Brenda
El reflejo en el espejo me devolvía la imagen de una mujer que, a simple vista, parecía perfecta, porque lo era. Mi cabello, recogido en una coleta alta, sin un solo mechón fuera de lugar. Mi maquillaje, impecable, con el labial farmacéutico que deslizaba ahora sobre mis labios como el toque final. Pero detrás de esa imagen pulcra, el cansancio se escondía en mis ojos. Los últimos días en el casino habían sido una tormenta. Algo en el ambiente se sentía pesado, cargado de una tensión que no terminaba de disiparse. No era nada concreto, pero mi instinto me decía que había problemas cociéndose en la sombra. Problemas que, tarde o temprano, me estallarían en la cara. Hoy había llegado tarde, algo poco común en mí. Como jefa, solía presentarme con al menos media hora de anticipación, revisando que todo estuviera en orden antes de que el lugar abriera sus puertas a la clientela selecta de la zona VIP. Pero esta vez tenía una justificación. Había pedido permiso a Frederic, alegando una cita médica. Claro, no le dije la verdadera razón. No era algo que él necesitara saber, que iba a ponerme un poquito de ácido hialurónico en los labios. Traía las manos un poco resecas. Saqué un pequeño frasco de crema de mi bolso y empecé a aplicármela con movimientos lentos, distraída en mis propios pensamientos. No tenía prisa, Dayana, la encargada de suplirme en mi ausencia, tenía el mando hasta que yo llegara. Entonces, la puerta se abrió de golpe y, como un rayo, Dayana entró. Ni siquiera se molestó en saludar. Solo se acercó a mí y dejó caer un sobre blanco sobre el banco de metal, justo a mi lado. El sonido del papel golpeando la superficie me sacó de mi ensimismamiento. Levanté la vista hacia ella con el ceño fruncido. Su expresión era un caos: sus labios entreabiertos como si hubiera corrido hasta aquí, los ojos muy abiertos y el rostro crispado en una mezcla de desesperación y tensión contenida. Miré el sobre. Estaba mal rasgado, como si lo hubieran abierto con prisas, y en su interior una hoja sobresalía a medio sacar. Sentí un cosquilleo de incomodidad en la nuca. Con un gesto lento, lo tomé entre mis manos y deslicé la hoja con cuidado. Lo primero que vi fue una palabra. "Positivo". Fue automático. Mi cerebro procesó la información en un segundo. Una prueba de embarazo. Mi ceja se arqueó con una mezcla de sorpresa y diversión, y giré la vista hacia Dayana. —¿Qué es esto? —pregunté, con una ligera sonrisa irónica, agitando el papel entre mis dedos. —¿No has leído? —su voz tenía una carga de urgencia que no me pasó desapercibida—. Tenemos un problema. Mi mirada descendió de nuevo a la hoja y leí un poco más arriba. No tardé en confirmar lo que ya suponía. Era una prueba de embarazo. Levanté la ceja otra vez y miré a Dayana con una expresión sarcástica. —¿Tenemos? ¿Yo te embaracé o qué? Ella resopló con fastidio y me miró con dureza. —No te burles. Es de Lorena. La sonrisa se desvaneció de mis labios. —¿De Lorena? —repetí, sintiendo cómo mi estómago se apretaba en un nudo. Mis ojos subieron rápido a leer al dueño de la prueba por primera vez. —Sí. —Dayana cruzó los brazos y respiró hondo, como si estuviera reuniendo paciencia—. Es del tipo que la abusó. La información cayó sobre mí como una losa. Sentí que el aire en la habitación se volvía denso de repente. M****a. Apreté la mandíbula, luchando contra la irritación que empezaba a arder en mi pecho. —Eres la jefa, Brenda. Ella no quiere abortarlo. Dice que sus principios no se lo permiten —continuó Dayana con el mismo tono tenso—. Pero quiere hablar con el padre. Pide que le digas a Frederic. El enojo fue instantáneo. Me giré hacia ella con incredulidad. —¿Que le diga a Frédéric? —repetí, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar—. ¿Para qué? ¿Para que lo resuelva como por arte de magia? —No es tan simple, Brenda —insistió Dayana—. No se trata solo de eso. —Pues dile que se olvide. No voy a meterme en este problema. —Mi tono fue tajante. Sentí que la presión en mi cabeza aumentaba—. Estoy caliente con Frédéric por una información. No voy a ir a meterme en esto también. Pero Dayana no se echó atrás. Con un movimiento brusco, me arrebató la hoja de las manos y me miró con firmeza. —No puedo decirle eso —soltó con un tono que me indicó que ya había intentado convencer a Lorena sin éxito—. Porque ella dice que sabe quién es. —¿Cómo que sabe quién es? —solté con frialdad, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda. —Dice que lo vio por la tele. Sentí que la sangre me bajaba de golpe. —¿Por la tele? Dayana respiró hondo y asintió. —Sí. Dice que lo vio y se puso a investigar. —Se mordió el labio antes de soltar la bomba—. Es el hijo del aspirante a primer ministro. El silencio se hizo pesado. Mi mente trabajaba a toda velocidad. El