El choque fue brutal.
El garrote del monstruo se estrelló contra la tierra, levantando un cráter de polvo y huesos. La onda expansiva derribó a soldados y espectros por igual, haciendo vibrar hasta las entrañas de la montaña. Los lobunos, con gruñidos feroces, hundieron garras y colmillos en los enjambres oscuros que brotaban de la herida de la bestia. Los exiliados mantuvieron la formación, lanzando jabalinas rúnicas que estallaban en destellos de plata.
Y en el centro del cataclismo, dos figuras se alzaban juntas por primera vez en siglos.
Amara extendió las manos, y un torrente de energía psíquica surgió de sus dedos, enrollándose en el aire como serpientes de luz violeta. El monstruo gruñó al sentir su mente atrapada por esa fuerza invisible, sus movimientos torpes, frenados por el peso de los recuerdos que ella le imponía.
Lyrieth no dudó. Corrió hacia adelante, la lanza brillando con runas doradas que latían como fuego vivo. Saltó sobre