Brenda
Al girar una esquina, me encontré con Cindy. Ella estaba allí, como si el destino hubiera decidido colocarla en mi camino justo en ese momento. Nos cruzamos, y por un instante, nuestras miradas se encontraron. Sus ojos azul intenso parecían atravesarme, como si pudiera ver cada pensamiento que cruzaba mi mente. Su expresión era tranquila, casi indiferente, pero había algo en su mirada que me ponía nerviosa. No me atreví a decirle nada, y ella tampoco habló. Pero sabía lo que tenía que hacer. Si no podía enfrentarla, debía encontrar la forma de acercarme. Sino puedes contra tu enemigo, únete a él. Si la fase de amenaza con Frédéric no había funcionado, siempre hay plan B. —Cindy —la llamé para alcanzarla, mi voz más suave de lo que esperaba. Ella se detuvo y me miró por encima del hombro, sus labios curvándose en una pequeña sonrisa. —¿Qué pasa, Brenda? —preguntó, su tono neutral, como si no le sorprendiera mi presencia. Me acerqué, tratando de parecer tranquila aunque mi corazón latía con fuerza. —Quería disculparme —dije rápidamente, intentando sonar sincera—. Sé que las cosas no siempre han sido fáciles entre nosotras, y... bueno, creo que he sido injusta contigo. Cindy alzó una ceja, claramente intrigada por mi repentino cambio de actitud. Pero no dijo nada, solo asintió ligeramente y continuó caminando hacia el vestidor. Yo la seguí, tratando de no parecer demasiado ansiosa. Cuando entramos al vestidor, el lugar estaba vacío, como lo había supuesto. Las demás chicas aún no llegaban, y el silencio del lugar solo aumentaba mi nerviosismo. Cindy se dirigió a su casillero y comenzó a sacar su uniforme, moviéndose con una gracia que no podía ignorar. Me quedé cerca, abriendo mi propio casillero, aunque no podía evitar observarla de reojo. Su cabello castaño claro, con mechones rubios que parecían brillar bajo la luz del vestidor, caía en suaves ondas hasta rozar su cintura. Sus movimientos eran fluidos, y su rostro, con esos rasgos delicados y ojos de un azul intenso, parecía sacado de una revista. Cindy era el tipo de mujer que llamaba la atención sin siquiera intentarlo, quizás por eso el jefe puso los ojos en ella, pero… yo también era bonita y me atrevería a decir que podría competir con su encanto, así que… me molestaba que la atención fuera para ella. Mientras nos vestíamos, no pude evitar que mi mente divagara hacia las cosas que había escuchado sobre ella en la última semana, no estaba en la zona VIP pero me encargué de estar al día en todo los chismes. Y… ¿Será cierto lo que dicen? Las demás chicas comentaban que Cindy tenía algo con el jefe, que lo había tocado en la sala VIP como si fuera lo más normal del mundo. Pero no podía saber si era cierto, en el fondo yo también lo creía o pero quizás eran rumores malintencionados. Respiré hondo y me armé de valor para hablar. —Cindy —comencé, tratando de sonar casual mientras me ponía la blusa del uniforme—. ¿Puedo preguntarte algo? Algo... personal. Ella me miró de reojo, sin dejar de ajustarse el cinturón del uniforme. —Depende de lo que sea —respondió, con un tono calmado pero ligeramente alerta. —Es sobre lo que se dice... sobre ti y el jefe. —Solté las palabras rápidamente, como si decirlas de golpe hiciera que fueran menos incómodas—. Las chicas comentan que te vieron tocándolo en la sala VIP hace unos días. Cindy se detuvo por un momento, sus manos descansando en su cintura mientras giraba la cabeza para mirarme. Por un instante, pensé que se iba a molestar, pero en lugar de eso, una pequeña sonrisa se formó en sus labios. —¿Eso dicen? —preguntó, con una ligera risa en su voz. Luego negó con la cabeza, como si la idea le resultara absurda—. Las chicas siempre tienen algo que decir, ¿no? Pero fuera verdad o no, eso no le importa a nadie. Su respuesta me dejó confundida. No parecía molesta, pero tampoco confirmó ni negó nada. Cindy era un enigma. Cindy se encogió de hombros y siguió ajustando su uniforme con una calma que me resultaba desconcertante. Yo me quedé en silencio unos segundos, tratando de procesar su respuesta, pero no podía dejarlo ahí. —Pero... —dije, dudando un momento antes de continuar—. No te lo pregunto por chismosa, es solo... bueno, parece que el jefe te tiene algo de preferencia. Cindy me miró directamente, esta vez sin la sonrisa que había mantenido hasta ahora. Su expresión se volvió más seria, pero no agresiva, como si estuviera evaluando si debía decirme algo más o simplemente dejar el tema. —¿Preferencia? —repitió, sin mirarme. —Pues si —me acerqué con movimientos calculados—. Igual, lo decía para que tengas cuidado, no es como que seas la primera que el jefe se lleva a la cama. Mientras te folle, te tratara bien, luego, quizás te manda a los baños como a mí. «¡Bingo!». Eso último, la hizo mirarme y pude leer en su cara algo raro que realmente no pude descifrar pero, algo había. Era como si intentara saber cuánta verdad habían en mis palabras. Bajé la mirada hacia mi uniforme, fingiendo estar ocupada ajustando mi blusa, pero no podía dejar de sentir su mirada sobre mí. —Perdón si te ofendí —dije en voz baja, sintiéndome un poco más satisfecha de lo que quería admitir—. Solo... no quiero meterme con la persona equivocada. Ya tengo suficientes problemas. Cindy suspiró y, para mi sorpresa, se sentó en el banco del vestidor, a mí lado, cruzando una pierna sobre la otra, mientras se recogía el cabello en una coleta alta que le daba un aire aún más elegante. —No me ofendiste —musitó finalmente, su tono más suave—. Pero te daré un consejo, Brenda: este lugar es un campo minado. Si no quieres problemas, aprende a caminar con cuidado y a mantenerte fuera del radar. Y, sobre todo, nunca creas todo lo que escuchas. Y, aléjate de mi, tengo problemas mentales, aunque no soy Delacroix, también soy peligrosa. Sus palabras tenían un peso que no podía ignorar. No eran solo un consejo casual; eran una amenaza. Me quedé sentada en el banco unos minutos más, sola en el vestidor vacío. Mi mente seguía dándole vueltas a lo que había pasado en la oficina con Frédéric y lo que había dicho Cindy. Pero yo tenía las cosas claras, Delacroix, la había blindado y prácticamente yo no podría enseñorearme de ella, sin embargo, si podría hacerle la vida imposible.