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¡Quién manda aquí!

Brenda

Casi había caído la noche. Las luces del casino "Imperio" ya estaban encendidas cuando bajé del coche, el asfalto brillante de la tarde reflejaba la sombra de mi cuerpo, y no pude evitar sonreír ante la familiaridad del lugar. El sonido de la música suave de fondo, el murmullo constante de las conversaciones, las fichas chocando entre sí... Lo había extrañado, aunque no lo admitiera.

No era solo el trabajo, no era solo el dinero. Era el poder. La sensación de que el "Imperio" no funcionaba sin mí. 

La entrada me recibió como siempre, con el eco de mis tacones resonando en la enorme recepción del casino.

Las chicas que aún estaban de pie, a la espera de su turno, tensaron sus cuerpos apenas me vieron. No necesitaba mirarlas para saber que ya me habían notado. Había algo en la forma en que me movía, en mi presencia, que decía todo lo que ellas ya sabían: yo era la jefa de este lugar. Y la última vez que alguien me desafió, ya no estaba trabajando aquí.

Mis tacones golpearon el suelo con determinación mientras avanzaba. El aire estaba cargado de nerviosismo. Mi mirada recorrió el espacio. Las chicas se apartaron a mi paso, unas con la cabeza ligeramente agachada, otras simplemente evitando mirarme a los ojos, porque sabían que una mirada mía bastaba para entender si iban a recibir una orden o una reprimenda.

Me dirigí directo a la zona VIP, donde mi presencia era imprescindible. Como siempre, el espacio estaba decorado con una elegancia que podía sentir en el aire, en cada uno de los detalles. Pero mi objetivo no era disfrutar de la belleza del lugar, sino ponerme al mando, tomar las riendas. No había tiempo para nada más.

El lugar estaba vacío, pero ahí estaban ellas, las chicas del cambio de fichas, que se encargaban de los clientes más importantes, los que gastaban sin reparo y que querían exclusividad en cada intercambio. Las observé por un momento, notando sus nervios. Sabían que yo no toleraba errores. Y menos toleraba la incompetencia. Ya lo había dejado claro antes. Nadie se sentía completamente seguro bajo mi mando, pero nadie podía negar que mi autoridad era indiscutible.

—Tú, ven aquí. —Ordené sin alzar la voz, señalando a Dayana, la encargada de cambiar las fichas una vestida de azul oscuro, que estaba al mando en mi ausencia. Ella se acercó rápidamente, su rostro pálido, pero me obedeció sin protestar.

— ¿Todo bien? — Le pregunté, evaluando cada movimiento de su cuerpo.

— Sí, Brenda y. Todo en orden. —Respondió, sin atrever a mirarme de frente.

Asentí, pero mi mirada permaneció fija en ella, esperando una respuesta más profunda, una que dijera algo que no estaba siendo dicho. No me conformaba con lo obvio. No confiaba en lo obvio.

Me di media vuelta, con una actitud imparable, caminando con la gracia que me caracteriza, y me dirigí a la barra.

Desde lejos ya vi a Joaquín, el barman, organizando algunas botellas. Con su delantal impecable, siempre tan atractivo, me sonrió cuando me vio llegar. Su presencia no me molestaba. No era un hombre que me causara ninguna preocupación, más allá de que, a veces, su mirada traviesa me sacaba de quicio. Pero hoy no era el día para discutir con él.

— Vaya... dónde estabas —dijo Joaquín, en su tono usualmente relajado, mientras me entregaba un vaso con hielo, como si esperara que me lo pidiera.

— Como si tú no hubieras notado que estaba de baja — respondí con un toque de sarcasmo, sin perder la compostura, aunque no podía evitar que el tono de mi voz mostrara un poco de arrogancia. Me había torcido el tobillo con los tacones lastimándome el ligamento y eso me mantuvo 9 días fuera del trabajo.

Me senté en una de las sillas del bar, mirando al frente mientras me sentía cómoda en el espacio. Los clientes aún no llegaban, pero el ambiente ya comenzaba a cargarse de la atmósfera característica del “Imperio". 

Joaquín me observó, como siempre, con una sonrisa ligera que parecía saber cómo molestarme sin hacer nada en particular. No lo odiaba, pero la forma en que él manejaba su vida… sus bromas innecesarias… a veces me irritaban.

— ¿Novedades en mi ausencia? —Le pregunté, girando el vaso en mi mano, mientras trataba de parecer indiferente a la pequeña molestia que comenzaba a formarse en mi cabeza.

