Que calor

Brenda

Salía de la zona VIP ajustándome el abrigo, tratando de ignorar esa sensación de incomodidad que se había instalado en el aire desde hace días. Desde el incidente con el disparo de aquel cliente, las cosas habían cambiado drásticamente. Frédéric había incrementado la seguridad tanto dentro como fuera del casino, y aunque eso debía darme tranquilidad, en realidad hacía que todo se sintiera más tenso. Como si estuvieran esperando un ataque. Cada día la cosa se tornaba más tensa, más exagerada, Frédéric repetía que era por lo del cliente aquel pero yo sentía que había algo más.

Los últimos días habían sido una locura. Había más movimiento, más hombres armados, y Frédéric estaba más nervioso de lo habitual. La energía del lugar era densa, casi sofocante. No podía evitar preguntarme si algo grande estaba por suceder. Y aunque me gustaba estar en un lugar con tanto poder y prestigio, no era del tipo que quisiera verse atrapada en el fuego cruzado de tipos peligrosos.

Eran las tres de la mañana y mi turno había terminado. Estaba cansada, pero mis nervios últimamente no me dejaban descansar. Me encendí un cigarrillo mientras esperaba un taxi en la salida. No era algo que hiciera siempre, pero últimamente lo necesitaba, necesitaba fumar.

El silencio de la madrugada fue interrumpido por una voz detrás de mí.

—Brenda.

No era un llamado urgente ni hostil, pero la voz me resultó familiar. Tardé un momento en girarme, y cuando lo hice, reconocí a Gabriel, uno de los chicos que trabajaban en la zona común. Tenía el rostro tenso, como si algo lo estuviera carcomiendo por dentro.

—¿Esperas un taxi? —preguntó, acercándose un poco más.

—Sí —respondí sin mucho interés, dándole una calada al cigarrillo.

—Te llevo.

Fruncí el ceño, arqueando una ceja con escepticismo.

—¿Tienes coche? —pregunté, desconfiada.

Él señaló un patín eléctrico estacionado del otro lado cerca a un árbol. Rodé los ojos, soltando un suspiro exasperado.

—¿En serio? —repliqué, negando con la cabeza—. ¿Quieres matarme en ese aparato? Ni loca. Además, sería ridículo que alguien nos viera ahí. Tengo más clase que eso Gabriel.

Gabriel se encogió de hombros, como si mi opinión no le importara en absoluto. Había algo en su actitud que parecía diferente esta vez. No podía poner el dedo en el porqué, pero sentía que quería decirme algo más importante que un simple "te llevo".

Dejé que el silencio se instalara entre nosotros mientras me sumergía en mis propios pensamientos, mirando el humo del cigarrillo desaparecer en el aire frío de la madrugada. Había estado ahorrando bastante en los últimos meses y después de la propuesta casi humillante de Gabriel, pensaba darme un gusto pronto. Quizá un coche nuevo, algo que me hiciera sentir que todo este estrés valía la pena.

—¿Y Cindy?

Su pregunta me sacó de golpe de mis pensamientos. Giré la cabeza hacia él, confusa.

—¿Qué pasa con Cindy?

—¿No sabes nada de ella? —insistió, con un tono que intentaba ser casual, pero no lo lograba.

Fruncí el ceño, sintiéndome un poco molesta por su insistencia.

—No sé nada —respondí con frialdad.

—Es que no la vi ayer en el casino, y hoy tampoco apareció.

Se estaba esforzando por sonar despreocupado, pero su curiosidad era evidente. Estreché los ojos, observándolo con más atención.

—¿Por qué te importa?

—No lo sé, solo... me preocupa.

Me crucé de brazos, juzgándolo con los ojos.

—No soy su perro faldero, Gabriel —bufé.

—¡No estoy diciendo eso! —protestó, alzando las manos como si intentara defenderse—. Es solo que estoy preocupado por ella.

Lo observé fijamente por un momento, tratando de descifrarlo. Algo en su voz sonaba sincero, pero también parecía nervioso, como si no supiera cómo explicar lo que quería decir.

—¿Preocupado cómo por qué, Gabriel?

Él miró a su alrededor, asegurándose de que nadie estuviera cerca, y luego se inclinó hacia mí.

—¿Puedo contarte algo? Pero prométeme que queda entre nosotros.

Lo miré, arqueando una ceja. Había algo en su expresión que me decía que lo que iba a decir no era cualquier cosa. Después de unos segundos, asentí.

—Está bien, habla.

Miró nuevamente a su alrededor, como si temiera que alguien estuviera escuchando, y luego se acercó más.

—El otro día, cuando Bruno mandó a todos a casa temprano… Cindy se quedó.

