El fragmento de basalto recuperado tras la disputa con los humanos y regresado al Altar de Sangre encajaba ahora de nuevo en su cavidad como la última pieza de un rompecabezas sagrado. Bajo la atenta mirada de Amara, Vania aplicó runas de curación sobre las grietas expuestas durante el traslado. Con un pincel de gamuza y tinta arcanizada, repintó cada símbolo con trazos precisos: líneas ondulantes que fluían en morado y rojo, sellando el basalto a la roca madre. A cada palabra susurrada, el pedestal emitía un débil fulgor interior, confirmando que la piedra había recobrado su fuerza ancestral.
Mientras tanto, Lykos se adentró en el patio del faro para entrenar a los nuevos reclutas. Bajo su tutela, los guardias aprendían a combinar el arte de la lanzada de jabalina con ráfagas de viento —una técnica de contención rápida—. Su gruñido de mando resonaba en el aire: “¡Firmeza y agilidad!” Gritos de “¡Sí, alfa!” respondían al unísono, y el eco de metal contra piedra marcaba el r