Mundo de ficçãoIniciar sessão━━━━━━◎━━━━━━◎
Cindy La noche anterior había sido un infierno. No porque Bruno se quejara—jamás lo hacía—sino porque podía ver la tensión en su cuerpo, la forma en que apretaba los dientes cada vez que se movía, la rigidez de su postura mientras intentaba disimular el dolor. Pero yo lo conocía. Sabía que, aunque actuara como si la bala que había rozado su hombro no fuera nada, su cuerpo estaba sintiendo cada punzada. Aún así, cuando desperté, lo encontré en la sala, duchado y vestido con su habitual elegancia oscura. La camisa negra, desabrochada en el cuello, dejaba ver parte del vendaje que cubría su hombro. En su mano descansaba un vaso con whisky, algo inusual para la mañana, pero después de la noche que había tenido, no dije nada. Yo estaba de pie junto a la mesa de centro, con el cachorro en los brazos, al cual decidí nombrar: bombón. Por qué fue lo primero que pensé cuando lo vi. Bruno me miraba y yo estaba observándolo en silencio cuando el timbre en la puerta nos interrumpió. Bruno ni siquiera se inmutó. —Es la doctora —murmuró con su tono bajo y seguro. Fui yo quien abrió la puerta. Diciéndole a Melva, la ama de llaves que abriría. Era una mujer de unos treinta años, de cabello castaño recogido en una coleta impecable, con un maletín negro en la mano y una expresión profesional, aunque su mirada se clavó directamente en Bruno, ignorándome por completo. —Bruno —dijo con una leve sonrisa de confianza. —Adelante —dije. Ella entró con familiaridad, sin siquiera dirigirme una mirada. Caminó hasta la mesa de centro y dejó el maletín con la eficiencia de alguien que ha hecho esto muchas veces. Sin más, se puso los guantes y sacó su material. —Siéntate derecho —le ordenó sin preámbulos. Bruno no respondió, pero se acomodó en el sillón, dándole acceso a su hombro. Yo me quedé de pie a un lado, observando la escena acariciando al cachorro que, era grandote para ser un bebé, pero está raza así era. —Necesito ver la herida sin obstrucciones —dijo con tono profesional. Sin esperar respuesta, se inclinó y deslizó las manos hasta los botones de su camisa. Sus dedos se movieron con naturalidad, desabrochando uno a uno con demasiada facilidad, como si lo hubiera hecho antes. Observé en silencio desde mi lugar, manteniendo la expresión serena, pero sentí una punzada de incomodidad al verla moverse con tanta familiaridad. Bruno, como siempre, no reaccionó. Se dejó hacer, relajado en su asiento, como si el gesto no significara nada. Cuando la doctora deslizó la tela por sus hombros, sus dedos rozaron su piel con un toque aparentemente casual. —Voy a quitarte el vendaje. ¿Intentaste hacer algo tú mismo? —No —respondió él. —Menos mal. ¿Quién te hizo el primer vendaje? —Mi mujer. Noté el leve parpadeo de la mujer, como si no hubiera esperado esa información. Pero se recompuso rápido y volvió a concentrarse en la herida. —Está un poco inflamada, pero limpia. ¿Has dormido? —Lo suficiente —respondió él con su característico tono seco. —Sabes que el descanso es importante. —Le di un calmante, pudo dormir algo —intervine, sin poder evitarlo. La doctora se tensó levemente antes de sacar un frasco con desinfectante y empezar a limpiar la herida con precisión. Sus dedos se deslizaron sobre su piel de forma profesional, pero también con una cercanía que no me gustó. Ella le mostró el frasco a Bruno antes de inyectarle algo. —Necesito que descanses el brazo, que no lo fuerces para que sane rápido. Me acerqué, dejando a Bombón en el suelo y me apoyé en la mesa con aire casual. —¿Y qué más recomiendas? ¿Que se quede en cama? Ella me miró con paciencia forzada. —Dije que necesita descanso. —Muy bien —respondí con calma—. Me aseguraré de que lo tenga. La doctora pareció dudar un segundo antes de dirigirse a Bruno otra vez, ignorándome por completo. —Quiero verte en tres días para revisar cómo va la recuperación. Antes de que él pudiera responder, yo lo hice. —No será necesario. Su mandíbula se tensó, claramente irritada de que interrumpiera. Hizo el intento de abrir la boca como si fuera a contradecirme. Bruno sonrió de lado, disfrutando la situación. —Mi mujer ha hablado —soltó sin más. La sorpresa en el rostro de la doctora fue sutil, pero la vi. Como si le costara procesar que alguien más tuviera control sobre Bruno Delacroix. Cerró su maletín con movimientos medidos. —Bien. Pero si sienten fiebre o demasiado dolor —añadió ahora incluyéndome—, no duden en llamarme. Bruno no respondió. Ella se levantó y se dirigió a la puerta, la seguí, pero antes de salir, me miró una última vez. —Cuídalo bien. No es fácil —su tono había cambiado. Sonreí con una dulzura que no llegaba a mis ojos. —No te preocupes —dije—. Si lo considero lo haré. —Bruno es un paciente muy complicado y delicado, sería bueno que le hiciera otra visita… Me quedaría más tranquila si lo cuido de… —Tranquila, yo sé cuidar a mi hombre —la interrumpí. Ella sostuvo mi mirada por un segundo, antes de asentir e irse.






