Cindy
Mi piel estaba demasiado electrificada, mis sentidos colapsando bajo el peso de la presencia de Bruno. Él caminaba un paso por delante, y cada movimiento suyo parecía diseñado para arrastrarme más profundo en ese abismo de deseo que me quemaba. Sus hombros, anchos y tensos bajo la chaqueta de cuero, se movían con una cadencia que hipnotizaba, como si supiera que cada paso suyo dictaba el ritmo de mi respiración. Me sentía absurda, como si mi cuerpo dejara de ser mío cuando estaba cerca de él. Pensé que íbamos hacia la zona VIP, pero de pronto giró en dirección opuesta, hacia la puerta trasera del club. La misma que daba al callejón donde llegaban las mercancías. Mi corazón latió más fuerte, una mezcla de nervios y curiosidad. Al salir, el aire nocturno me golpeó, y la primera cosa que noté fue a los hombres. Siete en total, con uniformes negros que hablaban de formalidad y peligro. Algunos llevaban armas visibles en los cinturones. Bruno siguió caminando hacia un coche negro estacionado al final del callejón. Dudé. Algo me decía que esto no era simplemente una charla casual, pero al mismo tiempo... ¿acaso no había sido yo quien se había lanzado al juego? Intenté convencerme de que podía manejarlo, que sabía lo que hacía, pero mi estómago se retorcía, y al recordar a Rocío a quien ni siquiera había avisado, frené las ganas de seguirlo. Cuando me acerqué al coche, me detuve a unos pasos de él. —Esta noche no puedo ir contigo — dije, intentando sonar firme, aunque mi voz no me obedecía del todo. Él se giró lentamente, apoyando una mano en la puerta del coche. Me miró, su boca dibujando una leve sonrisa cargada de algo que no podía describir, pero que sabía que me destruiría. —Vamos a hablar dentro del coche. Había una insinuación en sus palabras, una promesa apenas velada que me atravesó como un rayo. Mi piel se encendió al instante, y mi mente, traicionera, imaginó todo lo que podía significar ese "hablar". Mi cuerpo respondió antes de que pudiera controlarlo, una calidez ardiente creciendo desde mi centro, mientras luchaba por mantener la compostura. Tragué saliva, tratando de interpretar si realmente se refería a eso o si solo estaba proyectando mis propias ganas. Mis ojos se desviaron hacia los hombres, aún de pie cerca del callejón, y el calor que sentía comenzó a mezclarse con vergüenza. ¿Y si podían ver algo? Al llegar a su altura, me paré frente a él, sintiéndome pequeña bajo su imponente presencia. El silencio entre nosotros se hizo pesado, cargado de algo que me hacía tambalear. Aproveché para tantear terreno, esperando distraerme del deseo que se apoderaba de mí. —Cuando me preguntaste qué estaba pasando en el almacén con Gabriel... ¿a qué te referías? Lo dije en voz baja, casi temiendo su respuesta. Una parte de mí quería que fuera sobre el trabajo; otra, mucho más atrevida, deseaba que se refiriera al mechón de pelo que Gabriel me había colocado detrás de la oreja. Bruno alzó una ceja, sus ojos recorriéndome lentamente, como si pudiera leer cada pensamiento que me atrevía a ocultar. No dijo nada al principio. Solo avanzó un paso, atrapándome entre su cuerpo y el coche. El metal frío chocó contra mi espalda, mientras el calor de su pecho irradiaba hacia mí. Sus manos, grandes y fuertes, se apoyaron en el auto a ambos lados de mi cuerpo. Estaba atrapada, completamente a su merced, y no quería salir. —Ayer te dejé claro que eres mía —murmuró, su voz ronca y baja, tan cerca que sentí su aliento acariciar mi cuello. Su mirada se oscureció, y algo cambió en su postura. Una mano dejó el coche, bajando lentamente hasta mi cadera. Su tacto quemaba incluso a través de la tela, y mi cuerpo se tensó al instante. Bruno me miró, evaluándome, y luego inclinó su cabeza hacia la mía. No me besó. Se quedó a milímetros, apenas rozando sus labios contra mi piel, como si supiera que la anticipación era suficiente para destruirme. Mis bragas estaban húmedas. Su mano subió por mi costado, lenta, deliberada, y me aferró con una firmeza que no me dejaba dudas sobre lo que deseaba. Eso bastó para que quisiera que me arrancara la ropa, ahí mismo, sin importarme nada. La vergüenza pasó a un segundo plano, no importaba si podían vernos si estaba fuera del coche o si me tomaba aquí mismo. —He sido el primero y me aseguraré de ser el último —murmuró nuevamente, esta vez con un tono más oscuro, más peligroso. Mi respiración era errática, y no pude contestar. La proximidad, su olor, el peso de su cuerpo contra el mío, todo era demasiado. Solo quería que cerrara el espacio entre nosotros y terminara de derrumbar las barreras que quedaban. Deseé su boca, necesitaba que me besara ¡Ya!, esos malditos labios que me hacían perder el control. Justo cuando sus labios casi rozaron los míos, un sonido rompió en el aire: —Bruno. Una voz masculina, firme, sonó desde el reloj que llevaba en la muñeca. Él se congeló, su mandíbula apretándose con frustración, pero no se apartó de inmediato. —¿Qué? —contestó tocando el reloj con un tono frío, era como si no quisiera responder pero debiera hacerlo. —Se le ha cedido el paso a los hombres de Monteverde —anunció la voz del otro lado—. Traen el barril de Bourbon que habían quedado. Una camioneta nos iluminó cegándonos con las luces mientras se estacionaba. Se apartó, y yo inhalé profundamente. Antes de apartarse de lleno, me miró dándome una orden con la cabeza de que me metiera al casino. Me aparté sin quitar la vista del todo de la furgoneta a la que se acercaba, habían bajado cuatros tipos que lucían peligrosos y hablaban con él. En la entrada al callejón el cual era corto, donde ya no se me veía del todo me detuve. Me incliné y asomé la cabeza, curioseando. Ni idea de lo que decían, pero la conversación parecía hostil. Uno de los tipos se dio la vuelta a la furgoneta y abrió la parte de atrás. Desde donde estaba no veía lo que hacían con exactitud, pero descargaban algo entre dos. Vi un líquido salir de algún barril y empapar parte del pavimento. —¿Qué haces?