Ruinas y Límites

Víctor

El casino Imperio era un desastre. Un maldito caos.

Las luces intermitentes de las patrullas y ambulancias teñían los escombros con destellos azules y rojos, reflejándose en los charcos de agua que los bomberos habían dejado atrás al extinguir las llamas. El olor a humo y pólvora aún flotaba en el aire, mezclándose con el hedor a sangre y metal caliente.

Las bajas eran devastadoras. Treinta y nueve de nuestros hombres muertos. Cuarenta vidas que se habían esfumado en medio de la reyerta. Cinco civiles fallecidos. Tres mujeres rescatadas con vida, aunque quién sabe en qué estado. Aparte de los que si pudieron salir bien.

Los Lobos de Hierro habían vuelto a ganar.

Apreté la mandíbula y avancé entre los restos de lo que una vez fue el casino más impenetrable de la ciudad. No quedaba mucho en pie. Pedazos de techo colgaban peligrosamente, cristales rotos cubrían el suelo, y el mármol antes impecable ahora estaba resquebrajado, cubierto de sangre y ceniza.

Llevaba la linterna en la mano, barriendo el área precintada con el haz de luz. Buscando rastros. Buscando respuestas.

Estaba enojado, y adolorido por el pie que cojeaba cuando una mesa me cayó de lleno.

Sabíamos que este operativo no iba a ser fácil, pero eso no justificaba la derrota. ¿Qué demonios estábamos haciendo mal? La FIAC no era cualquier fuerza especial. Se suponía que éramos la mejor élite contra el crimen organizado, la unidad con más recursos y entrenamiento del país.

Y, sin embargo, cada vez que nos enfrentábamos a los Lobos de Hierro, solo nos quedaban muerte, rabia y frustración.

Mis botas chapotearon en un charco mientras iluminaba un sector derrumbado. Trozos de madera carbonizada y metal doblado bloqueaban parte del pasillo. Y entonces la vi.

Un cuerpo. Una mujer.

Estaba tendida de lado, semienterrada bajo una viga caída, con la ropa cubierta de polvo y sangre. Pero se movía.

Estaba viva.

Guardé la linterna en mi cinturón y me acerqué de inmediato, inclinándome sobre ella. Apoyé dos dedos en su cuello, buscando su pulso. Lento, pero estable.

Sus párpados se entreabrieron apenas, revelando unos ojos oscuros, vidriosos por el dolor.

—¿Me escuchas? —pregunté con firmeza.

Ella parpadeó un par de veces antes de asentir débilmente.

—S-Sí…

—¿Cuál es tu nombre?

Tardó un momento en responder, como si tuviera que recordar cómo se llamaba.

—Brenda…

Observé su uniforme rasgado y supe de inmediato que trabajaba aquí.

—Brenda, quédate conmigo. Vamos a sacarte de aquí. —Me giré y grité a los paramédicos—. ¡Necesito asistencia, ahora!

Uno de los rescatistas corrió hasta nosotros, seguido por dos agentes de la FIAC.

—Está atrapada —les informé—. Necesitamos mover la viga con cuidado.

Dos hombres se posicionaron y comenzaron a levantar el peso con una palanca de metal. Brenda dejó escapar un gemido de dolor cuando la presión en su pierna cedió de golpe. Pero estaba libre.

Los paramédicos la estabilizaron rápidamente, colocándole un collarín y revisando sus heridas. Yo me quedé a su lado, observándola mientras intentaban subirla a la camilla. Tenía una pierna mallugada a un punto preocupante, pero la movía.

—Brenda —llamé, captando su atención—. ¿Trabajas aquí?

Ella asintió débilmente.

—Sí…

—Voy a hacerte algunas preguntas antes de que te lleven —dije, inclinándome un poco más hacia ella.

La noté tensa de inmediato.

—¿Conoces a Bruno Delacroix?

El silencio cayó entre nosotros como una losa de concreto.

Brenda no respondió enseguida. Su respiración era irregular, pero no estaba inconsciente. Estaba dudando.

Pensando en qué responder.

Finalmente, su voz salió baja, casi temerosa.

—H-He escuchado hablar de él…

No me lo creí. No del todo.

—¿Solo has oído hablar de él? —insistí, mi tono afilado como una cuchilla—. ¿Nunca lo has visto aquí dentro?

