Mundo ficciónIniciar sesiónCalvin Monteverde
La sala de reuniones de mi mansión se encontraba iluminada por la luz natural que se filtraba a través de los ventanales de vidrio, proyectando un ambiente cálido e íntimo que contrastaba con la tensión que se respiraba. Había ordenado a todo el personal permanecer fuera para garantizar la privacidad. Frente a mí, sentado en uno de los sillones de cuero, estaba Sergio Castellón, aspirante a primer ministro, con su porte altivo y mirada analítica. A su lado, Ana María D’ Castellón, su esposa, mantenía una actitud serena pero firme, como una mujer acostumbrada a los juegos de poder. Y junto a ellos, Antonio Castellón, el prometido de mi cuñada Mónica, parecía un tanto incómodo, tal vez consciente de que esta conversación no sería del todo agradable. —Señor Castellón —comencé, cruzando las piernas mientras tomaba mi whisky con calma —, debo confesar que algo ha estado molestándome profundamente desde hace unos días. El político levantó una ceja, como invitándome a continuar. —Cuando me enteré de que su hijo decidió organizar su despedida de soltero en el casino de Bruno Delacroix… Bueno, fue una bofetada. Teniendo yo una cadena de casinos exclusivos que ofrecen lo mejor del mundo, elegir a mi competencia me pareció, francamente, un insulto. Me hizo sentir que no soy bienvenido en esta familia. La sala quedó en silencio. Podía ver cómo Ana María entrelazaba sus dedos, una señal de tensión contenida. Sergio Castellón inhaló profundamente antes de responder. —Señor Monteverde, lamento mucho que lo sienta de esa manera, pero debo aclarar algo. Antonio… —Hizo un ademán hacia su hijo, quien evitó mi mirada—. Tiene esta… admiración peculiar hacia Bruno. Lo considera un visionario en el negocio de los casinos, algo que, honestamente, nunca he entendido del todo. Antonio, incómodo, murmuró algo ininteligible, pero Sergio continuó sin prestarle atención. —Por más que le insistimos en que era lógico y, diría, casi un deber ir a uno de sus casinos, señor Monteverde, él insistió en hacerlo en el de Delacroix. Quizás una especie de fantasía o curiosidad juvenil. —¿Curiosidad juvenil? —repetí, dejando mi vaso sobre la mesa con un movimiento controlado pero audible—. Estamos hablando de algo más que una simple preferencia, Castellón. Esto es dinero, prestigio y lealtad. Y no puedo ignorar el simbolismo de esa decisión. —Lo entiendo perfectamente —replicó Sergio, con un tono conciliador—. Pero no debería interpretarlo como algo personal. Es, como dije, un asunto menor, una frivolidad. Me recargué en el sillón, observándolo con detenimiento. —Sea como sea, es un detalle que no puedo pasar por alto. Especialmente cuando sé que Bruno no es solo un competidor. Según mis fuentes, está financiando su campaña, y no precisamente con migajas. El rostro de Sergio se mantuvo impasible, pero vi cómo Ana María desviaba la mirada hacia él, como si compartieran un secreto. Antonio parecía aún más inquieto. —Es cierto —dijo Sergio finalmente—. Bruno ha sido un apoyo importante en nuestra campaña. Es un hombre con recursos, influencias, y su respaldo es invaluable. Pero eso no significa que no podamos formar lazos más estrechos con usted. Después de todo, ahora seremos familia. —¿Formar lazos? —repetí con un dejo de sarcasmo—. Con todo respeto, Castellón, unir lazos familiares no será suficiente cuando sabemos que Bruno no juega limpio. Es un maestro en el arte de moverse en las sombras, y su poder no se limita a sus casinos. Estoy seguro de que sabe que tiene una protección sorprendente. —¿Protección? —preguntó Ana María con aparente interés. —Thor —dije, probando la reacción en sus rostros—. El jefe de los Lobos de Hierro. Bruno