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Víctor
La cuñada de Calvin Monteverde había logrado lo impensable: casarse con el hijo de los Castellón, una de las familias más poderosas y controversiales del país. La unión no era un simple lazo matrimonial, sino un pacto simbólico entre dos fuerzas que habían desafiado la ley y el orden durante años. Por un lado, Monteverde, magnate de negocios ilícitos y líder en las sombras de una red de influencia que llegaba hasta las altas esferas. Por otro, los Castellón, encabezados por un postulante a la presidencia bajo el estandarte de la ANU, ese partido tan corrupto como su historia lo permitía.
Me sorprendió no ver a Bruno Delacroix, pensé que él estaba pero el condenado se guarda tan bien que a veces pienso que es inalcanzable.
La boda fue todo lo que se esperaba de una alianza de este tipo: un derroche de opulencia envuelto en un aire de hipocresía. Se celebró en una finca privada, rodeada de colinas y con un despliegue de seguridad que bien pod