0.32

Cindy

¿Y si tenía familia?

La pregunta me golpeó sin previo aviso.

¿Y si había otra ardilla esperándola en algún rincón de aquel bosque? ¿Y si tenía crías escondidas en el tronco de algún árbol, esperándola para comer?

—No te quedes pensando, Señora Cindy. Dispara.

—Solo Cindy —susurré muy bajo.

Marco estaba a mi lado, apoyado en un codo sobre el suelo cubierto de hojas secas. Su tono era impaciente, pero no agresivo. Me había dicho que si no servía para esto, simplemente lo diría y acabaríamos con la farsa. No perdía tiempo con lo que no valía la pena.

Yo misma había insistido en esto. Quería aprender. Después de estar en el búnker rodeada de armas, sintiendo su peso, su presencia, su significado, había despertado algo en mí. No sabía qué era, si era solo curiosidad o una necesidad real, pero ahora estaba aquí.

Y no podía ni siquiera apretar el gatillo.

Mis músculos estaban tensos. Sentía el sudor en la base del cuello, pegándome algunos mechones de cabello suelto. Marco me observaba de reojo, con esa expresión que nunca podía descifrar del todo.

—No pienses. No es una persona, es un animal. Solo apunta y dispara.

La ardilla levantó la cabeza de repente, como si sintiera algo en el aire. No era el peligro, no era la muerte lo que la hacía detenerse.

Era mi indecisión.

La observé por la rendija de la mira, sintiendo una presión en el pecho que no podía controlar.

Y entonces, sin pensarlo mucho, deslicé un poco mi bota sobre las hojas secas.

El ruido no fue fuerte, pero sí lo suficiente.

La ardilla saltó, corriendo como un destello marrón entre la maleza, perdiéndose en los árboles antes de que pudiera hacer nada.

Apreté la mandíbula.

Marco exhaló con lentitud, como si contara hasta diez antes de hablar.

—¿Me estás tomando el pelo?

No le respondí. Aún tenía el arma firmemente sujeta entre mis manos, pero ya no tenía un objetivo.

Él se incorporó con calma, sentándose sobre el suelo con un movimiento calculado. No me miró de inmediato, solo pasó una mano por su mandíbula con una ligera sombra de irritación en su rostro.

—Tenías la maldita oportunidad.

—Lo sé.

—No fallaste porque no pudieras, sino porque no quisiste.

No era una pregunta. Era una afirmación.

Lo miré de reojo. La expresión en su rostro era severa, pero no con la dureza que solía usar cuando hablaba con los demás hombres de Bruno. No, esto era algo diferente.

—¿Quieres aprender o no?

—Sí.

Marco resopló, negando con la cabeza.

—Entonces hazlo en serio. No juegues. Porque la próxima vez no será una ardilla.

Sentí la amenaza implícita en sus palabras.

No porque él fuera a hacerme algo. Sino porque en este mundo, en la vida que ahora estaba viviendo, era cuestión de tiempo antes de que tuviera que apretar el gatillo. Y si no podía hacerlo con una ardilla, ¿qué pasaría cuando la mira estuviera apuntando a alguien que sí representara un peligro?

Bajé el arma con lentitud y la dejé sobre mi regazo. Marco me observó en silencio, y por primera vez noté algo en su mirada.

No era ira.

No era burla.

Era algo más. Algo más profundo.

Como si entendiera.

Como si, de alguna manera, viera más allá de mi fracaso en este ejercicio.

Se puso de pie, limpiándose las manos en el pantalón.

Me miró en silencio, con la mandíbula tensa, como si analizara mis palabras, como si estuviera decidiendo si creerme o no. Luego, con un leve movimiento de la cabeza, indicó:

—Ponte de pie.

Obedecí sin dudar, aunque mis piernas estaban un poco rígidas. Me sacudí la tierra de los pantalones y volví a sostener el arma con ambas manos, como me había enseñado.

Marco se acercó, demasiado.

