0.26

Bruno Delacroix

Justo cuando iba a responder, una risa cristalina rompió la atmósfera tensa del bunker. Mi mirada se dirigió hacia el origen del sonido. Cindy con dos de las chicas.

Thor también miró hacia ellas y dejó escapar una risa breve, cargada de sarcasmo.

Estaba con dos de las chicas encargadas de la logística, pero lo que realmente llamó mi atención fue el arco compuesto en sus manos. No cualquier arco. Era el arco personal de Thor.

El ceño de mi primo se frunció de inmediato. Su expresión pasó de la concentración al puro disgusto en cuestión de segundos.

—¿Qué demonios? —gruñó Thor, sus ojos clavados en Cindy mientras ella tensaba la cuerda del arco. Las chicas a su lado reían entre susurros, probablemente instruyéndola.

—¿Me estás diciendo que agarraron mi arco? ¡El mío! —Thor dejó caer el bolígrafo sobre el mapa y comenzó a caminar hacia ellas, sus pasos firmes, su mandíbula apretada.

—Déjala, Thor —dije, casi como una orden.

Thor giró la cabeza hacia mí, sus ojos brillando de incredulidad.

—¿Estás jodiendo, Bruno? Es mi arco. Nadie lo toca.

Sujeté su hombro poniendo una mano, dejando claro que no tenía intención de soltarlo.

—Lo que ella dañe, yo lo pago. No quiero que se me aburra.

Thor me miró fijamente, como si buscara alguna señal de que estaba bromeando. Pero no la encontró.

—¿No quieres que se te aburra? —repitió, como si estuviera saboreando las palabras. Luego, su mirada se movió de mí a Cindy, quien ahora intentaba alinear otro disparo, con una seriedad concentrada, que contrastaba con el ambiente que nos rodeaba. Las dos chicas a su lado la miraban con cierta admiración.

Thor negó con la cabeza, una expresión de burla extendiéndose por su rostro.

—Estás bien puto enamorado, cabrón —soltó, carcajeándose.

Lo ignoré. No me interesaba confirmar ni negar nada, mucho menos con Thor. En lugar de responder, simplemente quité mi mano de su hombro.

—Si me raya ese arco —comenzó, luego me miró—. Viene de Japón…

—Ponlo en mi cuenta —respondí sin voltear, con un tono que cerraba cualquier cuestión. Sabía que no se trataba de dinero, sino de respeto.

El teléfono alámbrico instalado en una mesa del otro lado lo hizo alejarse.

—La cosa sigue como hemos hablado Delacroix —dijo dando pasos hacia atrás yendo hacia la llamada—. Luego te llamo y ya sabes.

Asentí, mirando el reloj de muñeca. Tenía que irme a Italia habíamos tardado mas de lo esperado y en una horas estaríamos en la madrugada del domingo.

Me acerqué al grupo justo cuando Cindy disparaba otra flecha, esta vez más cerca del centro de la diana. Levantó los brazos en señal de triunfo, dejando escapar una risa que parecía iluminar el espacio lúgubre del bunker.

—¡Eso fue mucho mejor! —exclamó una de las chicas, dándole un suave empujón amistoso en el hombro.

Cindy sonrió de oreja a oreja, con un entusiasmo que parecía completamente fuera de lugar en ese entorno. Cuando me vio acercarme, su expresión cambió levemente. No se borró la sonrisa, pero algo en su postura se tensó.

—¿Te estás divirtiendo? —pregunté, mi tono neutral, aunque con un toque de ironía.

—Mucho —respondió Cindy, alzando el arco con ambas manos, como si estuviera mostrando un juguete.

—Thor es territorial con sus cosas —dije, echando un vistazo al arco.

Cindy levantó una ceja, claramente sorprendida.

—¿De verdad? —preguntó, como si esperara que me retractara en cualquier momento.

—De verdad —confirmé, mi voz firme.

Ella me estudió por un momento, antes de soltar el arco como si le quemara.

—No sabía.

—No importa, ven que nos vamos.

—¿Tan pronto? —preguntó con cierta decepción.

Lena una morena, que estaba con ella se dirigió a mí con una mezcla de nerviosismo y osadía.

—¿Cuándo la vuelves a traer? —preguntó, mirándome de reojo mientras intentaba no parecer demasiado atrevida.

Arqueé una ceja, estudiándola en silencio por un momento. No le respondí.

—Despídete y camina.

Cindy frunció un poco el ceño, pero enseguida sonrió, les hizo un gesto con la mano antes de irse a mí lado.

Sin decir más, comencé a caminar hacia la salida del bunker. Cindy me siguió de cerca, pero apenas habíamos avanzado unos pasos cuando soltó una queja.

—¿Tardamos todo ese tiempo en llegar hasta aquí para irnos tan rápido?

—Sí —respondí sin mirarla, manteniendo mi ritmo constante—. Tenemos que irnos. Antes de tomar el vuelo a Estados Unidos, hay algo que olvidé.

—¿Qué cosa? —preguntó, intentando mantenerse a mi lado.

—El bautizo de mi sobrino es en menos de dieciséis horas.

Cindy dejó escapar un suspiro, visiblemente frustrada cuando salimos del ascensor.

—No me digas que tenemos que atravesar todo este laberinto otra vez —protestó, mirando las interminables curvas y pasillos frente a nosotros.

