Mundo ficciónIniciar sesiónCindy
Estoy nerviosa por ver a Bruno en el casino, no quiero verlo porque si lo hago, temo a que no reaccione con coherencia. Aún sigo molesta y dolida y no quiero que su presencia intervenga en la decisión que he tomado… Y, tal decisión es: Ya no quiero follar con él. Mi subconsciente suelta una fuerte carcajada burlándose de mi, ante lo pensado. Desde que lo tengo cerca las piernas me tiemblan y parece que solo piense con lo de abajo. —Te veo al rato, voy a responderle una llamada a Dan —dijo Rocío, deteniéndose frente a la entrada del personal. —Sí, cuídate —respondí con una sonrisa. La vi alejarse antes de acercarme al vestuario. Cuando entré, la escena que encontré era un tanto peculiar: un grupo de chicas estaban reunidas alrededor de un pequeño pastel con velas encendidas, cantando “Cumpleaños Feliz” en un coro desentonado. No me detuve demasiado en la celebración. Dejé mi mochila en el banco y comencé a vestir mi uniforme. Mientras me cambiaba, noté que Brenda, que solía ser la primera en estas reuniones, no estaba entre las presentes. En cambio, Dayana estaba sentada en un banco cercano, mirándose al espejo de mano con concentración. —¿Qué tal? —le pregunté por cortesía, mientras abotonaba mi blusa. —De la cagada. Me salió una maldita espinilla —respondió sin levantar la vista. El bullicio de las felicitaciones y las risas de las chicas seguían presentes. Apenas había terminado de vestirme cuando la puerta del vestuario se abrió y entró Lorena. El silencio que se produjo fue tan abrupto que no pude evitar girar la cabeza. Las risas y los murmullos se apagaron de inmediato, sustituidos por un murmullo bajo y casi imperceptible. Todas las miradas se desviaron hacia Lorena, aunque ninguna fue directa. Había algo extraño en el ambiente, como si de repente la temperatura hubiera bajado. Lorena no dijo nada. Caminó hasta su casillero con la cabeza alta, pero su mirada traicionaba un leve rastro de incomodidad. Ya vestía su uniforme y parecía estar revisando algo en su monedero. Su presencia parecía dividir la habitación, y una a una, las chicas comenzaron a salir del vestuario, murmurando algo entre dientes. Me quedé mirando la puerta cerrarse detrás de ellas, frunciendo el ceño. ¿Qué demonios estaba pasando? Dayana, que había estado observando todo mientras seguía examinando su espinilla, bufó. —No les hagas caso, son unas estúpidas. Lorena no respondió, pero la tensión en su mandíbula hablaba por sí sola. —¿Qué ha pasado? —pregunté finalmente, sin poder evitarlo. Dayana soltó el espejo y suspiró, como si no tuviera intención de contarme nada, pero al final cedió. —Un asqueroso se aprovechó de Lorena —dijo, con desdén—. Y esas idiotas la critican. Incluso se estaban burlando de ella el otro día. Me quedé helada. Sentí una mezcla de rabia e incredulidad. ¿Cómo podían burlarse de alguien en una situación así? Antes de que pudiera responder, unos golpes suaves resonaron en la puerta del vestuario. Una voz masculina, grave y áspera, preguntó desde el otro lado: —¿Se puede pasar? Intercambié una mirada con Dayana. Yo ya estaba vestida, así que respondí: —Sí, adelante. La puerta se entreabrió, y la cara de Frédéric, apareció en el marco. —Cindy y Dayana, son las únicas que faltan por firmar el acuerdo —anunció con tono neutro. Entró por completo y nos acercó una hoja a cada una. Me acerqué para tomar el portapapeles que extendía, sintiendo que el aire en la habitación todavía estaba cargado de algo más que formalidades laborales. Leí todo lo que pude y finalmente firmé. Lorena salió del lugar y cuando Dayana entregó su hoja firmada Frédéric aplaudió tres veces con palmadas secas y altas. —Vamos a trabajar chicas. Los clientes ya están llegando y el jefe anda de malas. Dayana y yo salimos y nos fuimos a nuestras respectivas tareas. Pensé que iba a ver a Bruno, no por qué quisiera, claro… sino por qué Frédéric había dicho que andaba de malas y… bueno di por hecho que estaba aquí pero no. La jornada fue transcurriendo y no hubo nada novedoso. La noche había sido tranquila pero larga. Cuando se terminó la jornada una de las chicas anunció que ya habían pagado la quincena, que revisáramos nuestro banco virtual en el teléfono. Algunas estaban feliz, porqué según cuando habían eventos en el mes: como la despedida de soltero. Había un gran extra que a todas las ponía contentas. El lugar estaba quedando vacío. Y el turno ya había acabado, así que no me quedé al cotilleo de las chicas, porque realmente no estaba atenta a su conversación. En toda la jornada estuve un tanto distraída y a ratos molesta. Me dirigía al vestuario con los pensamientos revoloteando en mi cabeza. Bruno. Era el que ocupaba gran parte de ellos. La manera en que su mirada tricolor podía desarmarme ahora mismo me enfurecía. Sentía un nudo en el pecho, una mezcla de dolor y rabia que no