Mundo ficciónIniciar sesiónCindy
—¿A dónde vamos? —pregunté, sintiendo cómo la presión en mis oídos aumentaba a medida que descendíamos. —Necesito resolver algo urgente, y quiero que estés tranquila y que no hagas preguntas —respondió con un tono duro. Cuando las puertas se abrieron, lo que vi me dejó sin palabras. Estábamos en lo que parecía ser un búnker subterráneo, algo muy muy grande, pero no uno cualquiera. Las paredes estaban cubiertas de armamento: rifles, pistolas, granadas y explosivos de todo tipo, perfectamente organizados en estanterías de metal que cubrían las paredes hasta el techo, como si fuera una tienda. Había mesas largas llenas de planos, laptops, y cajas que contenían municiones. Pero lo que realmente llamó mi atención fue el centro de la sala. Había una maqueta gigantesca, una representación realista de una ciudad moderna, con rascacielos, calles, y lo que parecían ser marcadores estratégicos en puntos clave. Frente a la maqueta estaban dos hombres. El primero era alto y corpulento, con un rostro marcado por cicatrices que no hacían más que añadirle un aire intimidante, aún así era bello. Tenía el pelo negro largo en una única trenza y una mirada gris fría, calculadora. Su porte me recordaba a un vikingo. Fuerte, intimidante. No tenía que decir nada para que cualquiera supiera que no era un hombre con el que quisieras cruzarte. A su lado estaba otro hombre más joven, menos imponente físicamente, pero con una mirada igual de letal. Cerca de ellos había dos mujeres, ambas vestidas de forma provocativa, con vestidos ajustados y tacones altos. El hombre corpulento habló sin levantar la mirada cuando Bruno se acercó. —Delacroix —dijo, su voz grave resonando como un trueno en el espacio cerrado—. Llegas tarde. Bruno no respondió de inmediato. Su mirada se desvió hacia la maqueta, y luego hacia los hombres armados que se encontraban distribuidos por el lugar. —Te dije que tenía algo que hacer antes Thor —siseó Bruno poniendo atención en lo que hacía él hombre. Yo permanecí en silencio, con el corazón latiendo con fuerza. Había algo aterrador en ese lugar, algo que me hacía sentir como si estuviera caminando sobre un lago de hielo delgado, y cualquier movimiento en falso podría romperlo. Thor, el hombre corpulento, finalmente levantó la vista de la maqueta al escuchar su respuesta. Su mirada se fijó en mí casi de inmediato, recorriéndome con una intensidad que me hizo sentir incómoda. No era una mirada lasciva, pero tampoco era amable. Era más bien una mezcla de curiosidad y algo que no podía descifrar. —¿Y quién es la muñeca? —preguntó, rompiendo el silencio con una voz ronca que parecía retumbar en las paredes. La pregunta me tomó por sorpresa, y por un instante no supe dónde meterme. Bruno, en cambio, no vaciló ni por un segundo. Giró ligeramente la cabeza hacia Thor, su expresión endureciéndose aún más. —Ella no es una muñeca, Thor —respondió con voz firme, cortante, como una hoja afilada—. Es alguien que se respeta. El peso de sus palabras cayó como un martillo, y por un momento el aire se congeló. Thor levantó ambas manos en un gesto de rendición, una leve sonrisa asomando en su rostro, aunque no alcanzó a sus ojos. —Entendido —dijo con un tono que combinaba respeto y una ligera burla, pero que pronto desapareció al cruzar una mirada más prolongada con Bruno. Luego se giró hacia mí y asintió con la cabeza, su actitud cambiando por completo—. Bienvenida. Un placer conocerte. —Gracias —respondí manteniendo el tono de mi voz firme. Thor me examinó por unos segundos más, pero esta vez su mirada era más contenida, menos intimidante. Luego se volvió hacia Bruno, su sonrisa más relajada ahora. —¿Es mi cuñada o qué? —indagó el vikingo. Bruno no respondió, pero le lanzó una mirada que Thor pareció entender. —Bien, bien —acusó Thor como si hubiera entendido algo que yo no y cambió de tema—. Tenemos que hablar de nuevos acontecimientos. Pero ven tienes que ver esto. Bruno avanzó hacia él, dejando apenas unos pasos entre ellos. Mis ojos se desviaban continuamente hacia las paredes, hacia las armas que parecían infinitas y letales, y hacia los otros hombres que estaban del otro lado de la sala. Habían dos chicas en una esquina rodeadas de piezas de armas como si fuera piezas de LEGO y tuvieran