Joaquín se recostó contra la barra, como si su opinión fuera importante, y después de un rato, finalmente respondió:

— Pues, no mucho… lo habitual. Aunque te diría que hay varias chicas nuevas en la zona común… Lorena empezó la semana pasada, justo después de que te fueras, y Cindy comenzó ayer. Esa dos últimas están aquí en la zona VIP —Me observó con un brillo en los ojos, algo que no me gustó.

Mi ceja se levantó de inmediato. Lorena y Cindy. Repetí el nombre para mí misma, dejándolo resonar en mi mente como si fuera una amenaza.

— ¿Cindy y Lorena? —Lo pronuncié como si quisiera devorar el nombre con mi mirada, analizando cada sílaba. Había algo, algo que no me agradaba. Un sentimiento que no podía identificar aún, pero que estaba empezando a sentir con cada palabra que Joaquín decía.

— Sí ¿Te molesta? —Joaquín se encogió de hombros, jugando con la cuchara en su mano mientras me observaba, divertido.

Me tensé sin querer.

— No es que me moleste… —respondí, sin pensarlo demasiado, pero sabiendo que él me estaba observando con una mirada curiosa. —Pero me parece extraño que ya estén en la zona VIP. Yo soy la que hace ese tipo de movimientos, Joaquín.

Joaquín sonrió de nuevo, con ese aire burlón que solía tener cuando sabía que algo me incomodaba.

— Pues, supongo que Frédéric dio la orden. —dijo, encogiéndose de hombros sin darle más importancia. 

La mención de Frédéric hizo que mi mandíbula se tensara. Frédéric … mi compañero. Mi igual, si no fuera porque tenía un poco más de poder que yo en ciertos aspectos.

Lo odiaba cuando tomaba decisiones sin consultar conmigo, pero no podía hacer nada al respecto. Si él daba la orden, estaba fuera de mi control. Aunque me repugnaba que metiera su nariz en mi territorio, tenía que tragarme esa rabia.

— Ya veo… —respondí, mientras me recostaba en la barra, intentando calmar mi respiración.

Joaquín me miró como si quisiera decir algo, pero al final se quedó en silencio, dejando que la tensión entre nosotros creciera solo un poco más.

En ese momento, un grupo de chicas entró en la zona del bar, todas con el uniforme impecable, las faldas pequeñas y las sonrisas coquetas, listas para trabajar. Yo me enderecé, mirando a las chicas que se alineaban con una rapidez casi mecánica, como si la palabra “orden” estuviera escrita en sus frentes.

Aplaudí dos veces.

— A sus puestos, chicas. —dije en voz alta, sin dudar. Mi tono era autoritario, directo, como siempre.

En menos de tres segundos, todas se dispersaron, corriendo hacia las mesas y la zona de fichas, sabiendo que la rutina había comenzado.

Mi mirada volvió a la barra, donde Joaquín aún me observaba, pero en sus ojos ya no había burla, solo curiosidad.

—Y… ¿Zona roja o zona azul? —Le pregunté de manera casual, sin mucho interés, pero sabiendo que él me daría una respuesta que probablemente no me gustaría.

En la zona VIP habían dos zonas: la roja y la azul rey, la zona roja era privilegiada dentro del privilegio, donde estaban los más poderosos los más ricos y los más peligrosos, la zona azul al igual que la roja tenía clientes peligrosos y adinerados, pero la privacidad era diferente. Y dentro de los ricos, hay ricos. Dentro de la roja estaban los reyes, dentro de la azul estaban los aspirantes a reyes. Así lo clasificaba yo.

Joaquín dejó de hacer lo que estaba haciendo y se detuvo en mi mirada por un momento antes de responder.

— En la zona roja Cindy, en la zona azul Lorena —dijo, con un tono un poco más serio.

Me quedó claro. Y me hizo mucho ruido.

— ¿Son bonitas? —pregunté, casi sin querer, como si mi ego estuviera exigiendo saber algo que no quería escuchar.

Joaquín se detuvo un momento, sin responder de inmediato. La tensión entre nosotros creció. Finalmente, miró hacia el frente, como si pensara en cómo contestarme.

— Mucho —soltó, con una sonrisa burlona, antes de añadir—: Tanto así que el jefe no dejaba de comerse con los ojos a una de ellas… a… Cindy. No lo culpo, la condenada está bien buena.

Mi ceja se arqueó.

Lorena. Y Cindy.

Una chispa de irritación creció en mi interior. Cindy . Esa maldita chica. No la conocía, pero su nombre ya estaba retumbando en mis pensamientos como una amenaza.

Cindy con los clientes más poderosos, con los que ni yo, con todo mi poder y mi control, podía ni siquiera mirar de cerca sin empezar a temblar.

