Bruno
El sol se filtraba entre las nubes grises de la mañana, proyectando destellos irregulares sobre el asfalto. Mis manos estaban en los bolsillos del pantalón, el rostro impasible mientras observaba la escena frente a mí. Cindy abrazaba a Rocío con fuerza, sus cuerpos temblando por una mezcla de nostalgia y alivio. No me acerqué. No soy ese tipo de hombre. Me limité a mirar, memorizando la forma en que sus dedos se aferraban, como si quisieran detener el tiempo. Dan cerró la última maleta y la cargó en el maletero del coche de lujo que había mandado para ellos. Negro, impecable, con vidrios polarizados. No era ostentación, era seguridad. Dan se acercó después, su expresión tensa, pero sus ojos reflejaban gratitud. —Gracias por todo, Bruno —dijo, extendiendo la mano. La estreché con firmeza, sin palabras.. Él sabía lo que eso significaba—. La casa, el dinero… No sé cómo podré devolverlo. —No tienes que hacerlo —respondí, breve. Asintió, comprendiendo que ahí terminaba la conversación. Luego subió al auto, Rocío tras él, lanzando una última mirada hacia Cindy. Ella levantó la mano, sus ojos brillando por la despedida. Me acerqué entonces, despacio, hasta quedar a mí lado. Se iban a ir 5 semanas atrás, pero con lo ocurrido en el casino y la preocupación constante que sentía Cindy, se quedaron unas semanas más. Las cosas se habían calmado bastante, mi hombro ya no era un problema. El auto desapareció en la distancia, dejando solo el eco tenue de sus neumáticos sobre el asfalto. Dan y Rocío ya estaban fuera de mi radar. Yo también iba de salida. Ya estaba listo. La chaqueta perfectamente ajustada, el reloj marcando el tiempo con precisión en mi muñeca. —¿Ya te vas? —preguntó, Cindy su voz más suave de lo habitual. Me volví ligeramente para verla. Sus brazos cruzados sobre el pecho no eran por frío. Era nerviosismo. —Reunión con Thor —respondí, directo. Ella se quedó en silencio un segundo, luego dio un par de pasos hacia mí. Se detuvo justo lo suficientemente cerca para que pudiera ver la tensión en su mandíbula, el pequeño frunce en su ceño. —Hoy es mi prueba con Marco —murmuró, bajando la mirada por un instante. Lo sabía. Claro que lo sabía. Pero eso no cambiaba nada. Hoy me tenía que ir. —Lo sé —respondí. Cindy frunció levemente el ceño. —Quería que estuvieras aquí. Me quedé mirándola un momento. Podía decirle que lo intentaría, que haría lo posible, pero sería una mentira. Y yo no miento. No para cosas que importan. De alguien que me importa. —No puedo. Ella no se apartó. No cruzó los brazos en defensa ni fingió que no le importaba. Dio un paso más hacia mí, con el mentón en alto y la fragilidad oculta tras esa mirada decidida que solo mostraba cuando estaba al borde de romperse. —¿Y si fallo? Mis manos se movieron por instinto, encontrando su cintura, firme y pequeña entre mis dedos. La atraje hacia mí, sintiendo la tensión en su cuerpo, la lucha entre su miedo y su orgullo. —No vas a fallar. No era una promesa vacía. Era un hecho. La prueba de Marco era dura, pero yo la había visto conducir en los últimos días, me había traído siete ardillas y un halcón. Había superado los obstáculos sin muchos problema dos veces en los últimos tres días en la pista cerrada. Tenía más fuerza de la que creía, y si aún no lo veía, lo haría después de esta prueba. Ella suspiró, sus dedos rozando el borde de mi chaqueta, como si necesitara aferrarse a algo más sólido que sus propios pensamientos. —Quería que me vieras hacerlo bien. No respondí de inmediato. Porque ahí estaba el problema. No era cuestión de verla. Yo también quería verla, pero realmente no podía. —Cuando tengas la fase dos, estaré ahí. Lo prometo. Sus ojos buscaron los míos, asegurándose de que hablaba en serio. Lo hacía. Y ella lo supo sin que tuviera que repetirlo. Se acercó un poco más y me besó. No fue un beso rápido ni uno suave. Fue uno de esos que se quedan en la piel, en la memoria, como una marca invisible. Respondí con la misma intensidad, sosteniéndola con fuerza, como si pudiera quedarme con una parte de ella antes de irme. Cuando se separó, sus labios aún rozaban los míos. —Ten cuidado. Solo asentí. No era un hombre que respondiera a advertencias. Pero esta vez, la suya me importaba. Más de lo que estaba dispuesto a admitir. Antes de abrir la puerta, la miré una última vez. —Vas a hacerlo bien. —Eso espero —levantó la mano cruzando dos dedos como señal de suerte. Yo estaba seguro de que sí, de que iba a poder hacerlo. Estaba tranquilo con respecto a eso. Solo faltaba que Marco me mandara la ruta, yo la seguiría desde el rastreador que le coloqué en la parte superior del brazo y, desde donde esté veré si lo ha conseguido. Y entonces me fui, dejando atrás algo que no podía llevar conmigo, pero que tampoco podía soltar. El trayecto fue precavido. Me movía con sigilo y teníamos hombres vestidos de civil en todas las zonas. Informaban de cualquier movimiento extraño. El edificio del centro era un bloque de acero y