Brenda apretó los labios. Se veía débil, pero no lo suficiente como para no entender lo que le estaba preguntando. Miró mi uniforme, justo en el bordillo izquierdo y parecía leer las iniciales que relucían.

—No… no que yo recuerde…

Sabía reconocer la duda en la gente, la forma en que esquivaban las palabras para no decir lo que realmente sabían. Estaba protegiéndolo.

Pero, ¿por qué?

Estuve a punto de presionarla más, de hacerle otra pregunta, cuando uno de los paramédicos se interpuso.

—Señor, tenemos que llevarla al hospital. Ya no puede seguir interrogándola aquí.

Maldije internamente, pero me aparté.

No importaba.

Brenda sabía algo. Y tarde o temprano, lo descubriríamos.

La vi desaparecer en la ambulancia con el sonido de la sirena alejándose en la noche.

—Quiero una patrulla con ella, que la escolten y cuando esté estable la interrogaremos.

Dos subieron a un coche y siguieron a la ambulancia.

Me quedé allí, entre los escombros, con el fuego extinguido pero el calor del fracaso aún quemándome por dentro.

Bruno Delacroix nos había vuelto a ganar.

Pero no por mucho tiempo.

El sonido de las ambulancias comenzaba a menguar, pero la escena seguía siendo un caos. Los cuerpos de los muertos estaban siendo retirados, y los sobrevivientes eran catalogados uno por uno. Algunos eran empleados del casino, otros simples clientes que tuvieron la mala suerte de estar en el lugar equivocado.

Pero entre ellos, había unos cuantos que no eran solo víctimas.

Caminé hacia la zona donde los interrogatorios iniciales estaban llevándose a cabo. Un grupo de hombres y mujeres, algunos con vendajes improvisados, otros con miradas nerviosas, estaban sentados en fila bajo la vigilancia de nuestros agentes.

—Dígame que tenemos algo —solté acercándome a Génesis quien me sustituiría cuando me jubile.

Ella negó con la cabeza. Moviendo los dedos por la Tablet que iluminaba su rostro.

—Las cámaras de seguridad fueron anuladas antes de que llegáramos. No logramos recuperar ninguna grabación útil.

M****a.

Pateé un pedazo de escombro con frustración. Era obvio que Delacroix no nos dejaría pruebas fáciles, pero aun así esperaba alguna grieta en su planificación.

—¿Ni siquiera las externas? —insistí.

—El incendio destruyó varias, y otras fueron hackeadas. Lo único que quedó en pie es material irrelevante de antes del ataque.

Golpe bajo. De nuevo, nos quedábamos a ciegas.

Respiré hondo y crucé los brazos. Pero Génesis no había terminado.

—Creo que debimos planificar mejor antes de llevarnos completamente por la esposa de Calvin Monteverde.

Génesis tenía razón pero, el hambre de pescar a un pez gordo era tanta que… no voy a decir lo que pienso.

—Antes de pedir ser testigo protegido, lo único que repetía una y otra vez era… que Bruno Delacroix es malo.

Si es cierto. Nada más.

Fruncí el ceño.

—Por más que la interrogábamos solo repetía que es malo. Una y otra vez. Que no se acordaba de nada más, que estaba nerviosa y que es malo.

Las pruebas que entregó eran buenas, pero no lo era todo, había demasiados baches en la historia que no entendíamos.

—Vamos a retirarnos —dije—. Que precinten la zona, que este casino no se volverá abrir.

Génesis asintió.

De Calvin Monteverde no teníamos la gran cosa. Se lo ha tragado la tierra.

Rafa estaba desaparecido.

De Thor, ese era una maldita leyenda, no se deja ver, al punto que dudo que sea real.

Y Bruno Delacroix, se ha ganado toda mi maldita rabia está noche. Es un maldito.

Los Castellón, de esos no tenemos nada concreto, pero si sospechas.

La entidad Lobos de Hierro. Le está haciendo honor a su maldito nombre y nosotros, de momento, vamos a enterrar a nuestros hombres, necesitamos un momento de paz, para llorar a los nuestros, aunque sea breve. Porqué juro que por la sangre de mis hombres no me quedo quieto.

Nos movimos desplegando la zona mientras caía el amanecer.

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