La tensión que había entre Joaquín y yo aumentó aún más cuando, sin dejar de observarme, él se permitió una sonrisa de esas suyas. Pero no había tiempo para jugar. La noche apenas comenzaba, y el “Imperio” necesitaba estar en marcha.

Los primeros clientes empezaron a llegar al casino. La música comenzó a subir de volumen, envolviendo el espacio con su ritmo sensual. Los murmullos de las conversaciones, las risas, el sonido de las fichas chocando... todo eso se convirtió en el latido de lo que estaba por suceder esa noche. Era la sinfonía que precedía a la tormenta, la que siempre se formaba cuando el casino comenzaba a llenarse de vida.

Me levanté de la silla del bar con un movimiento tan natural como el respirar. Miré a las chicas alineadas, ya en sus puestos, y observé sus rostros con una mezcla de concentración y nerviosismo. Sabían que la noche estaba comenzando, y cada uno de ellos debía estar a la altura de las expectativas. La gente del “Imperio” no perdona los errores. No lo había hecho conmigo, y no lo harían con nadie.

El casino "Imperio" empezaba a cobrar vida poco a poco. Los primeros clientes comenzaban a llenar las mesas, y el sonido de las fichas, las risas y los murmullos se colaban en el aire, creando la atmósfera tan característica del lugar. Cada rincón del casino vibraba con la energía única que solo este lugar sabía ofrecer. Las luces parpadeaban suavemente, proyectando sombras largas, y yo estaba aquí, observando, asegurándome de que todo estuviera en su lugar.

Dos chicas que no conocía entraron a la sala VIP, una se fue a la zona azul así que supuse que era Lorena y Cindy entró a la zona roja, supuse que era ella por lo que me había dicho Joaquín. Su presencia era tan inmediata como el estallido de un trueno.

Era difícil no notar su belleza. Tenía el cabello castaño claro, que caía en ondas suaves sobre sus hombros, y unos ojos azules que brillaban con un color tan intenso, tan puro, que parecían helados, casi irreales. Su piel, perfectamente blanca, parecía casi etérea bajo las luces del casino. Era hermosa, pero había algo infantil en ella, como si tuviera 19 años, pero aún no hubiera dejado atrás esa chispa aniñada que la hacía parecer más inofensiva de lo que seguramente era.

Se movía con una gracia relajada pero llena de energía, como si supiera que la mirada de todos estaba fija en ella. Y no estaba equivocada. Al entrar en la zona VIP, le dedicó una sonrisa a Joaquín que iluminó su rostro, y me detuve a observarlos de lejos.

Estaba claro que tenían una especie de complicidad. Se reían juntos, como si se conocieran de toda la vida, como si fueran amigos de años. Joaquín, con su actitud despreocupada, le devolvía la sonrisa, pero algo en su tono me decía que su interés por ella tenia cierto morbo.

Me tensé, pero no lo dejé ver. Había mucho en juego aquí, y Cindy, con su belleza juvenil y su aire de desparpajo, estaba jugando sus cartas de una manera que no me gustaba. Mientras ellos seguían interactuando, vi cómo ella se alejaba para empezar a trabajar. Se acercó a una mesa, recogiendo las copas vacías con una soltura que sugería que ya se estaba ganando el respeto de los clientes. Después, se dirigió a la barra, sus pasos ligeros, su sonrisa traviesa, como si disfrutara el juego.

No pude evitar notar cómo Joaquín la observaba, con la misma sonrisa ligera que siempre tenía, pero ahora algo más en sus ojos. Algo que no me gustó.

Ella se alejó y yo me acerqué a la barra.

— ¿Tienes que mirarla así? —pregunté sin dejar de observarlo, con un tono seco.

Joaquín levantó las cejas, casi desinteresado.

— ¿Mirarla? No sé de qué hablas, Brenda. Solo estaba trabajando —respondió, manteniendo esa sonrisa burlona que tanto me irritaba.

Me limité a hacer un gesto con la mano, como si no fuera un tema importante, pero sabía que algo comenzaba a hacer ruido en mi interior. Algo que me molestaba sin razón aparente, una sensación que no quería admitir.

Desde la barra, pude ver a Cindy hablar con un cliente, sonriendo con esa mezcla de inocencia y picardía que la hacía tan atractiva. El cliente parecía disfrutar de su conversación, y ella le respondía con lo que parecía un toque de humor. Pero pronto, Cindy se alejó del cliente y se acercó a otra mesa, dejando tras de sí un rastro de miradas curiosas. Yo, desde la barra, observaba todo, supervisando, como siempre.

Finalmente, cuando Cindy pasó cerca de mí y, con la misma actitud autoritaria que me caracterizaba, la llamé.

