Un maleficio trajo inmortalidad y poder a la manada Bloodmoon, pero el futuro Alpha, Seth Winchester, se encuentra atrapado en una red de mentiras y secretos familiares. Deseando proteger a su amada de una muerte segura, ideó un plan maestro: sacrificar a otra mujer en su lugar, intercambiándola por su fiel asistente, quien ha sido el blanco de la desgracia y el repudio por su oscuro pasado, Seth simula un amor verdadero, manipulando a su asistente para que acepte su destino fatal. Sin embargo, la verdad es que ella tiene conocimiento de sus engaños y, movida por una deuda de gratitud hacia él, se entrega al sacrificio. Mientras tanto, Amelia Hale, quien siempre ha sentido la carga de ser el símbolo de la mala suerte en su manada, se aferra a la ilusión de amor que Seth le ofrece. Aceptando con resignación su trágico destino, se prepara para el sacrificio. Pero en un giro inesperado, tras un resplandor cegador, no muere. En cambio, descubre secretos ocultos sobre su origen que cambiarán el rumbo de su vida y revelarán las verdaderas intenciones de Seth. Ahora él debe enfrentar las consecuencias de sus acciones y buscar a Amelia, no solo como su salvación sino también como la única esperanza para romper el pacto que los ata. En este juego de poder y amor, ambos se verán obligados a confrontar sus propios demonios y el verdadero significado del sacrificio.
Leer másAmelia observaba atentamente la expresión ausente del hombre frente a ella, mientras sentía una extraña punzada en su pecho. Recién había escuchado la voz nasal de Lilly a través del teléfono de Seth, que había puesto el altavoz por error. Estaba enferma, y el pelinegro, por supuesto, se ofreció a cuidarla. Pero había algo que debía terminar…
Esa noche Amelia estaba en su periodo fértil, y era de suma importancia que concibieran a un heredero lo más rápido posible. Cuanto antes quedara embarazada, antes podría deshacerse de ella.
Después de llevar a cabo el coito más malo y torpe de toda su vida, Seth se levantó rápidamente para darse una ducha, sintiendo que necesitaba lavarse para quitársela de encima. Al salir del baño, notó que Amelia lo miraba tranquila, pero claramente estaba fingiendo, Seth pedía oler su tristeza a kilómetros, así que se acercó a ella y depositó un casto beso en su frente.
—Eres la luna más hermosa del mundo. — Musitó. Sus palabras eran dulces, pero a la vez superficiales.
Amelia le sonrió con complicidad al tiempo que sus mejillas se ruborizaron completamente.
Seth volvió al vestidor para terminar de arreglarse, se colocó unos jeans negros, sus clásicas botas de piel negra, una camisa negra y su cazadora de piel con detalles plateados, aplicó un poco de perfume sobre sus puntos cardinales y luego volvió a la habitación para irse.
—Recuerda la reunión de mañana con tu abuelo y tu padre… Intenta llegar a tiempo. —Le recordó la pelirroja.
Este frunció el ceño al tiempo que soltó un ligero gruñido, como si no tuviera muchas ganas de estar en dicha reunión familiar.
—Lo sé, allí estaré. —Respondió entre dientes y luego marchó rápidamente.
Con la partida de Seth, segundos después Alanys, una Omega que trabajaba para la familia tocó a la puerta y seguido entró a la habitación; en sus manos traía una charola de cristal con un vaso de agua y un conjunto limpio de seda para dormir.
—Aquí tiene. Señora Amelia… —Dijo tendiéndole la charola a la pelirroja para que esta tomara las cosas.
—Ya te lo he dicho cientos de veces… Solo dime Mia. —Instó la pelirroja con una sonrisa cordial.
—Lo siento, Mia. —Respondió la morena mientras comenzaba a tender la cama.
Mia se levantó para cambiarse y así darle espacio a la omega para que trabajara.
—Seth ha estado muy ocupado últimamente… me preocupo a donde saldrá a estas horas de la noche… —Se quejó Alanys intentando sacarle información a Mia.
Mia no le dijo nada al respecto, sabía lo chismosa que podía ser la omega cada vez que oía algo sobre cualquier persona. Ella sabía que lo que realmente ocupaba a Seth, no eran sus labores como príncipe heredero, sino más bien, su primer y único amor verdadero, Lilly.
Seth protegía tanto a Lilly que, nadie sabía sobre la existencia de esa mujer, con excepción de Mia. Según su esposo, solo ella sabía de su existencia porque era su amiga y solo podía confiar en ella. Inclusive, cuando Mia trabajaba como su asistente, él la envió más de una vez a llevarle ropa, comida y medicinas a “su amiga”.
