La gran sala de la mansión de la gobernadora García bullía con una cortesía diplomática inusual para aquellos lares. Candelabros de hierro forjado colgaban del techo, proyectando juegos de luz sobre el suelo de mármol pulido y las estatuas de héroes locales que vigilaban desde sus pedestales. Amara y Lykos fueron conducidos hasta un estrado elevado donde les aguardaba Maddie García, ataviada con sus mejores galas: un vestido ceñido de terciopelo verde y un broche de ónix en forma de escudo. Su gesto, al principio rudo por la formalidad, se tornó cálido cuando contempló a los héroes de la alianza.
—Guardiana Amara, Alfa Lykos —les saludó con voz firme—. En nombre de nuestro pueblo, les ofrezco este reconocimiento oficial.Un susurro de admiración recorrió la sala. Tras ellos, las delegaciones vampírica y lobuna se mezclaban con funcionarios humanos, intercambiando saludos medidos y reverencias protocolares. Al fondo, Vania consultaba con comerciantes sobre rutas de