Calvin Monteverde
El cigarro en mi mano se ha consumido casi por completo sin que apenas le haya dado una calada. Lo miro, apenas consciente de que el tiempo ha pasado. Solo me doy cuenta cuando la ceniza cae sobre mi pantalón y me quema el dorso de la mano. Maldigo en voz baja y aplasto la colilla contra la tierra húmeda. Tres días. Han pasado dos jodidos días desde que El Fiero se fue con mi esposa, y no tengo ni una puta señal de él. La ansiedad se me mete en los huesos como un veneno lento. Se suponía que solo la llevaría a la FIAC, entregaría la información y volvería. Pero no volvió. No hay llamadas, no hay mensajes. Solo silencio. Y eso es lo que más me jode, porque el silencio en mi mundo nunca es buena señal. Estoy sentado al pie de un árbol viejo, rodeado de hojas secas que crujen cada vez que cambio de postura. La casa en la que me refugio es una de mis propiedades más importantes, aunque no figure en ningún puto registro. Me aseguré de que así fuera. Aquí no me encuentran a menos que alguien me traicione. Y eso es lo que más me preocupa últimamente. Mis hombres rondan la zona, disimulando. Sé que algunos son leales, como Morales. Sé que otros solo me siguen porque aún me temen. Pero no puedo confiar en nadie al cien por ciento, no ahora que nos están cazando como si fuéramos perros callejeros. Los Lobos de Hierro están en la mira de todos, y yo soy su maldita presa. Cierro los ojos un segundo. Pienso en todo lo que puede haber pasado. ¿Interceptaron a El Fiero? ¿A mi esposa? ¿Se vendió? No, joder. El Fiero es leal. Lo ha demostrado más de una vez. Pero el problema de este negocio es que la lealtad no siempre es suficiente. Muerdo el interior de mi mejilla hasta sentir el sabor metálico de la sangre. No puedo permitirme quebrarme. Esto no es más que otra jugada en el tablero, otra partida de ajedrez donde tengo que anticiparme a los movimientos de mis enemigos. Pero el problema es que no sé quiénes son todos mis enemigos. Morales lleva horas metido en la casa, pensando, maquinando, como si estuviera resolviendo un problema matemático imposible. Es lo que hace. Su mente funciona en patrones y estrategias. Yo soy más visceral, más instintivo. Pero ahora mismo, ninguno de los dos tiene suficientes piezas para armar el puto rompecabezas. Entonces, una voz me llama desde lejos. —¡Jefe! Me incorporo de inmediato, mi corazón se acelera como si el grito fuese la antesala de una tragedia. Camino con pasos rápidos, las hojas secas crujen bajo mis botas hasta que llego donde está Morales. Su expresión es seria, como siempre, pero hay algo en sus ojos que me dice que lo que va a soltar no me va a gustar. —Dime que tienes algo, joder. Morales me observa un segundo antes de hablar, como si midiera cada palabra. —Las campañas del partido ANU han empezado. Frunzo el ceño. —¿Y qué coño me importa a mí eso ahora? Morales suspira, como si le costara explicarlo. —Algunas fuentes de la ciudad dicen que el evento va a ser enorme. Multitudes en las calles, periodistas, políticos, seguridad a lo cabrón. Y ya sabemos que ese partido tiene a su gente en los Lobos de Hierro. Me cruzo de brazos, intentando seguir su línea de pensamiento. —¿Y? —Y —dice él, mirándome como si fuera un idiota—, es el momento perfecto para moverte sin que nadie se fije en ti. Mezclarse en la multitud, buscar información, cambiar de sitio… o camuflarte. Lo miro como si estuviese loco. —¿Para qué carajo me expondría en plena campaña electoral? ¿Para qué, Morales? Él esboza una media sonrisa, pero sin rastro de humor. —Para encontrar a alguien que puede salvarte el puto pellejo. Entrecierro los ojos. —¿Quién? —Makena Okoye. El nombre no me suena, y él lo nota. —Es un cirujano plástico africano. De los mejores. He escuchado que ha trabajado con gente influyente, políticos, empresarios… y también con criminales de alto nivel que necesitaban desaparecer. Cambios