omnisciente

Narrador Omnisciente

El sol de la tarde caía con intensidad sobre la ciudad, tiñendo los edificios de un tono dorado. Cindy y Marco salieron de la mansión de Bruno en un coche de alta gama, de esos que mezclaban elegancia con potencia. La gran estructura de piedra y acero quedó atrás, con sus muros altos, cámaras de vigilancia y guardias discretos pero atentos.

Marco conducía con su habitual seriedad, las manos firmes en el volante y la mirada clavada en la carretera. No hablaba mucho; nunca lo hacía a menos que fuera necesario. Su mente estaba ocupada con lo que estaba por venir. Miró de reojo a Cindy, que iba en el asiento del copiloto, ajustándose el cinturón con movimientos algo tensos. Cinco semanas de entrenamiento la habían endurecido, pero este examen no era cualquier cosa.

"Espero que esté lista", pensó Marco, aunque no lo dijo en voz alta. Cindy había demostrado determinación, reflejos y valentía, pero hoy iba a ser su mayor prueba. Era la primera vez que la soltaría completamente sola en la ciudad bajo condiciones reales.

Desde el principio, Bruno había dejado claro lo que esperaba de él: "Haz que aprenda a conducir como si su vida dependiera de ello". Y Marco lo había hecho. La había presionado, la había puesto en situaciones límite, la había forzado a mejorar. Y aunque nunca se lo dijo, le sorprendía lo bien que lo estaba haciendo.

Pero esto no era un simple ejercicio. No era una práctica en un circuito cerrado o en una carretera aislada. Hoy, Cindy tendría que enfrentarse a la ciudad real, con tráfico, peatones, imprevistos y, sobre todo, con una persecución simulada que pondría a prueba su capacidad para escapar.

Marco sacó su teléfono mientras conducía y escribió un mensaje rápido a Bruno:

"Iniciando prueba. Circuito según lo acordado."

Bruno no tardó en responder con un simple "Ok".

Marco guardó el teléfono y suspiró, sintiendo la ligera presión en su pecho que siempre tenía antes de cualquier misión complicada. Esta vez no se trataba de él, sino de Cindy. Si algo salía mal, no solo significaría su fracaso como instructor, sino que habría consecuencias más graves. Bruno no era un hombre que tomara riesgos a la ligera.

El tráfico era moderado mientras avanzaban hacia el punto de inicio del recorrido. Cindy miraba por la ventana con el ceño fruncido, concentrada. Se notaba que estaba nerviosa, pero también determinada. No iba a fallar.

—¿Lista? —preguntó Marco sin apartar la vista del camino.

—Sí —respondió ella con voz firme, aunque él notó un leve temblor en sus manos—. Recuerda, el control mental, lo es todo.

Marco esbozó una sonrisa apenas perceptible. Sabía lo que estaba sintiendo. Adrenalina, expectación, miedo. Todo mezclado en un cóctel que podía ser tanto un impulso como un obstáculo.

—Bien. —Apretó un poco más el volante—. Cuando lleguemos, te explicaré los últimos detalles.

Siguieron avanzando. La ciudad estaba más bulliciosa de lo normal, algo que Marco había previsto. Las campañas electorales habían convertido algunas calles en un caos de gente, pancartas y gritos. Había movimientos extraños en algunas zonas, pero no eran su problema.

A medida que se acercaban al punto de inicio, Marco volvió a revisar su teléfono, asegurándose de que todo estuviera en orden. Sabía que Cindy tendría que enfrentarse a cuatro motocicletas y un coche que tratarían de impedirle llegar al destino. Era un simulacro de persecución, diseñado para ponerla en una situación extrema sin que realmente hubiera un peligro real…

Cuando finalmente llegaron, Marco apagó el motor y bajó del coche. Cindy hizo lo mismo, estirando los brazos y moviendo los hombros en un intento por relajarse.

—Escucha bien —dijo Marco, mirándola a los ojos—. Aquí empieza tu prueba. Te diré el recorrido una sola vez.

Cindy asintió, atenta.

—Vas a manejar sola. Tienes que llegar al punto de encuentro en el menor tiempo posible. No importa cómo. Si tienes que correr, corres. Si el coche no sirve, lo abandonas. Pero debes llegar.