Podía sentir su presencia detrás de mí antes siquiera de que hablara. Era un hombre grande, fuerte y con humor aburrido y poca paciencia. Cuando extendió los brazos, pasando los suyos alrededor de los míos para ajustar la posición del rifle, sentí su aliento en mi cabello, se había inclinado un poco.

—Esta vez no vas a fallar —susurró.

Su tono era más bajo, más contenido. No sonaba como una orden, sino como una certeza.

Mi respiración se volvió más corta cuando sentí sus manos en las mías.

—Apunta ahí.

Movió el cañón del rifle con suavidad hasta un punto entre las ramas. Mi ojo derecho se alineó con la mira y, entonces, la vi.

Un ave.

No era grande, pero su plumaje destacaba entre el marrón apagado del paisaje. Se movía con calma, picoteando la corteza de un árbol como si el mundo entero no existiera a su alrededor.

—Sujétalo firme, pero sin tensarte tanto. —Su voz estaba junto a mi oído, lo suficientemente cerca para hacerme tragar saliva.

Mi cuerpo se mantenía recto, estaba demasiado cerca y me estaba poniendo nerviosa. Su mano recorrió mi antebrazo, subiendo hasta mi hombro para bajarlo un poco. Luego, su pecho rozó mi espalda cuando acomodó mejor la culata del rifle contra mi clavícula.

—Relaja los hombros.

Lo intenté, pero con él tan cerca, me tenía nerviosa, no en el buen sentido. Era una incomodidad opresora.

Marco pareció notarlo, porque se alejó soltándome.

—Vas a tener que acostumbrarte a esto.

—A disparar, lo sé.

—No. —zanjó alejándose unos pasos—. A la presión. A la cercanía. A la sensación de que alguien puede estar justo detrás de ti, diciéndote qué hacer, esperando a que falles.

—Quiero volver.

Mi voz sonó firme, sin titubeos. Aun así, podía sentir el ligero temblor en mis manos, la tensión en mi respiración.

Marco no respondió de inmediato.

Lo sentí girarse un poco hacia mí, estudiándome con esos ojos fríos y calculadores.

—No hemos terminado.

—Es suficiente por hoy —protesté.

Él soltó una leve exhalación, como si intentara contenerse.

—Bru…

—Es una orden.

Vi cómo su mandíbula se tensaba por un breve segundo, como sino esperaba eso de mí.

No discutió.

No protestó.

Simplemente asintió con un leve movimiento de cabeza y se giró hacia la camioneta.

Apreté los labios y colgué el rifle en mi hombro antes de seguirlo.

El camino de regreso no era difícil. Solo unos pasos entre maleza y luego un sendero de tierra compacta que nos llevaba directo a la parte trasera de la mansión. En menos de diez minutos estaríamos de vuelta.

Subí a la camioneta sin decir nada, cerrando la puerta de golpe. Marco hizo lo mismo del otro lado, arrancando el motor con un movimiento rápido y eficiente.

Me sentía frustrada.

El vehículo se sacudió un poco cuando avanzamos por el terreno irregular.

El silencio se instaló entre nosotros.

Sabía que él estaba esperando a que hablara, a que dijera algo más. Pero no lo hice. Me limité a ver por la ventanilla, observando el paisaje pasar, sintiendo el peso de todo lo que acababa de ocurrir.

Apreté los labios con fuerza, tratando de ignorar la sensación punzante en mi pecho.

Había fallado.

No porque no pudiera.

Sino porque no quise.

El motor rugía suavemente mientras la camioneta avanzaba por el camino de tierra. Afuera, los árboles pasaban en una secuencia monótona, pero dentro del vehículo el ambiente estaba cargado.

Yo miraba por la ventana, fingiendo que no sentía la mirada de Marco de vez en cuando. No me había dicho nada desde que arrancó, pero sabía que no se iba a quedar callado por mucho tiempo.

Y no me equivoqué.

— No pienso permitir que seas igual de mala en las próximas clases de manejo.

Su voz fue cortante, firme, sin rodeos.

