La celebración había llenado el pueblo de música, risas y antorchas danzantes, pero la euforia duró apenas un día. Al alba siguiente, Daemon convocó un consejo extraordinario en la antigua sala de piedra del Ayuntamiento, una cámara abovedada iluminada por pequeñas aberturas en lo alto de los muros. Las bancas de roble crujieron bajo los consejeros vampíricos y lobunos, cuyos rostros mostraban esa mezcla de orgullo y recelo que sobrevive a toda victoria.
Amara entró acompañada de Lykos, Arik y Vania; los cuatro ocuparon un extremo de la mesa central, frente a Daemon, que presidía el encuentro con gravedad. El aire olía a incienso ahumado, un recuerdo de las ocasiones solemnes de antaño. Aun así, el silencio resultó tenso, cargado de miradas escudriñadoras.—Debemos consolidar esta paz —comenzó Daemon con voz apagada pero firme—. Hay quienes cuestionan la validez de los sellos que hemos activado en el Altar de Sangre.Un murmullo corrió entre los consejeros