—Entendido.

Marco hizo una pausa antes de continuar.

—En el camino habrá cuatro motocicletas y un coche que intentarán impedir tu paso. No son reales, son parte del entrenamiento. Pero debes tratarlos como si lo fueran. Si te atrapan, estás muerta.

Cindy tragó saliva, pero no apartó la vista de él.

—Tienes diez minutos para llegar —continuó Marco—. Pero te daré quince.

Ella frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Porque sé que en diez es imposible. —Marco miró su reloj y luego volvió a fijar la vista en ella—. Y porque quiero ver cómo manejas la presión.

Cindy respiró hondo y cerró los puños.

—Estoy lista.

Marco sacó su cronómetro y lo mostró.

—En cuanto lo active, corres.

Ella subió al coche y encendió el motor. El rugido del motor llenó el aire. Marco vio cómo ella se acomodaba, ajustaba el asiento y tomaba el volante con firmeza.

"Vamos, demuéstrame de qué estás hecha", pensó.

Presionó el cronómetro.

—¡Tiempo!

Cindy pisó el acelerador y salió disparada.

Marco sonrió apenas. "Está a tope", pensó. Pero su satisfacción duró poco.

Su teléfono vibró en su bolsillo. Lo sacó y vio el nombre en la pantalla. Bruno.

Frunció el ceño. No era normal que Bruno llamara en medio de la prueba. Contestó de inmediato.

—¿Sí?

La voz de Bruno llegó con un tono tenso, algo que rara vez se notaba en él.

—¡No la saques! ¡No la saques a la calle!

Marco sintió un escalofrío en la espalda.

—Bruno… ella ya salió.

Hubo un silencio pesado. Luego, la voz de Bruno explotó al otro lado del teléfono.

—¡Tráela de vuelta ahora mismo! ¡Esa zona no es segura!

Marco sintió cómo se le congelaba la sangre.

—¿Qué está pasando?

—¡La FIAC está cubriendo toda el área! ¡Nos están buscando!

Marco palideció. Miró la calle por donde Cindy había desaparecido.

—Voy por ella.

Bruno no respondió. Se escuchó un ruido de fondo y luego la llamada se cortó.

Marco sintió una presión en el pecho que no había sentido en mucho tiempo. Esto no era una simple prueba.

Marco guardó el teléfono con manos tensas. Su mandíbula estaba apretada, su corazón golpeando fuerte en su pecho. No tenía margen de error. Cindy ya estaba en movimiento y él tenía que alcanzarla antes de que todo se saliera de control.

Se metió a otro coche, encendió el motor y aceleró de golpe. El rugido del motor resonó en sus oídos mientras tomaba la primera curva cerrada sin reducir velocidad. Su único pensamiento era encontrarla antes de que la FIAC lo hiciera.

Al otro lado de la ciudad, en un lujoso edificio con ventanas polarizadas, Bruno Delacroix cerró los ojos con furia mientras colgaba el teléfono. Se encontraba en una sala privada, sentado frente a Thor, estaban allí para esperar el resultado de los votos a la campaña de los Castellón.

El ambiente en la habitación era tenso. Bruno tenía el ceño fruncido, los nudillos blancos por la presión que ejercía sobre el brazo del sillón.

Thor, con su eterna cara de arrogancia, inclinó la cabeza.

—¿Problemas?

Bruno se levantó de golpe.

—Necesito un momento.

Thor no insistió. Sabía que Bruno no explicaba nada que no quisiera explicar.

Bruno salió de la sala, caminó a paso firme por el pasillo y marcó el rastreador del coche de Cindy. La pantalla de su teléfono mostró la ubicación en tiempo real. Moviéndose rápido. Demasiado rápido.

"Dime que solo estás siguiendo el plan, Cindy", pensó.

Pero Bruno no se engañaba. No creía en coincidencias y sabía que el flujo de seguridad en la zona no era casualidad. La FIAC había estado pisándole los talones durante días, y ahora, con una campaña política llenando las calles, era el escenario perfecto para que lo atraparan.

Si detectaban su presencia, no lo soltarían.

Encendió su coche y aceleró con la frialdad calculada de un hombre que ha estado en persecuciones reales demasiadas veces.

Mientras…

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