Noche peligrosa

Cindy

Rocío tenía el día libre por qué según le debían un día festivo que trabajó, y, la suertuda mañana tampoco trabaja al igual que yo. Por eso vine sola e intenté llegar lo más temprano posible… lo que no esperaba era encontrarme a Brenda y esa disculpas ni un niño se la cree.

Después de esa crazy conversación con Brenda, no me quedó otra que respirar hondo y seguir adelante. Me dirigí hacia la zona VIP del casino, como quien busca una bocanada de aire fresco en medio del humo denso. Caminaba despacio, pero mis pasos resonaban con firmeza en el suelo. El ambiente ahí siempre era más tranquilo, más exclusivo. Al cruzar las puertas, algo me hizo detenerme en seco.

Todo estaba cambiado.

Las mesas que solían estar perfectamente alineadas, como soldados en formación, habían sido movidas. Algunas máquinas tragamonedas, esas que parecían inamovibles, habían sido desplazadas hacia las paredes, dejando un espacio amplio en el centro. Y en ese centro, bajo las luces cálidas del techo, habían instalado barras de pole dance. No una ni dos, sino varias, estratégicamente distribuidas, con focos de neón rojo y morado apuntándoles directamente. La atmósfera era eléctrica, pero también... Erótica.

Alzando una ceja mientras mi mirada recorría el lugar. ¿Qué rayo estaban intentando hacer aquí? ¿Desde cuándo este casino había decidido cruzar esa delgada línea entre el lujo elegante y al descaro?

—¡Si yo quedé igual, es vulgar! —la voz de Brenda resonó detrás de mí, suave, pero con un toque de ironía que me hizo rodar los ojos.

Me giré ligeramente, sin llegar a mirarla de frente. No necesitaba verla para saber que llevaba esa sonrisa ladina que usaba cada vez que pensaba que tenía razón.

Avancé hacia la barra sin decir más. Brenda siempre estaba al acecho, buscando la manera de demostrar su autoridad o sacarme de mis casillas, pero no iba a darle el gusto. No hoy.

Joaquín estaba detrás de la barra, limpiando la barra con la precisión de alguien que lleva años en el oficio. Levantó la vista al verme y su rostro se iluminó con una sonrisa.

—Cindy ¿Qué tal? —me saludó mientras colocaba una copa impecable sobre la repisa.

—He visto cosas más raras, pero esto se lleva el premio —reí, señalando hacia las barras de pole dance con un gesto de la cabeza.

Joaquín soltó una carcajada.

—¿Algo fuerte para olvidar o para sobrevivir? —invitó, sacando una bebida.

—Déjame probar esa bebida de ahí —señalé dónde porque no conocía el nombre y la botella lucía muy sostificada.

Joaquín se movió como si fuera una orden.

—¿Se puede beber en horario laboral? —cuestiona Brenda.

—Habló la rescatada —se burló Joaquín soltando una sonora carcajada.

Ella lo miró mal y rodó los ojos.

Mientras Joaquín me preparaba un trago, Brenda se acercó más, fingiendo estar ocupada revisando algo en su móvil. Su presencia siempre tenía un peso, como si llenara el espacio con una energía que exigía atención.

—Y.. —hablé a Joaquín señalando—. ¿Qué van hacer?

—Hoy el casino tiene sus puertas cerradas para el público —comentó.

—¿Y eso? —pregunté, volviendo mi atención a Joaquín.

Algunas chicas comenzaron a entrar, mirando el lugar como yo lo hice cuando entré.

Él se encogió de hombros mientras vertía el licor en una coctelera.

—Despedida de soltero. Al parecer, el hijo del futuro ministro ese que se está postulando en el partido ANU, decidió que este era el lugar ideal para celebrar su última noche de “libertad”.

—¿El hijo del ministro? —pregunté, con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Ciertamente aquí venían personas de élite.

—Sí, ya sabes, uno de esos chicos mimados que se creen dueños del mundo porque papi y mami tienen dinero y poder —explicó Joaquín, haciendo un gesto exagerado con las manos que me sacó una risa breve.

Brenda, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, no pudo resistirse a intervenir.

—Hay que reconocer que es una oportunidad única para el casino —comentó, con los ojos brillando de algo que no supe si era ambición o simplemente satisfacción—. No son muchas las afortunadas que pueden cazar a un hombre de esos.