hijo del primer ministro. M****a. Ahora sí que estábamos jodidas. —Dile que hemos firmado un acuerdo de confidencialidad, que no puede exigir nada. —Brenda —zanjo muy seria—. Dice que quiere hablar con el padre o va a demandar el casino. Le dije que no podía hacer eso, pero me aseguró que ha grabado algo confesando todo lo ocurrido y que si le pasa algo, una persona va a llevar la denuncia como prueba, que sabe que Frédéric conoce a los clientes y quiere que lo hagan venir. Me levanté de mi sitio muy preocupada. La muy maldita no es tan idiota. —Ese hombre está casado Dayana —dije pero la verdad fue por inercia, un comentario al viento. Le arrebaté el sobre a Dayana y suspiré. —Veré que hago dame un momento y te digo. Pero desde ya te aviso que no creo que esto salga bien. Salí. El pasillo hacia la oficina de Frédéric se sentía más largo de lo habitual. Cada paso resonaba en mis oídos como un eco lejano, amortiguado por el peso de mis pensamientos. Sostenía el sobre con la prueba de embarazo en mi mano, con los dedos apretados alrededor del papel como si quisiera absorber el problema y hacerlo desaparecer. ¿Qué demonios iba a decirle? No había una forma fácil de soltar una bomba como esta. Podía entrar y soltarlo sin rodeos: "Lorena está embarazada de un hijo no deseado, y lo peor es que el padre es el hijo del aspirante a primer ministro." O podía tantear la situación, medir la reacción de Frédéric antes de darle la peor parte. Pero ¿de qué serviría? Él iba a odiar esta noticia de cualquier manera. Apreté la mandíbula y me detuve frente a la puerta. Inhalé hondo, preparándome para levantar la mano y tocar. Justo en ese momento, un grito atravesó el aire como un puñal. Un grito de dolor. Mi corazón se encogió de golpe, y mis músculos se tensaron. No era un grito normal. Era algo crudo, arrancado de la garganta de alguien que estaba sufriendo. Y venía de adentro de la oficina. El pulso me martilló en las sienes mientras me pegaba a la puerta, conteniendo la respiración. —¡Por favor…! ¡Frédéric, te juro que no fui yo! Esa voz… Se me heló la sangre. Era Gabriel. Pero ahora su voz estaba quebrada por el pánico. —Cállate. —La voz de Frédéric sonó como un latigazo. No alzó el tono, pero cada palabra era más letal que la anterior—. Cállate antes de que te calle yo. Hubo un ruido sordo, como un golpe de carne contra carne. Gabriel gimió. Tragué saliva y cerré los ojos un segundo, debatiéndome entre entrar o largarme de ahí antes de meterme en un problema mayor. —Al jefe no le ha gustado saber que le has estado viendo el culo a su mujer. Abrí los ojos de golpe. ¿Qué? Mi mente tardó un segundo en procesarlo. ¿Mujer? El jefe. Frédéric no hablaba de sí mismo. Hablaba del verdadero dueño de todo esto. De él. Bruno Delacroix. Tenía mujer. Mujer. Mi respiración se volvió errática. No entendía nada. ¿Por qué nadie sabía de esto? ¿Por qué era un secreto? Dentro de la oficina, Frédéric siguió hablando con el mismo tono gélido. —Filtrar ese video no estuvo bien, Gabriel. Mi estómago se revolvió. ¿Video? Me llevé una mano a la boca entendiendo todo, ¿Era ese vídeo? No podía ser… su mujer. ¿Hablaba de Cindy? —¡No fui yo, joder! —Gabriel jadeaba, y su voz sonaba rota—. ¡Te lo juro, Frédéric! Otro golpe. Un sonido seco, como si su cuerpo hubiera chocado contra el suelo o contra un mueble. Me llevé una mano a los labios para acallar mi propia respiración. —Mírame a los ojos y dime que no fuiste tú. El silencio se hizo eterno. Luego, la voz temblorosa de Gabriel: —N-no fui yo… —¿Entonces las cámaras mienten? Otro golpe. Algo se rompió. Quizá un hueso. Gabriel soltó un alarido desgarrador. —Frédéric, por favor… ¡no me hagas esto! ¡Tengo familia! —Sí, y si tu familia quiere seguir viviendo tranquila, mejor se acostumbren a tu ausencia. Un sollozo ahogado. Gabriel estaba llorando. Sentí que mis piernas temblaban. —¡Te lo dije aquella maldita vez, cuando te amonesté! —gruñó Frédéric—. Te dije que le quitarás los ojos de encima, porque era del jefe, todos en este casino con dos neuronas funcionando decentemente saben que si algo dice: Delacroix, todo el mundo se tiene que apartar. —¡No fui yo! ¡Te lo juro, no fui yo! Silencio. Un clic metálico. Mi cuerpo entero se tensó. —¡Por favor, no! ¡Frédéric, dame otra oportunidad! ¡Te lo ruego! Mis ojos se llenaron de lágrimas. Sentía náuseas y mareos por la impresión de lo que estaba oyendo. —No me gustan lo que muerden la mano de quien le da de comer. —¡Te juro que no lo hice! —Pues júraselo a Dios en persona. El disparo resonó como un trueno en la habitación cerrada. Mi mente se apagó. Mis piernas cedieron y sin poder soportarme me fui hacia atrás sintiendo que me faltaba el aire ante el impacto de mi cuerpo. Y después, todo se volvió negro cuando mi cabeza chocó en el suelo.