drásticos, Calvin. Rostros nuevos. Identidades nuevas. La idea me golpea como un tren en marcha. No es descabellado. No en mi situación. Me quedo en silencio, procesándolo. Morales me observa, esperando a ver si lo descarto o si muerdo el anzuelo. Y lo estoy mordiendo. Puta madre. —¿Y dónde se supone que encuentro a ese tipo? Morales esboza una sonrisa apenas perceptible. —Déjamelo a mí. Pero primero, dime si te interesa. Me paso una mano por el rostro. Esto no es lo que planeaba. No ahora. Pero joder, quizás sea la única forma de sobrevivir. —Tú y yo sabemos que es cuestión de tiempo, que den contigo, no hay quien sobreviva a Thor. Puede tardar lo que tarde, pero al final te caza. Mató al príncipe de Liechtenstein. Levanto la vista y lo miro pensando de forma veloz. —Hazlo. Encuéntralo. Morales asiente, sin necesidad de más palabras. El juego acaba de cambiar. Y ahora, es mi turno de mover. Él se largó y yo me metí a la propiedad. Yo entraba y salía de la propiedad sin parar analizando, pensando. La noche cayó sobre la propiedad como un manto pesado. Mis hombres siguen rondando el terreno, algunos con la mirada inquieta, otros con la indiferencia de quienes han vivido tantas guerras que ya no les importa cuándo caerá la siguiente bala. Yo, en cambio, no puedo relajarme. El tabaco en mi mano vuelve a consumirse sin que lo fume. No hay señal de El Fiero. Aún pienso en eso. No hay noticias de mi esposa. Y ahora, tengo en mente la puta idea de desaparecer. Porque eso es lo que significa el plan de Morales. Si Makena Okoye es tan bueno como dice, si de verdad puede cambiarme la cara, entonces ya no seré Calvin Monteverde. No oficialmente. No en la superficie. Y eso, si me sé manejar me da una ventaja increíble. El pensamiento me jode más de lo que debería, pero no tengo tiempo para autocompasión. Me pongo de pie, respiro hondo y camino hacia la casa, donde Morales está sentado junto a un mapa extendido sobre la mesa. —Hablé con alguien que nos puede llevar hasta Okoye —dice sin levantar la vista—. Pero hay un problema. Me cruzo de brazos. —Siempre lo hay. Morales levanta la mirada y me estudia. —El tipo no se mueve sin dinero. Y no cualquier cantidad. —¿Cuánto? —Dos millones en criptomonedas, transferidos a una wallet específica. No en efectivo. Es la forma más segura para ellos, sin rastros. Manejan el lavado de activos cuando se trata de casos como estos. Silencio. —Hay que hacerlo rápido, porque si algo sale mal, podrían congelarme las cuentas. Y no es el dinero lo que me preocupa —digo después de unos segundos—. Es que si alguien como él acepta mi efectivo, también puede aceptar de quien quiera encontrarme. Morales asiente. —Por eso hay que hacerlo bien. Nada de intermediarios. Nada de tratos a medias. Si te haces un cambio de cara, tiene que ser bajo nuestras reglas. Lo medito. No me gusta depender de nadie. Pero tampoco me gusta la idea de terminar con un balazo en la cabeza por ser demasiado orgulloso para ver una salida cuando la tengo enfrente. —¿Dónde está? —pregunto finalmente. —En Miami. —Morales me observa con atención—. Y el mejor momento para moverte es durante la campaña de ANU. Gruño, porque no me hace gracia la idea de meterme en esa multitud. Demasiados ojos, demasiadas cámaras. Pero también demasiada confusión. Y en este momento, la confusión puede ser mi mejor aliada. No para el mundo sino para esa maldita entidad que está en todos lados. —Dime que tienes un plan —digo. Morales sonríe. —Siempre. —Coge tu nena que vamos a dar un paseo. Alcanzo mi pistola y lo sigo. ══━━━━✥◈✥━━━━══ Chic@s que tal (◍•ᴗ•◍)❤ . Me alegra que hayan tomado el tiempo para acompañarme en este pequeño tramo de la historia. Si algo te ha interesado o te ha dejado pensando, me encantaría saberlo. ¡Nos vemos en el próximo capítulo! Creo que las cosas se están poniendo interesantes por aquí. ¿Ustedes qué dicen? ¡Las leo!