sabía cómo deshacer. Cuando estuve a punto de entrar a la zona de vestuarios, me topé con Gabriel. Él estaba apoyado en la pared, como si me hubiera estado esperando. Siempre amable, siempre atento, desde el primer día en el almacén. —Cindy —dijo, su voz temblorosa pero con intención—, ¿podemos hablar? Lo miré, un poco sorprendida por su tono, y asentí casi automáticamente. No tenía ganas de charlas, pero su expresión reflejaba algo urgente, algo que parecía importante para él. —Sí, claro —respondí, con más formalidad de la que pretendía. El pasillo seguía vacío, las otras chicas aún no salían, así que le señalé la puerta al final del corredor. —Vamos allí, afuera —sugerí. Gabriel caminó a mi lado en silencio, y cuando llegamos, me recosté contra la pared fría. Él parecía nervioso, como buscando las palabras correctas para lo que quería decir. Su mirada era intensa pero no invasiva, como si intentara medir mi reacción antes de hablar. Yo, por mi parte, estaba distraída. Su presencia era fuerte, con esa apariencia de chico bueno y trabajador, pero mi mente seguía atrapada en un bucle. Bruno. Necesitaba sacarlo de mi cabeza y mientras más deseaba aquello, más parecía mantenerse. Cuando Gabriel se acercó más, su altura y su cuerpo fornido llenaron el espacio entre nosotros. Apenas noté su proximidad hasta que estuvo tan cerca que sentí su respiración. Él apoyó una mano junto a mi cabeza y guardó la otra en el bolsillo. Mi corazón latía, pero no por él. De pronto, me tomó del mentón con una suavidad inesperada, obligándome a mirarlo. Sus ojos estaban llenos de algo que no esperaba: una mezcla de ternura y valentía contenida. —Cindy —dijo, su voz baja pero firme—, en este lugar lleno de reglas y de gente, siento que no debería hacer esto. Desde la primera vez que te vi, algo en ti me cautivó, y cada vez que te veo entrar o salir del casino, siento que no puedo conformarme con solo mirarte. Me gustas mucho. Sus palabras eran sinceras, tanto que me dejaron muda. Pero no fue su confesión lo que hizo que mi corazón tamborileara. Era la culpa, la frustración, y esa maldita sensación de que mi mente no estaba aquí, con él, sino con alguien más. Gabriel había sido lindo conmigo desde el momento cero. Pero no podía negar que lo que sentía por Bruno era un incendio incontrolable, aunque me doliera admitirlo. Y la confesión de Gabriel no me hizo sentir nada, ni siquiera hubo una maldita mosca revoloteando en mi estómago, nada. Miré sus labios, intentando enfocarme en ellos, buscando una chispa que nunca llegó. Gabriel era guapo, amable, de esos chicos que te tratan como una princesa, algo que siempre había creído querer. Pero no sentía ese deseo desenfrenado que me desbordaba con Bruno. El silencio se alargó, y Gabriel, notando mi confusión, habló de nuevo: —Dime algo, linda —pidió, su voz temblando apenas. Levanté la mirada, encontrándome con sus ojos llenos de nervios. Me mordí el labio, un gesto automático cuando me sentía atrapada entre decisiones. Asentí lentamente, no porque estuviera convencida, sino porque necesitaba algo, cualquier cosa, para distraerme de Bruno. Necesitaba con urgencia correr detrás de algún sentimiento que me haga girar la cabeza en otra dirección que no sea, Delacroix. —Sí, salgamos —dije al fin, como si traicionarme a mí misma fuera la única salida. Gabriel sonrió, una sonrisa que parecía iluminar su rostro entero. Alzó una mano para acariciar mi mejilla, y yo, en un impulso que no entendí del todo, levanté la mía para acercarme más. Quizás si lo beso pueda sentir algo nuevo. Y antes de que nuestros labios se encontraran, una voz fría y autoritaria interrumpió el momento. —¡Gabriel!, amonestación por lo que están haciendo. Me giré rápidamente para encontrarme con Frédéric, su expresión severa y firme. —No se permiten este tipo de conductas, y menos con la situación actual en el casino —continuó, Frédéric cruzando los brazos. Gabriel retrocedió, visiblemente incómodo. —Estoy fuera de mi horario laboral, señor —respondió, intentando mantener la compostura. Frédéric entonces me miró a mí, su mirada penetrante como una espada. —¿Y tú? —preguntó, señalándome con la barbilla. —También estoy fuera de mi horario —respondí, tratando de no parecer intimidada. —Pero sigues llevando el uniforme —dijo, zanjando la cuestión con un tono que no admitía réplica—. A mi oficina, ¡ahora! Gabriel y yo intercambiamos una mirada antes de empezar a caminar, pero Frédéric levantó una mano para detenernos. —Tú no, Cindy. Solo Gabriel. —Lo justo sería que nos amonestaras a los dos —protesté, con el corazón latiéndome en la garganta. Frédéric negó con un gesto frío. —Tu jefe directo es Delacroix. Yo me ocupo de Gabriel, y él se ocupará de ti. Lo vi alejarse con Gabriel detrás de él, sintiéndome atrapada en una maraña de emociones: Dios mío. Yo no quería enfrentarme a él, no podía.






