La madrugada se filtraba por los ventanales de la mansión Aslan como un suspiro tenue. Afuera, el jardín parecía congelado en el tiempo. Dentro, el despacho seguía siendo un santuario de sombras.
Nehir despertó en el sofá, envuelta en la manta que Mirza había dejado. Él ya no estaba. Solo quedaba la copa vacía y una nota doblada sobre la mesa.
“Hoy no luches. Hoy respira.”
Ella la leyó dos veces. Luego la guardó en el bolsillo de su chaqueta, como si fuera un talismán.
Al salir del despacho, encontró a Ayla en la cocina, preparando café turco con movimientos lentos, casi ceremoniales.
—¿Dormiste? —preguntó Ayla sin mirarla.
—Un poco.
—¿Soñaste?
—No. Pero sentí que alguien me sostenía.
Ayla asintió. No dijo nada más. Solo deslizó una taza hacia ella.
—¿Sabes qué día es hoy? —preguntó Nehir.
—El aniversario del incendio.
El silencio volvió, pero esta vez tenía bordes afilados.
—¿Crees que fue él? —preguntó Nehir.
—Sedat siempre quiso borrar lo que no podía controlar. Y tú, hija mía, nun