que armarlas o algo así. —¿Puedo dar una vuelta? —pregunté curiosa mirando hacia ellas. —Sí —contestó Bruno interrumpiendo a Thor, como si yo fuera mas importante. Le sonreí y me alejé a pasos lentos. Recorrí con la vista toda la carrocería de armamentos, mientras me acercaba a la mesa de las chicas. La mesa estaba cubierta de piezas metálicas, herramientas pequeñas y esquemas que parecían sacados de un manual militar avanzado. Las dos chicas que trabajaban allí tenían una energía distinta. Una, una rubia alta y atlética con el cabello recogido en una coleta, se movía con rapidez y precisión, casi sin pensar, como si armar artefactos peligrosos fuera algo que había hecho toda su vida. La otra, una morena de ojos afilados, cabeza raspada y mirada cautelosa, parecía más concentrada, como si calculase cada movimiento antes de ejecutarlo. Ambas irradiaban una mezcla de profesionalismo y peligro. Me acerqué con cautela, curiosa por lo que estaban haciendo. Al principio, ni siquiera levantaron la vista hacia mí, pero sabía que no era indiferencia; era el tipo de concentración que no se rompía fácilmente. —¿Qué están armando? —pregunté, cruzando los brazos frente a mí para parecer casual, aunque mi interior estaba alerta. La morena fue la primera en mirarme, alzando una ceja como si evaluara si valía la pena responderme, haciéndome saber qué entendieron mi inglés. La rubia, sin embargo, soltó un leve bufido antes de decir: —¿Te interesa o solo quieres algo que presumir en tu I*******m? El comentario me tomó por sorpresa, pero me negué a sentirme intimidada. En lugar de retroceder, di un paso más hacia la mesa. —No uso I*******m —respondí con firmeza, mintiendo, si usaba I*******m, pero quería oírme un poco peligrosa. Ambas se detuvieron, mirándome fijamente por un instante que se sintió eterno. Había algo desafiante en sus ojos, pero también una chispa comenzaba a asomarse. La rubia fue la primera en sonreír, aunque era una sonrisa ladeada, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar. —Tiene carácter —murmuró, dándole un ligero golpe en el brazo a su compañera. La morena finalmente sonrió también, aunque con meno entusiasmo. —Está bien, muñeca. Si quieres aprender, presta atención. Pero esto no es un juguete, ¿entendido? —Entendido —respondí, con un tono más firme de lo que esperaba. La rubia tomó una de las piezas de la mesa y la sostuvo frente a mí. Era un cilindro metálico con pequeños detalles que parecían demasiado complejos para ser casuales. —Esto es el cuerpo principal de una granada de fragmentación. Dentro lleva explosivos y pequeños fragmentos de metal que se dispersan cuando explota. Es lo que hace el verdadero daño. —¿Y qué están haciendo con eso ahora? —pregunté, inclinándome un poco para mirar mejor. —Revisamos cada componente antes de armarla por completo —respondió la morena—. Una falla, incluso una minúscula, y podrías volarte la mano antes de que termine el día. Sentí un escalofrío recorrerme, pero no aparté la vista. —¿Puedo intentarlo? —pregunté, sorprendiéndome a mí misma. Ambas me miraron como si hubiera dicho algo completamente inesperado. Por un momento, pensé que me iban a rechazar, pero la rubia se limitó a reírse, aunque no de una forma cruel. —Me gusta esta chica —dijo, pasando una herramienta pequeña hacia mí—. Está bien. Pero si explotas algo, es cosa tuya. La morena asintió, moviendo una pieza hacia mí. —Toma esto. Es el detonador. Conecta los cables aquí y aquí. Pero hazlo despacio. Si lo haces mal, no vamos a poder desactivarlo después. Mis manos temblaban un poco mientras tomaba el pequeño cable que ella me señalaba. Era tan delgado que parecía que podría romperse con el más mínimo tirón, pero intenté mantener la calma. —¿Así? —pregunté, ajustándolo en su lugar. La rubia observó mi trabajo antes de asentir. —No es perfecto, pero no está mal. Ahora ajusta esto. Me pasó un pequeño destornillador y me mostró dónde debía apretar un tornillo. Lo hice despacio, sintiendo cada giro de la herramienta como si estuviera manipulando algo mucho más frágil de lo que parecía. Cuando terminé, las dos chicas intercambiaron una mirada. Cómo si les agradara mi presencia comenzaron a contarme sobre más explosivos e instalaron una charla más profunda que me mantenía embelesada.