—Claro —respondí, mi tono cargado de sarcasmo mientras señalaba una de las barras que ahora destacaba en el centro del salón—. Se ve que ha de ponerle los cuernos seguido. La decoración grita: sexo, por doquier.

Joaquín apenas pudo contener la risa. Brenda, por su parte, soltó un suspiro audible, como si mi comentario fuera una muestra de mi supuesta ignorancia.

—Al menos sabemos que a su futura esposa, el dinero no le faltará en casa —añadió, con un tono que pretendía ser serio, pero que a mí me sonó ridículo.

Dejé escapar un suspiro, ignorándola deliberadamente mientras tomaba el trago que Joaquín había preparado.

—Oye, Joaquín, ¿por qué será que no eligieron una discoteca? Suena más... acorde con lo que parecen buscar.

Joaquín me lanzó una mirada divertida mientras recogía otra copa.

—Supongo que buscaban algo más exclusivo. O al menos eso dijeron los organizadores. Ya sabes cómo son estos tipos, creen que el lujo es solo cuestión de cuánto puedes pagar. No todo el mundo puede darse el lujo de decir que cerró uno de los casinos de Delacroix por toda una noche.

Mis ojos volvieron a recorrer la sala. Las luces neón, los sofás de terciopelo rojo, los accesorios obvios de una fiesta hecha para impresionar: bandejas con botellas de licor carísimas, cigarrillos finamente dispuestos en cajas de plata, e incluso pequeños arreglos de flores en las mesas. Todo gritaba ostentación.

—Esto promete ser... entretenido —dije finalmente, tomando un sorbo de mi trago.

Brenda me lanzó una mirada elocuente como si quisiera hacerme saber qué estaría pendiente de cada uno de mis movimientos, lista para señalar cualquier error.

El aire comenzó a cambiar a medida que las luces del casino bajaban de intensidad, bañando la sala con tonos rojizos y morados.

Las chicas ya prácticamente todas habían llegado y una que otra que no conocía pero que por su vestimenta deduje que debía ser alguna de las bailarinas.

—Voy al lío —dije alejándome de la barra.

Me acerqué a Lorena una chica que mas o menos llevaba mi tiempo aquí.

—Hola —dijo con un tono suave cuando estuve a su lado.

—Hola —sonreí.

—Me ayudas —pidió dándose la vuelta para que le suba el cierre de la falda.

—Listo —terminé con el ruido exacto de un movimiento.

—Gracias —dijo alisando su falda.

Ella levantó la vista ante un ruido de la puerta principal, yo también miré.

La primera tanda de invitados estaban llegando, poco después de las ocho. Hombres jóvenes, vestidos de manera impecable pero con un aire de desenfado que delataba su falta de preocupación por las reglas. Trajes perfectamente ajustados, relojes caros que parecían brillar con su propia luz, y actitudes que gritaban privilegio. Caminaban con confianza, como si el mundo entero les perteneciera, y al entrar, se detenían un momento para admirar la transformación del lugar.

—Esto es… impresionante —murmuró uno de ellos, un joven alto de cabello oscuro que parecía ser el líder del grupo.

Pronto, los demás comenzaron a esparcirse por la sala, ocupando los sofás, pidiendo tragos a las chicas que llevaban bandejas perfectamente equilibradas, y mirando a las barras de pole dance.

—Vamos —le dije para empezar a trabajar.

Yo iba moviéndome como si fuera mi primer día, estaba embelesada en cosas que se me hacían curiosas pero sin descuidar lo que hacía.

Las chicas comenzaron a moverse por la sala, cada una con un propósito claro: atender a los invitados y mantenerlos cómodos. Sus movimientos eran elegantes y profesionales, pero se notaba que estaban alertas, sabiendo que una palabra o gesto fuera de lugar podía cambiar el ambiente en cualquier momento.

Todas servíamos copas caras, el pedido favorito: Bourbon.

Recogí un vaso de cristal, mientras observaba de reojo al tipo que tenía al lado, él encendía un cigarro con una precisión impecable.

Me alejé y fui a ver si encontraba algo más por la zona, la noche apenas empezaba y no había mucho por hacer, aún.

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