Calvin Monteverde
El amanecer asomaba tímidamente en el horizonte, pero para mí, el tiempo parecía detenido en un limbo asfixiante. Conducía por una carretera desierta, rodeado de árboles y montañas. El motor de mi camioneta rugía suavemente mientras mis ojos vigilaban cada sombra, cada curva, cada movimiento en el retrovisor. La sangre seca en mis manos y mi camisa era un recordatorio de lo que había ocurrido horas atrás. Había escapado por los pelos de un intento de asesinato, y dos de mis hombres estaban muertos después del intento de secuestro fallido. Ahora, solo tenía una misión: proteger a Patricia y a nuestro hijo, aunque eso significara despedirme de ellos para siempre.
El teléfono vibró en el asiento del copiloto. Era Rafa. Mi hermano, siempre tan calmado, siempre tan lógico, era el único en quien podía confiar plenamente. Apreté el volante con fuerza antes de contestar.
—¿Qué pasó, Rafa? —pregunté, mi voz tensa y cargada de frustración.
—No pudimos salir —respondió él,