— Cindy, ven un momento. —Le hice un gesto para que se acercara. Ella no dudó ni un segundo, se acercó a la barra con paso firme.

Su mirada era directa, casi desafiante, pero también esa chispa juguetona seguía presente en sus ojos. Se apoyó en la barra, cruzando los brazos sobre el mármol con una sonrisa ligera.

— ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó ella, mirando con curiosidad, sin saber quién estaba realmente frente a ella.

Yo sonreí, dejando que la tensión en el aire se acumulase. Decidí no decirle inmediatamente quién era, aunque el hecho de que no lo supiera me pareció algo curioso.

— Soy la dueña de este lugar —dije en un tono suave pero firme, observando cómo sus ojos se agrandaban un poco, sorprendida, pero manteniendo su actitud segura.

Cindy me observó con más interés ahora, sin perder esa chispa de insolencia que parecía tener por naturaleza.

— Vaya, ¿y qué tal? —respondió, un poco más relajada, pero con esa actitud que desbordaba curiosidad, como si todo fuera un juego para ella.

Me sentí ligeramente desconcertada por su descaro. Esa frescura que mostraba era tan inesperada, tan impulsiva, que algo dentro de mí se tensó. Sin embargo, no podía evitar que una sonrisa se dibujara en mis labios. Quizás era la impaciencia, la curiosidad, o simplemente algo más. Me parecía que ella no sabía el poder que tenía, ni lo que realmente podía significar estar en este lugar.

— Todo bien por ahora, supongo. —respondí, manteniendo la calma, pero con una mirada firme.

— Bien, ya sabes —continuó ella, encogiéndose de hombros, con una sonrisa insolente—. Todo en orden. Y para que me llamabas...

Por un momento, me quedé mirando a Cindy, evaluándola, tratando de entender su actitud tan despreocupada. Algo en ella era tan atrevido, tan impulsivo, como si no tuviera miedo de nada. Pero esa era precisamente la razón por la que sentía que debía ponerla bajo mi radar.

Me quedé en silencio por un segundo antes de responder.

— Veo que tienes confianza —dije, con una mezcla de aprobación y desafío.

Cindy me miró de nuevo, y su sonrisa se amplió. Ella sabía cómo manejarse, cómo mantener su equilibrio, incluso cuando estaba ante alguien como yo. No podía ignorar lo intrigante que resultaba.

— Eso se me da bien. —dijo—. ¿Y bien? Puedo volver a trabajar o hay algo más…

—Aquí no nos tuteamos niña —dije saliendo un poco de mis casillas sin poder evitarlo.

Cindy se detuvo en seco, su sonrisa todavía presente, pero algo en su postura cambió. La observé con atención mientras se giraba hacia mí, como si la incomodidad fuera una emoción nueva para ella, pero también como si no estuviera completamente afectada.

—¿"Niña"? —repitió, elevando una ceja, como si acabara de escuchar algo que no encajaba con su mundo—. Me acabas de decir que no nos tuteamos y me tuteas.

Hubo un breve momento de silencio, el tipo de silencio que se siente denso, cargado de tensión. Cindy cerró los ojos como si intentara reprimir algo, luego los abrió y se esforzó por sonreír. Ya no estaba tan despreocupada. Se había detenido a analizarme, y eso, de alguna manera, me sorprendió.

Me crucé de brazos, observando cómo su mirada se volvía más cautelosa.

—Mi cargo es superior, soy tú jefa, —repetí, esta vez con un tono más firme, que resonó en el aire, mientras dejaba que las palabras se instalasen entre las dos.

Ella frunció el ceño ligeramente, como si lo estuviera procesando. Pero luego, en un giro extraño soltó una ligera risa.

— Entendido... señora. —respondió, pero con una pizca de sarcasmo que no me pasó desapercibido—. ¿Puedo? ¿Puedo retirarme su majestad?

Lo dijo con una dulzura burlona, como si quisiera desarmar toda la seriedad de la situación. Pero, al mismo tiempo, no pude evitar notar que su sonrisa había perdido un poco de su chispa arrogante, aunque no de su actitud desinhibida. Estaba jugando conmigo, y lo sabía.

—Vuelve al trabajo —insté seca.

Me quedé observándola mientras se alejaba, no del todo satisfecha con lo que había ocurrido, Joaquín me miró entre divertido y juguetón, luego soltó una carcajada, que me desagradó.

Lo miré mal y me encaminé hacia afuera, por ahora no quería ni verla. Necesitaba aire un rato, antes de entrar de lleno en la faena.

Algo me decía que esta chica iba a dar mucho de qué hablar.

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