Juego de Lealtades

Brenda

La zona estaba distinta pero no puse mucho asunto. La luz suave de las lámparas del bar VIP me daba la sensación de estar sumergida en una burbuja que se alejaba de la realidad. Estaba sentada en una silla alta, cerca de la barra, dándole vueltas a mi vaso como si tuviera algo dentro que me dijera lo que tenía que hacer. Pero no lo tenía. Estaba vacía, como la bebida que me miraba desde el cristal.

Joaquín no dejaba de mirarme. Podía sentir sus ojos, aunque no los mirara directamente. Su mirada era fija, inquisitiva, como si quisiera rasgarme el alma. No lo hacía a propósito, no era su intención, pero se notaba. Su presencia me incomodaba más de lo que podía admitir. Al final, no pude evitar mirarlo de reojo.

— Suéltalo ya. ¿Qué es lo que traes? —dijo, su voz llena de un tono bajo que hacía que mis entrañas se retorcieran.

Lo miré por un instante, sin inmutarme. Traté de mantener mi postura indiferente, aunque sabía que no podía ocultar lo que sentía en ese momento. Mi mente estaba llena de cosas que no quería compartir, y menos con alguien como él, alguien que podía ver a través de mí de una manera que me resultaba incómoda.

—No seas cotilla —respondí, con la voz suave pero firme. Mi tono sonaba más frío de lo que quería, pero era lo único que podía ofrecerle.

Joaquín se encogió de hombros, sin dejar de observarme. Su gesto indicaba que no pensaba detenerse allí.

—Hoy vuelves a la zona VIP. Deberías de estar contenta, ¿no? —dijo, con una ligera sonrisa en sus labios, como si fuera una observación inocente.

Mi mandíbula se tensó. La sonrisa de Joaquín me irritaba, pero no porque me molestara que estuviera allí, sino porque me recordaba lo que había pasado exactamente una semana atrás.

Ese momento en que mi posición dentro del casino había cambiado, y no para bien. Pensaba que ya había superado lo que había ocurrido, que había dejado atrás el ridículo y la vergüenza de haber sido mandada a los baños, a esa zona donde las chicas más "comunes" del casino pasaban el tiempo.

Las risas a mis espaldas, los murmullos que siempre se colaban en el aire cuando me encontraba cerca... Todo eso se había quedado conmigo. Y no lo podía quitar.

Miré a Joaquín una vez más, pero esta vez lo hice con desdén. Ni siquiera respondí a su provocación. Sabía que, de alguna manera, él se divertía con mi incomodidad, pero no iba a dejarlo. Me levanté de la silla sin decir palabra, ni siquiera para despedirme. Tomé mi móvil y me dirigí a la salida del bar VIP, dispuesta a ir a la oficina de Frédéric.

Mientras caminaba por los pasillos, mi mente no dejaba de dar vueltas. Sabía que debía hablar con él.

No podía quedarme callada más tiempo. Necesitaba que alguien me tomara en serio, que dejara de ser vista como una simple pieza de cambio dentro de este lugar. Pero, ¿cómo podría explicarlo? ¿Cómo podría decirle a Frédéric lo que realmente pensaba sin que se lo tomara a mal?

Apreté la mandíbula con fuerza. Todo el camino, me estuve repitiendo lo que quería decir, lo que iba a decir. Finalmente llegué a la puerta de la oficina de Frédéric. Toqué con firmeza, y cuando me dio permiso para entrar, la puerta se abrió ante mí como una invitación al terreno de lo desconocido.

Ya había estado aquí antes, pero siempre la iba reformando y…

La oficina de Frédéric era un lugar impresionante. Sabía que las oficinas de los altos cargos del casino estaban pensadas para impresionar, y la suya no era la excepción.

Las paredes de un gris oscuro estaban decoradas con cuadros abstractos, y el escritorio de madera pulida y oscura se encontraba en el centro de la sala, con una computadora grande que mostraba múltiples pantallas, todas llenas de datos y cámaras de seguridad. Era un espacio que reflejaba poder y control, y yo no podía evitar sentirme pequeña frente a él.

Me quedé en la entrada por un momento, observando la escena. Frédéric estaba sentado, con los ojos fijos en la pantalla. No me miró al principio, y eso me hizo sentir aún más insignificante. Pero sabía que él era el único que podía darme lo que necesitaba, o al menos lo que pensaba que necesitaba.

Finalmente, me adentré en la oficina y me senté en la silla que él me indicó. Lo hice con una postura de supremacía, como si nada pudiera tocarme. Mi mirada estaba fija en él, pero él no me prestaba mucha atención, y eso me irritaba más. Estaba más preocupado por lo que veía en las pantallas que por lo que pasaba en la habitación.

Hubo un momento de silencio, uno incómodo, en el que me quedé observando cómo Frédéric revisaba una y otra vez las cámaras. Como si estuviera buscando algo específico, pero nada a la vez. Como si estuviera comprobando que todo estuviera en su lugar. Finalmente, no pude soportarlo más.

—No quiero que el jefe vuelva a mandarme a los baños o alguna otra zona común —solté de golpe, sin saber si estaba lista para decir lo que realmente pensaba.

