0.3

Cindy

Pegué un grito.

Frédéric estaba detrás de mí, con una cara interrogante y una ceja alzada, al girarme leí en su cara una clara pregunta: qué coño estaba haciendo yo aquí. Me enderecé de súbito, y lo miré a los ojos.

—Metete —ordenó con firmeza como si ya supiera lo que estaba haciendo.

Obedecí acompañada de sus ojos, hasta meterme al casino.

El bullicio del lugar parecía menos vibrante, como si mi percepción estuviera filtrada por una neblina espesa. Algunas chicas ya salían de la zona VIP, otras ya se estaban metiendo a los vestidores.

El turno ya había acabado. Rocío no tardaría en pasar por mi.

Caminé hacia la zona de vestidores. El resto de las chicas comenzaban a entrar, riéndose y hablando entre ellas, como parecían estar acostumbradas.

Me dirigí hacia la zona donde debía cambiarme. La habitación estaba llena; al menos diez chicas ya estaban allí, hablando animadamente. Brenda estaba entre ellas, su voz clara destacándose del resto.

Intenté mantenerme al margen, deslizarme al banco más alejado y concentrarme en quitarme los zapatos, esperando que nadie me prestara atención. Pero mi mente seguía atrapada en lo ocurrido en el callejón.

Mientras desabrochaba los tacones del uniforme, una conversación al otro lado de la sala comenzó a llamar mi atención.

—¿Viste al hombre de la mesa ocho? —comentó una de las chicas, con una risita pícara—. Estaba bien perro, con esos tatuajes... Yo me lo comía.

—¿El de la camisa negra? —respondió otra rápidamente—. Dios mío, sí. ¿Y viste cómo se acomodaba la corbata? Lo hacía como si supiera que todas lo estábamos mirando.

—Claro que lo sabía —dijo la primera—. ¿Cómo no va a saberlo con ese cuerpo? Es que yo no me lo pensaba dos veces.

Las risas se alzaron en la sala mientras seguían hablando de los clientes, describiendo a algunos con más detalles de los que seguramente les gustaría saber.

—¿Y qué me dices del jefe? Delacroix —soltó una de las chicas, con un tono que denotaba más descaro que las anteriores—. Está buenísimo. Yo me lo tiraba.

—Te juro que es mi fantasía ese hombre —respondió otra con una carcajada—. Cada vez que lo veo pienso en lo mismo: "Un día de estos, papi, un día de estos".

Mi estómago se contrajo. Intenté concentrarme en mi propio espacio, en el acto mecánico de quitarme los zapatos y desabrocharme el uniforme.

La conversación me incomodaba, pero no podía culparlas, yo estaba igual que ellas, babeando cada vez que lo veía. Deseando que me estampe contra la pared y me follara ahí mismo.

Pero escucharlas hablar de él me incomodaba. Como si estuvieran cruzando una línea invisible que no debería importarme... pero lo hacía.

—Bruno Delacroix, es otro nivel chicas. No me importaría que me follara aunque sea una vez —dijo otra que apenas había hablado.

Sentí una mirada fija sobre mí, y cuando levanté la vista, encontré a Brenda observándome desde el otro lado de la sala. Su expresión era extraña, como si estuviera a punto de explotar por algo que había estado reteniendo.

—Todas deseamos terminar en su cama. No hay a quien no le moje las bragas —soltó Brenda de repente, sin ninguna advertencia.

El comentario retumbó en el aire, haciendo que varias de las chicas se rieran o hicieran gestos de aprobación. Pero no fue eso lo que me perturbó. Fueron sus ojos, que se posaron directamente en los míos al final de la frase. Era como si me estuviera acusando de algo, o peor aún, desafiándome a responder.

Intenté mantener la compostura, pero la tensión creció en la sala. Algunas de las chicas no parecieron notar nada, pero Dayana y otra más sí lo hicieron. Sus miradas alternaban entre Brenda y yo, como si intentaran descifrar un código secreto que no estaban seguras de entender del todo.

Me limité a seguir quitándome el uniforme, fingiendo que no había escuchado nada. Pero el aire se sentía más pesado, y mi corazón comenzó a latir más rápido. Sabía que Brenda estaba buscando algo con ese comentario, algo que yo no estaba dispuesta a darle. Pero también sabía que el silencio podía ser tan revelador como cualquier palabra.

Finalmente, Dayana se inclinó hacia Brenda con una sonrisa cargada de malicia.

—¿Qué pasa, Brenda? —indagó.

Un murmullo divertido recorrió el vestidor, y sentí que todas las miradas, incluso las que no habían estado interesadas, ahora se centraban en mí.

—Nada, solo digo que... Bueno, algunas lo tienen más cerca que otras, ¿no? —respondió Brenda, dejando la frase flotando en el aire mientras apartaba los ojos.

No hubo risas, ni comentarios por un instante, las chicas aunque parecían dialogar con Brenda animadamente, se notaba que le guardaban un sublime respeto.

Me giré hacia mi casillero, dándoles la espalda y concentrándome en cambiarme lo más rápido posible.

—¿Estás así porqué te mandaron una semana a los baños? Brenda —intervino otra chica, probablemente viendo que la situación estaba por volverse incómoda.

Arqueé una ceja.

No sé qué ocurrió porque estaba de espalda. Pero nadie más se atrevió a volver hablar.

Hubo un silencio súbito por casi un minuto.

Finalmente, escuché como se cerró un casillero con un golpe seco. Me giré y vi como Brenda se alejaba, furiosa, todas las miradas siguiéndola mientras abandonaba el vestidor.

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