Giré la cabeza lentamente hacia él, entornando los ojos.

— ¿Perdón?

— Me escuchaste.

— Sí, pero parece que olvidaste que esto no es el ejército, yo te pedí que me enseñaras a disparar, lo hago por qué quiero hacerlo.

Él resopló, negando con la cabeza como si mi respuesta le resultara predecible.

—Se trata de que no sirves para esto y, si no aprendes, te vas a morir en cualquier situación real.

Fruncí el ceño, sintiendo cómo la irritación crecía dentro de mí. Teníamos 4 días entrenando, tres clases de manejos más o menos decentes y una de tiro al blanco hasta que le pedí que me enseñara en terreno real.

— No hace falta ser vidente para saber que, si no eres capaz de dispararle a una maldita ardilla, tampoco serás capaz de reaccionar si alguien te apunta a la cabeza.

Lo dijo sin alzar la voz, sin perder el control, pero cada palabra fue un golpe directo.

Apreté los labios, sintiendo el calor subiéndome a la cara.

— No me interesa ser una maldita asesina.

Marco soltó una risa corta, pero sin rastro de diversión.

— ¿Y crees que el mundo en el que estás ahora te va a dar esa opción?

Lo miré fijamente, con los dedos apretados sobre mis rodillas.

— Voy a aprender a manejar. Pero no voy a matar a alguien solo porque tú crees que debería hacerlo.

— Si llega el día en que dependas de eso, ni siquiera te va a dar tiempo de decidir. Solo vas a estar muerta.

—¡Entonces tenme paciencia!

Sus palabras hicieron que mi estómago se encogiera.

Apreté los puños, girando el rostro de nuevo hacia la ventana, pero sentí su mirada fija en mí.

—Más te vale dejar de hacer pucheros y tomarte esto en serio. Porque la próxima vez que te enseñe algo, no pienso aceptar otra maldita excusa.

Le lancé una mirada dura.

Llegamos y cerré la puerta al bajar del coche de un azote.

Marco me siguió dentro de la mansión, sus pasos pesados resonaban en el piso de madera.

Pero entonces, antes de que pudiera subir las escaleras, su voz me alcanzó:

— Tienes que aprender a controlar tu carácter.

Me detuve, pero no me giré.

— ¿Ah, sí? ¿Y tú crees que lo necesito?

Marco avanzó unos pasos más, lo suficiente para estar a mi espalda.

—Lo que necesitas es entender que perder la calma es lo que realmente te hace débil.

Resoplé, girándome bruscamente para enfrentarlo.

—¿Perder la calma?, te parece poco que solo estallara ahora, en las clases de conducción no dejaste de gritarme.

—Por que lo hacías mal. Puedes aprender a disparar, a pelear, a manejar como una experta, pero si no puedes controlar tu propia mente, nada de eso servirá para una m****a.

Apreté los labios, pero él no había terminado.

— ¿Sabes qué es lo que hace grandes a las personas en este mundo? No es la fuerza. No es el poder. Es la capacidad de mantenerse frías cuando todo se está cayendo a pedazos. He visto grandes caer solo por su mala cabeza.

Mis dedos se crispaban contra mi propia piel.

—Crees que eres fuerte porque levantas la voz, porque discutes conmigo, porque quieres hacer todo a tu manera. Pero, ¿qué pasa cuando alguien realmente te ponga a prueba? ¿Cuándo alguien te provoque de verdad?

No respondí.

Marco inclinó un poco la cabeza, analizando cada reacción mía con esos ojos afilados que parecían atravesarlo todo.

—El primer escalón para controlarlo todo, es controlar la mente.

Su frase me golpeó más fuerte de lo que esperaba.

—¿Qué pasa? —salió Bruno del pasillo.

Marco esbozó una sonrisa sin humor.

—Primera clase de entrenamiento en resiliencia emocional, dada señor —respondió. Y mostró las llaves.

Bruno asintió y él se largó.

Hijo de…

Así que todo fue planeado…

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App