Calvin Monteverde
El cigarro en mi mano se ha consumido casi por completo sin que apenas le haya dado una calada. Lo miro, apenas consciente de que el tiempo ha pasado. Solo me doy cuenta cuando la ceniza cae sobre mi pantalón y me quema el dorso de la mano. Maldigo en voz baja y aplasto la colilla contra la tierra húmeda.
Tres días.
Han pasado dos jodidos días desde que El Fiero se fue con mi esposa, y no tengo ni una puta señal de él.
La ansiedad se me mete en los huesos como un veneno lento. Se suponía que solo la llevaría a la FIAC, entregaría la información y volvería. Pero no volvió. No hay llamadas, no hay mensajes. Solo silencio. Y eso es lo que más me jode, porque el silencio en mi mundo nunca es buena señal.
Estoy sentado al pie de un árbol viejo, rodeado de hojas secas que crujen cada vez que cambio de postura. La casa en la que me refugio es una de mis propiedades más importantes, aunque no figure en ningún puto registro. Me aseguré de que así fuera. Aquí no me encuentran