Me detuve en seco y me giré hacia ella. Antes de que pudiera decir algo más, la tomé por la cintura y la cargué de frente, levantándola con facilidad, ella acomodó su vestido y enroscó sus piernas alrededor de mi cintura, rodeándome el cuello con los brazos para no caerse.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó, mirando mi rostro con los ojos muy abiertos.

—Acelerando las cosas. No quiero que te quejes todo el camino —respondí con calma, ajustándola ligeramente en mis brazos para que estuviera más cómoda.

Por unos segundos, ella pareció demasiado aturdida para hablar.

—Si sigues tratándome así me vas a mal acostumbrar —susurró.

No respondí, mantuve mi mirada fija en el pasillo delante de nosotros mientras avanzaba con pasos firmes. Su ligereza en mis brazos no era un problema; estaba acostumbrado a cargar cosas mucho más pesadas.

Después de un rato donde ya casi salíamos de la fortaleza la escuché hablar:

—Hueles rico —dijo de pronto, su voz más suave, casi como si estuviera pensando en voz alta.

Eso captó mi atención. Puse la mirada en ella, arqueando ligeramente una ceja.

—¿Ah, sí?

—Sí —respondió, girando un poco la cabeza para mirarme directamente, con una leve sonrisa en sus labios—. Hueles a hombre sexi… y peligroso.

No pude evitar que la comisura de mis labios se levantara apenas un poco.

—¿Hombre sexi y peligroso? ¿Esa es una nueva fragancia?

Ella río suave casi inaudible mientras asentía con la cabeza y adentraba su nariz más a mi cuello, luego dejó varios besos suaves, seguido de sus labios paseándose por mi oreja.

—No hagas eso.

—¿Por qué? —río traviesa.

—Porque no puedo detenerme a follarte aquí.

—Qué te lo impide —soltó.

Ahora el que río fui yo.

La sacudí propinándole una nalgada como respuesta que la hizo reír.

Había recibido un mensaje de Ivette diciendo que me intentaba contactar desde el día anterior para recordarme el bautizo. Había un montón de llamadas y de súplicas de que “por favor” no faltara, que si el bautizo se había retardado tanto, era porque yo no podía asistir nunca y que ahora que había dado el visto bueno que no le fallara, también decía que mamá quería verme, y un montón de instrucciones más.

Puse el teléfono en modo avión, algo que muy pocas veces me permitía hacer, pero parte del camino del viaje lo había pasado resolviendo asuntos personales y ahora quería dedicarle tiempo a Cindy, ella me contaba lo que había aprendido en el búnker, no dejaba de hablar y yo la miraba prestándole toda mi atención. Ella parecía contenta de que mi atención fuera solo para ella y creo que el viaje de camino a Italia se hizo muchísimo más rápido. Cuatro horas tardamos entre el vuelo y llegar al hotel.

Eran pasadas las dos de la madrugada cuando entramos al hotel.

Mis hombres ya estaban allí, atentos como siempre. Me acerqué al gerente del hotel, un hombre elegante pero con un aire nervioso en cuanto se dio cuenta de quién era.

—Quiero la planta superior completamente vacía. Que no haya ruidos.

El hombre parpadeó un par de veces, asintiendo rápidamente.

—Por supuesto, señor. Nos encargaremos de ello de inmediato.

Cindy me miró de reojo mientras yo hablaba, pero no dijo nada.

Subimos al ascensor escoltados por dos de mis hombres, quienes revisaban cada rincón como si fuera necesario.

Cuando llegamos a la suite principal, la puerta ya estaba abierta y dos de mis hombres estaban en la entrada, revisando una última vez antes de dejar que entráramos. La suite era inmensa, con ventanales que daban a la ciudad y muebles de lujo que probablemente costaban más que un año entero de la vida promedio de muchas personas. Cindy se quedó de pie en el centro de la sala, mirando todo como si no supiera por dónde empezar.

—¿Esto es solo para nosotros? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.

—Solo para nosotros —respondí, quitándome la chaqueta y dejándola en el respaldo de una silla.

Ella echó un vistazo rápido a todo antes de acercarse a la cama, yo la seguí. Cuando se giró para mirarme la atraje de la nuca con un gesto autoritario aunque no fue brusco. Estampé mis labios sobre los suyos como si fuera una necesidad. Me siguió el beso, había aprendido a seguir mi ritmo desesperado cuando la besaba así, aunque ella parecía querer llevar uno más lento.

Sujeté la curva de su espalda pegándola mas a mí, ella se arqueaba de vez en cuando haciendo que el movimiento pareciera una danza sensual cuando ella se apartaba y yo la atraía.

Me giré un poco haciendo que quedara de espalda a la cama y me incliné con la clara intensión de que fuera cayendo sobre su cuerpo.

Se fue dejando caer hacia atrás hasta sentarse, sin romper el beso comencé a maniobrar para quitar mi camisa.

Entonces se alejó con sutileza poniendo un dedo en medio de mis labios mirándolos con deseo, luego su mirada subió a la mía.

—Antes de que pongas esos labios en lugares que no están limpios, quiero una ducha —susurró suave.

Se arrastró en la cama hacia atrás con una mirada traviesa y yo me incorporé sin dejar de mirarla.

Caminó hacia la puerta semi abierta del baño y se detuvo de espalda dejando que su vestido cayera a sus pies en un gesto lento.

Giró la cabeza mirándome por encima del hombro con una mirada tan ardiente que me aceleró el pulso y me levantó la polla.

«Cómo demonios hace para volverme así de loco».

—A menos que quieras hacérmelo aquí.

Se metió al baño.

Sin dudarlo.

La seguí.

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