Frédéric se detuvo un momento y me miró. Su rostro no mostró ni asombro ni sorpresa, solo una expresión neutral, como si todo fuera un simple inconveniente más. Luego, soltó un "ajá", y volvió a lo suyo.

Mi ceño se frunció, y por un instante me sentí como una tonta. ¿Así me iba a tratar? ¿Como si fuera una idiota que no tiene nada que aportar? No podía quedarme callada.

—Tengo información importante, valiosa, por la cual quiero que se me trate con respeto —dije, esta vez más firme, con más decisión en mi voz.

Frédéric me miró con un atisbo de interés, como si ya no fuera solo una molestia. Como si, de alguna manera, lo que estaba a punto de decir podría ser relevante para él. Alzó una ceja, invitándome a continuar, pero no lo hizo con la urgencia que yo esperaba. No, él simplemente me observó, esperando que yo hablara.

No era el momento para titubear. No iba a retroceder ahora.

— ¿Qué tipo de información es tan importante como para ordenarle, al mismísimo Delacroix, dónde puede o no ponerte? —cuestionó Frédéric, con un tono sarcástico, aunque sin perder su aire de indiferencia.

Me mordí el labio inferior, mirando hacia abajo un momento, como si estuviera evaluando mis palabras. Lo que iba a decir era algo macabro, algo que podría cambiarlo todo, pero no podía retroceder. No ahora. Mi respiración se aceleró un poco antes de soltar la bomba:

—La semana pasada... vi cómo sacaban un cadáver del estacionamiento.

El silencio que siguió fue ensordecedor.

La habitación pareció congelarse en el momento en que solté esas palabras. El aire, que había estado cargado de tensión, se volvió aún más denso. Frédéric dejó de mirar la pantalla de su computadora y finalmente me observó con atención. Durante unos segundos, no dijo nada, solo me miró, evaluando lo que acababa de decir. Estaba claro que le había sorprendido, aunque su rostro se mantenía implacable, como siempre.

—¿Un cadáver? —preguntó finalmente, su voz baja pero firme, como si estuviera buscando la forma de tomar control de la situación sin perder la calma.

Asentí, sintiendo cómo mi pulso se aceleraba. La conversación había tomado un giro completamente inesperado, pero de alguna manera, sabía que este era el punto de no retorno. Había dado el paso, y no había marcha atrás.

—Lo vi... lo sacaron del estacionamiento. Estaba tapado, pero podía ver los zapatos. Y el coche, el que lo sacó, era uno de los que frecuentan la zona de Delacroix —respondí, sin apartar la mirada. No podía darme el lujo de parecer débil. Mi voz tembló ligeramente, pero lo controlé lo mejor que pude.

Frédéric no reaccionó inmediatamente. Durante unos segundos, su rostro permaneció impasible, como si estuviera masticando la información, analizando cada palabra. Parecía que mi confesión le había dejado más perplejo que asustado.

—¿Y qué quieres que haga con eso? —dijo al fin, su tono más neutral que nunca, casi desconcertante. No me sorprendió su falta de reacción, ya que, sabiendo lo que era Frédéric, sabía que tenía una capacidad impresionante para mantener el control en cualquier situación.

Lo miré, el nudo en mi estómago apretándose cada vez más. Yo no quería hacer todo esto más grande, pero no podía quedarme callada. Ya había dicho lo que sabía, pero la duda seguía presente, la incertidumbre me devoraba por dentro.

—Quiero que se me respete. No quiero seguir siendo vista como alguien que puede ser ignorada o enviada a cualquier lugar por capricho —dije, mi voz más firme esta vez. Sentía una mezcla de ansiedad y rabia. Esto era mucho más grande de lo que había imaginado, pero lo único que podía hacer ahora era mantenerme erguida y fuerte.

Frédéric no dijo nada durante uno momento, mientras mi confesión seguía flotando en el aire entre nosotros. Finalmente, se recostó en su silla y entrelazó los dedos sobre su abdomen. Su mirada se volvió más afilada, como si de repente estuviera sopesando algo más, algo que no había considerado antes.

—¿Qué buscas Brenda? ¿Ser la siguiente? —preguntó, esta vez más calmado, pero su tono era más calculador.

"¿Ser la siguiente?" Un escalofrío recorrió mi espalda, haciéndome sentir vulnerable como nunca antes.

—No. Yo…

—Si sabes lo que te conviene en este lugar, vas a fingir que no haz visto lo que acabas de decir que haz visto.

Tragué saliva.

—Oh… —se inclinó hacia mi con una amenaza en los ojos que me hizo temblar—. Dime si eso es un problema para ti.

Negué con la cabeza, sintiendo una urgencia por salir de allí. Yo sabía que era arriesgado venir hacer eso, pero… creo que me pasé de estúpida.

—Me quedó claro…

—¿Algo más? —inquirió Frédéric alzando una ceja.

—No… Creo que voy a retirarme —dije parándome de súbito.

Respiré profundamente, intentando calmarme.

Mis pasos resonaban en el pasillo vacío mientras me dirigía al vestidor.

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