cristal que dominaba la avenida principal. Subí directo al último piso. Thor ya estaba ahí, junto a dos de mis hombres. La vista desde las ventanas era amplia, abarcando la ciudad como si fuera un tablero de ajedrez. —¿Todo en orden? —pregunté, sin rodeos. Thor asintió. Su rostro era una máscara de calma, pero sus ojos, fríos y calculadores, reflejaban la tensión del día. —Los resultados llegarán en menos de cuatro horas. Tenemos contactos en la ANU que nos avisarán antes del anuncio oficial. Me acerqué a la ventana, observando las luces parpadeantes de la ciudad. Cada decisión que había tomado me había llevado hasta aquí. Cada movimiento, cada traición, cada muerte. Y, sin embargo, mi mente no estaba del todo en eso. Pensé en Cindy. Pensé en la promesa que le hice. Y por primera vez en mucho tiempo, me pregunté si el poder seguía siendo lo único que realmente quería. El reflejo de la ciudad parpadeaba en el cristal, distorsionando las luces en líneas irregulares. Los edificios parecían insignificantes desde esta altura, piezas de un tablero en el que siempre había tenido el control. Pero mi mente no estaba en el tablero. No en la ANU, ni en los resultados de las elecciones que podrían redirigir el flujo de poder en la ciudad. Estaba en ella. Cindy. Su voz aún resonaba en mi cabeza. “¿Y si fallo?” Esa fragilidad disfrazada de determinación. Ese miedo contenido detrás de su orgullo. No sabía en qué momento exacto ella había empezado a ocupar ese espacio en mi mente, que lo abarcaba todo, primero era solo esos ojos y, ahora era toda ella. ¿Cómo lo había hecho? Solo sabía que estaba ahí. Como una grieta invisible en una superficie que creía impenetrable. Una muy grande que existía y que me gustaba. —¿Pensando en el poder o en ella? —la voz de Thor rompió el silencio, cargada con ese tono burlón que le era tan natural. Me giré lentamente, encontrándome con su expresión habitual: media sonrisa torcida, ojos entrecerrados, como si estuviera esperando que reaccionara. No lo hice. Solo lo miré. Eso bastó para que soltara una risa suave. —Relájate, Delacroix. Soldado caído, ¿He?, lo supe desde el búnker —dijo, caminando hacia mí mientras sacaba una pequeña caja negra del bolsillo de su chaqueta—. Aunque claro, según tú, eso era para los débiles, ¿no? Extendió la caja hacia mí, mas pequeña que la palma de su mano. Simple. Sin adornos. Solo eso: una caja, aterciopelada. —Aquí está lo que me pediste. El que elegiste tú, por cierto —añadió, con una ceja levantada—. No podía dejar que arruinaras tu reputación apareciendo en una tienda para esto. Me debes una. La tomé sin responder, sintiendo el peso ligero en mis dedos. No la abrí. No hacía falta. Sabía exactamente lo que había dentro. Thor se recargó contra la pared, cruzando los brazos, su sonrisa aún presente. —Debo admitir que tienes buen gusto… mandado a hacer especialmente para ella “Eclipse de Fuego” —lo miré y él sonrió—. Me lo dijo la chica, diste las indicaciones exacta de como lo querías. Piedra principal: Diamante rojo intenso de 5 quilates, talla cojín. Piedras secundarias: Dos zafiros azules de Cachemira de 1,5 quilates cada uno en forma de lágrima. Montura: Platino puro con detalles en oro rosa de 18 quilates en la base interior, un toque secreto visible solo para quien lo lleva. El aro está pavimentado con micro diamantes incolor. —¿Eres la puta FIAC o que coño? —musité arqueando una ceja—. Solo tenías que pasar por él y ya. Thor hizo una mueca y dijo: —Solo quería saber por qué costaba 6.5 millones de dólares… —su tono no guardaba sorpresas sino burla, como quien busca tocar en una llaga ajena—, aunque, ¿quién lo diría? Bruno Delacroix, el tipo que decía que el amor era una distracción innecesaria, ahora lleva esto en el bolsillo —hizo un gesto hacia la caja con la barbilla, divertido. No le di el gusto de responder a su provocación. En el fondo sabía que solo estaba lavando los trapos que yo mismo ensucié con mis palabras, era cierto todo lo que decía y, realmente no me molestaba lo que estaba diciendo. Pasé el pulgar por el borde de la tapa, sintiendo la textura suave, casi como si pudiera adivinar su contenido solo con el tacto. Luego la guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta, justo sobre el pecho. No pesaba mucho. Pero se sentía como si lo hiciera. Me acerqué de nuevo a la ventana, ignorando la risa suave de Thor detrás de mí. Observé la ciudad con una calma que no sentía del todo. Pensando en promesas, en elecciones, en decisiones que cambian el curso de las cosas. Esto no era algo porqué ella quisiera, sino porque yo quería hacerlo. Porque ella había desajustado algo en mi cabeza desordenando todo al punto de sentirme idiota. Idiota por ella. No sabía cuándo se lo daría. Ni siquiera si lo haría. Pero ahí estaba. Cerca de mí. Tan cerca como Cindy en mi mente. —Delacroix —me llamó para mostrarme algo en la pantalla enorme que estaba frente a nosotros. Me acerqué concentrado en eso. Todo había empezado.