Pero, a pesar de saber que su corazón le pertenecía a otra, Amelia seguía amándolo de una manera autodestructiva, Seth era la persona más importante de su vida. En esta manada, todos eran inmortales, pero por alguna extraña y desconocida razón, los padres de Mia murieron poco después de su nacimiento, lo cual generó revuelo en todo el pueblo, todos creyeron que se trataba de una misteriosa enfermedad y supusieron que Amelia sería la siguiente en morir.
Así que. En lugar de sentir compasión por ella, todos prefirieron repudiarla, convirtiendo su miedo hacia ella en un odio implacable, viéndola como la manzana podrida que pudriría al resto, como un monstruo de la mala suerte. En el pueblo, todos la maltrataban, la humillaban, le escupían la cara cuando se la cruzaban o incluso la golpeaban y le lanzaban cosas a la cabeza. Amelia jamás se quejó, ni se defendió, eligió tragarse su orgullo para poder conseguir en ocasiones las sobras de comida que unos pocos le daban, así que cuando era golpeada en alguno de los callejones del pueblo, solo se acurrucaba en posición fetal, mientras que en su mente rogaba porque le lanzaran algo de comida que no estuviera tan echada a perder.
Al llegar a su mayoría de edad, su lobo nunca apareció, lo cual la convirtió en un completo fracaso para la manada. En una noche fría, a inicios del invierno, un grupo de personas llenas de odio la persiguió hasta un río y la empujaron al agua helada que comenzaba a congelarse. Amelia comenzó a perder fuerza conforme pataleaba por no saber nadar, sumándole la asfixia por estar cada vez más al fondo del rio, resignada a la muerte, cerró sus ojos, rogándole a la diosa Luna que la perdonara y que en su próxima vida no tuviera que sufrir tanto.
En ese momento, como un sol que vence a la oscuridad, Seth llegó al lugar y saltó al agua sin dudar y la sacó de allí. Frente a las miradas expectantes de todos, le dio respiración boca a boca hasta reanimarla.
—¡¿Qué demonios les ocurre a todos ustedes?! —Gritó encolerizado. —¡Recen para que la diosa Luna tenga misericordia de ustedes! —Declaró. —¡Desde hoy, esta chica estará a mi lado, será mi mano derecha! ¡Ay de aquel que ose tocarle uno solo de sus cabellos! ¡Porque yo mismo me comeré su corazón!
Esas palabras seguían grabadas en la mente de la pelirroja, como un pacto de su amor hacia él. Desde ese momento, Seth se convirtió en la única razón por la que ella seguía viviendo. Estaba dispuesta a entregarle todo lo que tenía, incluso su vida si fuera necesario.
Sin embargo, Seth nunca se había dado cuenta de sus sentimientos, Para él, Mia era solo una subordinada valiosa con un nefasto pasado, alguien que cumplía cada una de sus órdenes sin chistar, Por eso, cuando Seth le pidió matrimonio, ella sintió una gran alegría, pero también una gran duda. Claramente, sus sentimientos por la “magia” no eran simples, y él nunca le había mostrado ningún tipo de afecto. Entonces…
¿Por qué ella era su esposa si no sentía lo mismo que ella?
Pero pronto, la respuesta a esa pregunta llegó, y aunque la verdad la sumió en una profunda tristeza, al menos obtuvo una respuesta.
**BAJO LA LUNA DE LAS CONFESIONES** El jardín de las Lágrimas de Plata estaba en silencio. Solo el murmullo del viento entre los árboles de corteza blanca y el ocasional aullido lejano de un lobo rompían la quietud. Mia caminaba entre las flores lunares, sus garras retraídas pero sus sentidos alertas, como siempre ahora. Sabía que Ayla la seguía. Lo olía en el aire: ese aroma a hierbas amargas y sangre joven que siempre rodeaba a su hija. Se detuvo junto al estanque de aguas plateadas, donde los reflejos de las estrellas parecían nadar como peces luminosos. —**Siempre supiste que volvería a buscarte aquí** —dijo Ayla, emergiendo de entre los arbustos. Llevaba puesto el vestido blanco de la ceremonia, pero ahora descalza, con las marcas de sus propios pactos visibles en sus brazos—. **Es el único lugar del castillo donde aún se puede oler a tu antigua humanidad.** Mia no se volvió. Observó su reflejo en el agua: los ojos dorados, los colmillos que asomaban entre sus labios,
El polvo de la batalla aún flotaba en el aire cuando los primeros gritos comenzaron a surgir entre los sobrevivientes. No eran gritos de alivio, ni de celebración. Eran gritos de horror.Deimos no podía apartar la mirada del lugar donde Mia había estado parada segundos antes. La piedra allí estaba carbonizada, marcada con runas que ardían en un azul pálido, como cicatrices en la piel del mundo. Se acercó, arrastrando los pies, con cada uno de sus pasos haciendo eco en el silencio repentino. —¿Mia? —Preguntó.Su voz se quebró. No había respuesta. Solo el viento, llevándose las últimas partículas de luz que habían danzado alrededor de su cuerpo. Detrás de él, Lukas se apoyaba en Alanys, cojeando. Con su brazo izquierdo colgando inútilmente, quemado por las sombras. —¿Dónde está? —Preguntó, escupiendo sangre. —¿Dónde está Mia?Deimos no respondió. No podía. Un niño, no mayor de diez años, se abrió paso entre los soldados. Su rostro estaba cubierto de hollín, pero sus ojos brillaban c