Me tensé al escuchar el nombre de Bruno. Ese hombre siempre emanaba una presencia intimidante, un poder absoluto que hacía temblar a cualquiera.

—¿Y qué con eso? —pregunté, impaciente.

—Yo me quedé también, porque… quería hablar con ella.

Fruncí el ceño.

—¿Hablar con ella?

—Sí. Mira, Brenda… Cindy y yo estábamos saliendo. Éramos algo así como novios, si se puede llamar así que digamos. Porqué ese día… me terminó.

Lo miré, sorprendida.

—¿Te terminó?

—Sí. Fue raro. Como si estuviera… diferente.

Hizo una pausa, y yo crucé los brazos, esperando que continuara.

—Mientras estábamos hablando en el vestidor, Bruno apareció. Cindy me empujó, como si no quisiera que él me viera.

Mis ojos se entrecerraron, mientras clavaba mi vista en un moretón violeta que tenía en la frente, tratando de entender hacia dónde iba todo esto.

—¿Y qué pasó después?

—Se fue con él, pero la conversación parecía rara. Me dejó tirado, yo estaba furioso. No podía sacarme de la cabeza que ella estuviera con él. Me dieron celos. Así que, cuando me quedé solo, pensando en lo ocurrido pasé por la oficina de Frédéric, vi la puerta abierta él no estaba… y entré.

Lo miré incrédula.

—¿Entraste a la oficina de Frédéric? ¿Estás loco?

—¡Lo sé! Pero tenía que saberlo, tenía que saber qué estaba pasando.

—¿Y qué viste?

Sacó su teléfono del bolsillo, encendiéndolo.

—Mira.

Me mostró un video grabado desde una pantalla con su móvil, eran de las cámaras de seguridad de la zona VIP. Reconocí de inmediato el sillón de Bruno. Y ahí estaban ellos dos. Cindy y Bruno.

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¿Qué demonios…? —mis ojos estaban clavados en la escena que se desarrollaba. Joder, que ganas de que me hagan algo así.

—Mira cómo la agarra —Señaló con el dedo la pantalla, insistiendo en que mirara ciertos momentos del video.

—Se aprovechó de ella —aseguró Gabriel, mi cara estaba roja, la escena era intensa y, para ser honesta en este momento envidiaba a Cindy. Me mojé los labios con lentitud—. Mira como la coge del pelo y luego la ahorca. Es obvio que no es normal, la estaba forzando. A demás al principio viste cuando la sentó en su pierna, ella estaba rígida y él parecía amenazarla.

Sostuve la mano de Gabriel cuando intentó apartar el móvil, y detuve el vídeo en un momento exacto, luego intenté ampliar la imagen, para ver si le podía ver el tamaño y me llevé una mano a la boca, emocionada.

—Creo que por eso no ha venido, la tiene amenazada —continuó Gabriel—. El punto es que he buscado a Rocío, para hablarlo pero ella tampoco ha venido y…

Le di a “Play” para continuar la escena, la situación me estaba poniendo caliente, y cuando digo caliente, era caliente como una gata en celo.

—¡Brenda! —chaqueó los dedos en frente de mi nariz, haciendo que lo mirara.

—Gabriel, no parece que la esté forzando para ser sincera.

—¡Claro que sí! Mira su cara, mira cómo… —señaló la pantalla retrocediendo el vídeo para mostrarme según algún punto donde ella sufría.

No podía concentrarme en sus palabras. Lo único que veía era a Cindy en una posición que nunca imaginé. Bruno tenía el control total y la muy perra tenía mejor culo de lo que se veía con ropa.

—¿Entonces qué crees? —volvió hablar Gabriel.

—¿Qué pienso de qué? Gabriel, no sé qué intentas demostrar con esto, pero… no quiero meterme en esto.

—No has visto como la trataba —se quejó con un matiz afectado.

Aclaré mi garganta y miré a la calle aún con una corriente en mi cuerpo que me ponía nerviosa. Me había excitado lo que acababa de ver. Luego miré a Gabriel.

—¿Eres virgen? —solté mirándolo fijamente.

Él pareció impresionado por mi pregunta y luego arqueó una ceja.

—No. Claro que no, ¿Por qué preguntas eso?

—Es que pareces aterrado y a algunas nos gusta que nos traten así en la cama. Yo solo estoy viendo un buen sexo.

Gabriel me miró atónito como si le hubiera insultado y luego mientras estrechaba la mirada dio un paso hacia atrás como si quisiera irse, pero lo detuve:

—¿Me pasas el vídeo, por fa? —pedí. Solo lo quería para tocarme y pensar en Bruno mientras lo veía, pero creo que mi cara me delató, porque me miró como si fuera una depravada y se alejó trotando con prisa hacia su patín eléctrico sin mirar atrás.

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