es su hombre. Cualquiera que se cruce en su camino tiene un problema con los Lobos, y no creo que necesite que le explique lo peligrosos que son. Ana María y Sergio intercambiaron una mirada. Fue rápida, pero suficiente para confirmar que la información no era nueva para ellos. Sergio cruzó los brazos y se inclinó hacia adelante. —Señor Monteverde —dijo con calma—, nosotros también hemos tenido nuestra dosis de tratos delicados. Delacroix no es el único con conexiones. Los Lobos de Hierro han sido socios importantes en nuestra financiación, y no hay espacio para un conflicto entre ambas partes. Entendemos su posición, pero traicionar a Bruno… sería como entregarnos en bandeja a Thor. Y eso no es una opción. Aquello fue un golpe, pero lo oculté bien. —¿Entonces simplemente voy a aceptar que mi familia ahora está asociada con una alianza que incluye a mis enemigos directos? —No se trata de eso —interrumpió Ana María, con un tono más suave—. Se trata de encontrar un equilibrio. Usted es un hombre poderoso, y su visión será un gran activo para nosotros. Pero lo que nos pide… implica riesgos que no podemos asumir. No con nuestras cabezas, y menos con la de Antonio. —¿Riesgos? —solté, reprimiendo la irritación—. ¿Qué tiene Bruno que todos parecen obsesionados con protegerlo. Hubo un instante de silencio. Sergio parecía medir sus palabras, mientras Ana María simplemente lo observaba. Finalmente, fue ella quien rompió el silencio. —Porque Bruno no es un simple socio —dijo, dejando cada palabra caer con peso—. Es primo de Thor. Llevan la misma sangre. No pude evitar el impacto. Aquello era un giro que no había anticipado. La conexión no era solo estratégica, sino familiar. Todo cobraba sentido: la protección, la influencia, el alcance. Un vínculo de sangre con Thor era algo que transformaba a Bruno en alguien prácticamente intocable. Mi mente comenzó a trabajar de inmediato. Esto era más grande de lo que parecía, y si jugaba mis cartas correctamente, podía usar esa información para desmantelar la red de poder de Bruno. Quizás la FIAC estaría interesada en enterarse de que Thor lo tenía por primo. —Es una revelación interesante —dije finalmente, ocultando mi creciente furia bajo una sonrisa fría—. Parece que esta unión familiar será más interesante de lo que pensé. Me complace ser Bienvenido a la familia. Sergio asintió, pero su expresión seguía siendo cautelosa. Sabía que no me había convencido del todo, pero eso no le preocupaba. Mi siguiente movimiento. Le extendí la mano la cual aceptó. —Bueno. Ha sido todo un placer tenerlos por aquí —se pusieron de pie despidiéndose. —La boda es en menos de 7 horas así que mi hijo tiene el tiempo encima —añadió Ana María. —Un buen consejo —admití, devolviéndole la sonrisa con el mismo aire calculado—. Espero que este día marque el comienzo de esa estabilidad que tanto desea. En ese momento, Ana María se acercó discretamente, su vestido de tonos claros destellando bajo la luz. —Así será —dijo Sergio—. ¿Entonces espero su presencia en la boda? Sonreí forzado. —No será posible, nada personal, pero tengo un viaje a Polonia en dos horas. —Lo entiendo —dijo Sergio—. Así es este mundo, te pierdes de cosas. Asentí. Cuando se giraron dispuestos a irse hable: —¿Bruno estará ahí? —pregunte. Ellos se miraron fue breve pero me di cuenta. —Tampoco puede —esta vez habló Antonio—. Ese hombre es mi ídolo, lástima que no podrá estar, lo que sí irá un representante de su primo Thor, va especialmente para hacer tratos con mis padres ahora que se haga está unión y puesto que la campaña se lanza ya. Sergio le lanzó una mirada violenta como si quisiera callarlo. Yo sonreí fingiendo no notar ese gesto y los acompañé a la salida.