El polvo de la batalla aún flotaba en el aire cuando los primeros gritos comenzaron a surgir entre los sobrevivientes. No eran gritos de alivio, ni de celebración. Eran gritos de horror.Deimos no podía apartar la mirada del lugar donde Mia había estado parada segundos antes. La piedra allí estaba carbonizada, marcada con runas que ardían en un azul pálido, como cicatrices en la piel del mundo. Se acercó, arrastrando los pies, con cada uno de sus pasos haciendo eco en el silencio repentino. —¿Mia? —Preguntó.Su voz se quebró. No había respuesta. Solo el viento, llevándose las últimas partículas de luz que habían danzado alrededor de su cuerpo. Detrás de él, Lukas se apoyaba en Alanys, cojeando. Con su brazo izquierdo colgando inútilmente, quemado por las sombras. —¿Dónde está? —Preguntó, escupiendo sangre. —¿Dónde está Mia?Deimos no respondió. No podía. Un niño, no mayor de diez años, se abrió paso entre los soldados. Su rostro estaba cubierto de hollín, pero sus ojos brillaban c
**BAJO LA LUNA DE LAS CONFESIONES** El jardín de las Lágrimas de Plata estaba en silencio. Solo el murmullo del viento entre los árboles de corteza blanca y el ocasional aullido lejano de un lobo rompían la quietud. Mia caminaba entre las flores lunares, sus garras retraídas pero sus sentidos alertas, como siempre ahora. Sabía que Ayla la seguía. Lo olía en el aire: ese aroma a hierbas amargas y sangre joven que siempre rodeaba a su hija. Se detuvo junto al estanque de aguas plateadas, donde los reflejos de las estrellas parecían nadar como peces luminosos. —**Siempre supiste que volvería a buscarte aquí** —dijo Ayla, emergiendo de entre los arbustos. Llevaba puesto el vestido blanco de la ceremonia, pero ahora descalza, con las marcas de sus propios pactos visibles en sus brazos—. **Es el único lugar del castillo donde aún se puede oler a tu antigua humanidad.** Mia no se volvió. Observó su reflejo en el agua: los ojos dorados, los colmillos que asomaban entre sus labios,
Las catacumbas bajo el castillo olían a tierra húmeda y hierbas marchitas. La luz de las antorchas bailaba sobre las paredes, proyectando sombras que se retorcían como espectros inquietos. En el centro del recinto, sobre una losa de piedra negra, yacía el cuerpo destrozado de Seth. Su garganta aún mostraba las marcas de las garras de Aamon, sus huesos rotos como ramas secas. Pero entonces, alguien entró aprovechando la penumbra de la madrugada. Una figura esbelta, de cabello rojo como el atardecer que avanzó con pasos silenciosos. Vestía una túnica blanca, manchada en los bordes con runas bordadas en hilo plateado. Sus pies descalzos no hacían ruido al pisar el frío suelo. Se detuvo frente al cadáver, y por primera vez, la luz reveló su rostro. Era idéntica a Mia, salvo por los ojos. Donde Mía tenía el azul gélido de los mares del norte, esta chica poseía una mirada gris y dorada, como cenizas bajo el sol. —Padre… —Susurró la joven, y su voz tembló al tiempo en que una lágrima corr
Las catacumbas bajo el castillo olían a tierra húmeda y hierbas marchitas. La luz de las antorchas bailaba sobre las paredes, proyectando sombras que se retorcían como espectros inquietos. En el centro del recinto, sobre una losa de piedra negra, yacía el cuerpo destrozado de Seth. Su garganta aún mostraba las marcas de las garras de Aamon, sus huesos rotos como ramas secas. Pero entonces, alguien entró aprovechando la penumbra de la madrugada. Una figura esbelta, de cabello rojo como el atardecer que avanzó con pasos silenciosos. Vestía una túnica blanca, manchada en los bordes con runas bordadas en hilo plateado. Sus pies descalzos no hacían ruido al pisar el frío suelo. Se detuvo frente al cadáver, y por primera vez, la luz reveló su rostro. Era idéntica a Mia, salvo por los ojos. Donde Mía tenía el azul gélido de los mares del norte, esta chica poseía una mirada gris y dorada, como cenizas bajo el sol. —Padre… —Susurró la joven, y su voz tembló al tiempo en que una lágrima corr
Último capítulo