Capítulo 5: La Fiera y El Mafioso

Esa voz grave, la mirada apacible pero dominante y el porte imponente del hombre alteraron los latidos de Lía. Sus piernas se volvieron de algodón y su respiración se entrecortó. Algo en ella colapsó; su razón se desvaneció entre miedo, desconcierto y un extraño presentimiento.

¿Debería correr? ¿Alegrarse? ¿Temer por su vida? ¿Resignarse?

Antes de entender su propia reacción, mordió la pierna del hombre y corrió desesperada por el mismo camino por donde había entrado el auto. Era absurdo, lo sabía, pero el pánico le nublaba el juicio. El enorme portón que había visto cerrarse tras el coche parecía ahora un muro imposible de atravesar. ¿Qué estaba haciendo?

—Iremos por ella, jefe… —dijo una voz detrás.

—Nadie la toca —gruñó Adrik Volkov, tan profundo que el eco pareció retumbar en las paredes—. ¡Gitana! —bramó con tal fuerza que Lía sintió vibrar la tierra bajo sus pies—. Te harás daño. Por favor, para.

Ella, que ya intentaba trepar el muro, lo señaló con desesperación.

—¿Por qué me ha traído aquí? —jadeó—. ¿Acaso quiere hacerme su cautiva? ¡Yo solo lo hice porque necesitaba el dinero! ¡No soy así! —le gritó con voz quebrada, mientras él la observaba con una calma inquebrantable. «¿Cómo demonios puede estar tan tranquilo?», pensó ella—. Si usted era el del hospital… el que escuchó a mi amiga… quiero que sepa que no tiene nada que ver con lo del embarazo y…

—Es mi hijo.

Lía se quedó muda. Él ni siquiera tuvo que alzar la voz; bastó ese tono bajo y seguro para helarle la sangre.

—Y eso —añadió él con una media sonrisa— te hace mía.

Lía abrió los ojos y la boca de par en par.

—¿Qué…?

—Ahora cierra esa boquita y baja.

Ella miró hacia arriba, indecisa.

—¿Me dejará ir? —preguntó con frustración.

Adrik alzó una ceja—. No me mire así. Cualquiera en mi lugar habría reaccionado igual. ¿Me dejará ir o no?

—No puedo hacer eso —replicó él con firmeza—. Ese bebé y tú son míos.

Lía negó una y otra vez.

—Está usted loco. No pienso quedarme aquí. ¿Qué clase de personas lo criaron?

—Una madre amorosa que murió de cáncer y un padre estricto pero justo —respondió sin inmutarse—. Esas fueron las personas que me criaron.

—Pobres —murmuró ella con sarcasmo—. Les salió un hijo defectuoso con complejo de Dios.

Adrik tuvo que contener la carcajada. ¿Cómo era posible que, aun con miedo, siguiera desafiándolo así?

—Gitana… —empezó él.

El zapatazo lo tomó por sorpresa. ¿Cuándo se había quitado la zapatilla?

—¡No me diga así! —estalló ella—. Si cree que por comprar mi primera vez puede tratarme como a una prostituta, está equivocado. ¡No soy lo que usted piensa!

Por primera vez en su vida, Adrik Volkov se quedó sin palabras ante una mujer.

—¿Y qué tiene de malo el apodo? —repuso al fin—. Tienes sangre gitana, ¿no?

—¿Qué? —Lía lo miró confundida—. ¿No me llama así por el seudónimo que usaba en el antro? —Adrik la observó sin responder—. Creí que era por eso y… ¡No! —chilló al verse alzada en brazos de aquel gigante—. ¡Suélteme, por favor! ¡Ayuda! —gritó a una de las mujeres de limpieza, pero esta ni siquiera la miró—. ¡Me han secuestrado! ¡Hagan algo!

Nadie se movió.

—Te quedarás aquí hasta que quieras hablar conmigo —dijo él, depositándola con cuidado en el suelo—. No hagas nada de lo que te puedas arrepentir. —La miró directamente a los ojos—. Puedes lastimar a mi bebé… y eso me enojaría mucho. ¿Entiendes?

Lía sollozó, desesperada.

—Por favor, no me deje aquí —imploró.

Pero verlo tan tranquilo la enfureció más, y empezó a golpearlo con puños y gritos hasta que terminó encerrada en una habitación enorme.

—¡Me van a encontrar! ¡Y te voy a denunciar! ¡Te van a meter en la cárcel! —vociferó desde adentro.

Adrik se llevó una mano a la mejilla. Le había dado un buen golpe.

—¿Seguro que quiere hacer eso? —preguntó Nikolai, que había presenciado la escena desde la puerta—. Está hecha una fiera.

Adrik sonrió de lado.

—No mostró miedo —murmuró, casi para sí—. Se enfrentó a mí sin pensarlo. —Sus labios se curvaron lentamente—. Ella será mi reina.

Nikolai lo miró incrédulo.

—¿El mismo que odia las ataduras ahora quiere una esposa?

—Nadie nace hecho para este mundo —replicó Adrik, imperturbable—. Pero ella aprenderá.

Se giró hacia su amigo.

—Para mañana quiero que vacíen la mitad de mi clóset para ella. Habla con el doctor; necesito una obstetra de confianza. ¿Dónde está su teléfono?

—Aquí. —Nikolai se lo entregó.

—Su amiga está furiosa.

—Yo me encargaré de eso.

Lía intentó derribar la puerta, golpeó, gritó, lloró, pero todo fue inútil. La desesperación la consumía. ¿Cómo había terminado así? ¿Por qué había aceptado vender su cuerpo? Ya no quedaban lágrimas. Solo un silencio hueco.

Horas después, pasada la medianoche, Adrik no pudo resistir más. Tenía fama de caprichoso, pero esa mujer se le había metido en la sangre. Desde que la tocó, no había podido olvidarla y ahora, que llevaba a su hijo, estaba dispuesto a hacerla suya.

Cuando entró, Lía retrocedió.

—No te me acerques —le advirtió.

—No soy lo que piensas —dijo él con voz baja—. Bueno… quizá peor, pero contigo no.

Lía soltó una risa amarga.

—¿Y ahora su corazoncito se ablanda porque llevo a su hijo? —se burló.

—Te tengo una propuesta.

—No. —Le cortó de inmediato—. Ya escuché una de sus propuestas y míreme: embarazada y raptada.

Adrik sonrió, sin poder evitarlo.

—Quédate. —Lo dijo como una orden disfrazada de súplica—. Vivirás aquí conmigo, te daré todo lo que quieras. Das a luz a mi bebé y después tendrás tu libertad. —La miró fijamente, con una intensidad que quemaba—. ¿Qué dices, gitana?

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