó entre lágrimas―. Apenas tengo para pagar mis estudios y las deudas del hospital de mi abuela.

―Ay, cariño ―Chiara la abrazó más fuerte―, con el corazón tan blando que tienes, dudo que seas capaz de interrumpir el embarazo.

Lía guardó silencio. Era una decisión imposible. No quería traer un hijo al mundo sin poder ofrecerle nada.

―Podría darlo en adopción… ―murmuró, en un hilo de voz.

Chely arqueó una ceja.

―¿Segura? Lo llevarás nueve meses en tu vientre. ¿Crees que podrás entregarlo después?

Lía tragó saliva. Sería un golpe brutal, pero no veía otra salida.

―No pienso matarlo ―las lágrimas se desbordaron―, pero tampoco puedo mantenerlo. Estudiaré embarazada y después lo entregaré. Solo… ayúdame a buscar una buena familia.

Chely la miró preocupada.

―Siento que estás acelerando la decisión. ¿Y si buscas al padre del bebé? Dijiste que tenía dinero. Quizás él podría hacerse cargo.

―No sé cómo se llama ―confesó avergonzada―. Fue un trato… un acuerdo. Solo eso. El dinero fue en efectivo, sin nombres ni promesas. ―Suspiró con cansancio―. Ya no estoy en Roma. Dudo que el destino vuelva a cruzarnos. ―Se puso en pie con decisión―. Mañana mismo subiré a obstetricia para pedir ayuda. Lo daré en adopción.

Chely la observó, sorprendida por su frialdad.

―A veces me asustas, Lía ―admitió en voz baja.

Lía le sonrió, aunque sus ojos seguían húmedos. Estaba acostumbrada a perder. Era más fácil no encariñarse con nadie. Su vida con Evelyn había sido suficiente, y desde que ella se fue, todo lo demás le parecía prescindible.

Adrik fue suturado entre gruñidos y amenazas. No quería quedarse quieto. Sabía que la voz que había escuchado era la suya.

Lía Morgan, estaba embarazada y llevaba a su hijo en el vientre. Sus miradas de cruzaron por un segundo, rápidas y no pudo apreciarla bien, pero sabe que es ella.

Nikolai apenas logró mantenerlo quieto el tiempo suficiente para cerrar la herida. Cuando el médico se retiró, Adrik lo fulminó con la mirada.

―Señor ―dijo Nikolai con tono firme―, Lía Morgan, diecinueve años, estudiante de Medicina, voluntaria en este hospital.

Adrik arqueó una ceja. El idiota ya la había investigado.

―¿Y qué esperas para traerla?

―No podemos hacerlo así como así. ―Nikolai echó un vistazo alrededor―. Esa amiga suya podría causar problemas, pero esta noche, señor, ella estará en la mansión. Lo prometo.

Adrik asintió con una sonrisa fría. Le habría encantado entrar y llevársela él mismo, pero por primera vez prefirió ser prudente. No podía arriesgarse a hacerle daño.

―Trátala bien ―gruñó―. Y asegúrate de que mantenga a mi hijo dentro de ella.

Nikolai asintió, ya lo tenía todo planeado.

Lía fue un desastre el resto del día. Derramaba líquidos, olvidaba muestras, confundía nombres. Su mente estaba en otro lugar. Esa fachada de calma que intentaba mantener era solo un frágil muro a punto de romperse.

―Nos vemos mañana ―se despidió de sus compañeros mientras salía del hospital. La noche estaba fría, justo como le gustaba.

―¡Dios mío! ―jadeó al ver a un hombre aparecer de repente frente a ella―. Lo siento, venía distraída. ―Sonrió nerviosa y aceleró el paso.

―Veo que olvidas rápido a las personas, doctora ―dijo una voz masculina a su espalda.

Lía se quedó inmóvil, era esa voz de nuevo… No podía ser.

―Para alguien tan brillante, eso resulta curioso, ¿No lo crees? ―añadió él, y su tono la heló.

Giró lentamente. El hombre estaba ahí, alto, de cabello rubio y ojos dorados, con una sonrisa que mezclaba poder y peligro.

―Hola, señorita. ―Su acompañante, un hombre de cabello oscuro y mirada fría, abrió la puerta de un auto negro―. ¿Le apetece un paseo?

―No. ―Retrocedió un paso―. No iré con ustedes, y si no quieren que grite, será mejor que se larguen.

El pánico la invadía sin entender por qué. Debería sentirse aliviada, ¿No? Él era el padre de su hijo y, sin embargo, algo en su mirada la hacía temblar.

―¡No, déjeme! ―gritó cuando Nikolai la levantó en brazos.

―Por favor, hágame la tarea más fácil ―pidió él, intentando no perder la calma.

Lía pataleó, arañó y golpeó con desesperación.

―¡Te juro que te arrancaré los ojos! ―gritó al verse dentro del auto―. ¡Déjame ir, por favor! ―Sus lágrimas se mezclaban con su rabia.

Intentó abrir la ventana y gritó con todas sus fuerzas.

―¡Auxilio!

Nikolai maldijo en voz baja. Nunca pensó que una mujer tan menuda pudiera ser tan peligrosa.

―Mierda ―gruñó, doblándose del dolor tras recibir un pisotón directo en la entrepierna.

Lía aprovechó el momento para saltar del auto, cayendo de rodillas sobre el asfalto. Levantó la vista… y su respiración se detuvo.

Los zapatos negros y brillantes, el porte dominante y esos ojos dorados fijos en ella.

―Hola, gitana ―dijo Adrik Volkov con una sonrisa lenta, oscura y letal.

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