Devoción Salvaje

Bruno Delacroix

Paseé la vista por la zona VIP. La tensión de los últimos días, me tenían tenso. Thor estaba caliente, mis hombres estaban revueltos y, todos andábamos alerta ante la mirada de la FIAC después de lo que ocurrió en la boda de los Castellón.

Miré fijamente a la puerta de la zona VIP, esperando.

Después de la escena en mi casa con Cindy habían pasado más de tres días.

Cada maldito día habían venido con las ganas de verla y… Frédéric me recibió con la maldita noticia de aquella amonestación.

Estaba cabreado y con ganas de matar a Gabriel, me enervaba y no podía controlarlo. Yo era un hombre muy metódico, nada impulsivo que sabía manejar mis emociones, y que no actuaba deliberadamente como un crío frente a un arrebato. Pero ella estaba poniéndome a prueba.

Luego, Cindy no vino a trabajar. Rocío le dijo a Frédéric que había pillado varicela.

Bufé por lo bajo y bebí un trago de bourbon que tenía servido.

La chiquilla no se había presentado y yo sabía que era mentira, que estaba mintiendo sobre la enfermedad y eso. Solo se había montado un rollo para no darme la cara. Y. Lo había conseguido hasta hoy.

La estaba esperando.

Cuando Cindy entró a la zona VIP, su presencia me golpeó antes que su mirada. Ese maldito aroma dulce y especiado que siempre se colaba en mi cabeza y se quedaba ahí días enteros. Cerró la puerta con un leve golpe.

Me miró tan desafiante. Lo hacía a propósito, lo sabía. Era su manera de recordarme que no podía tenerla bajo control del todo, aunque los dos supiéramos que no era cierto.

El lugar estaba vacío. Todo estaba cerrado. Había mandado a todos los empleados a casa, excepto a ella. Sabía que eso la enfadaría, y quizás por eso lo había hecho.

Y quería que me atendiera.

Se acercó como si mi presencia le quemara.

—¿Qué va a querer señor? —preguntó, con esa voz que podía ser tan cortante como seductora.

Estaba sentado en mi sillón, observándola desde mi posición privilegiada. Llevaba esa maldita falda que siempre me hacía perder el hilo de mis pensamientos. Y esos labios, los mismos con los que tenía días fantaseando.

—Ron —dije, detallándola con descaro.

Su postura cambió apenas un poco, un ligero movimiento de sus hombros hacia atrás, como si se preparara para el ataque.

Se dio la vuelta dejándome ver la forma sensual de sus piernas y su culo mientras caminaba hacia la barra.

Cuando volvió con la bebida en un intento por dejarla en el centro de mi mesa. Mi mano se cerró en un puño veloz antes de que pudiera alejarse.

—Quiero saber a qué diablos estás jugando —gruñí. Mi vista clavada en la suya.

—Estoy en mi horario de trabajo y creo que…

La senté en mis piernas en un solo gesto, interrumpiéndola.

—Déjate de formalidades y dime a qué coño juegas.

Estaba, completamente rígida, como si el contacto con mi cuerpo le quemara la piel. Pero sabía que no era solo incomodidad.

Había algo más en la manera en que evitaba mirarme directamente a los ojos, algo en la tensión de sus músculos contra los míos que me decía que ella no estaba tan indiferente como pretendía. Todo su cuerpo temblaba y sus pezones se habían marcado tras la tela.

—No sé de qué me hablas —dijo finalmente, su voz calmada, como si intentara mantener el control de la situación. Podía sentir la aceleración de su respiración.

Mi mano se deslizó lentamente hacia su cintura, mis dedos trazando un camino deliberadamente lento, sin dejar de sostener su mirada.

—¿No sabes? —murmuré, dejando que mi voz bajara, tornándose grave y envolvente—. Entonces tal vez debería refrescarte la memoria.

Ella tensó los labios en una fina línea, como si no estuviera segura de si debía desafiarme o simplemente ceder.

—Estás jugando —continué, inclinándome lo suficiente como para que mi aliento acariciara su mejilla—. Primero esa estúpida excusa de la varicela. ¿Realmente pensaste que iba a tragármela? Y luego apareces aquí como si nada hubiera pasado, actuando como si no me conocieras.

Cindy giró el rostro, rompiendo el contacto visual, pero no antes de que notara el leve temblor en su mandíbula.

—Estás delirando —dijo con una pequeña risa amarga, pero no podía ocultar el leve rubor que se extendía por sus mejillas.

—¿Delirando? —repetí, dejando escapar una carcajada baja y grave—. Puede ser, pero si lo estoy, es por tu culpa.

Mi otra mano subió para tomar su mentón y obligarla a mirarme. Sus ojos, claros y desafiantes, reflejaban una mezcla de furia y algo más profundo.

—No soy un hombre paciente, y tú lo sabes mejor que nadie —dije, dejando que cada palabra cayera con un peso que no podía ignorar—. Así que te lo voy a preguntar una última vez: ¿a qué estás jugando?

Ella se removió ligeramente en mis piernas, su cuerpo rozando el mío de una manera que me hizo apretar la mandíbula. Maldita sea, esta mujer me volvía loco. Yo ya tenía demasiado tiempo de abstinencia como para aguantarme más. Y sus pequeños movimientos me la estaban poniendo dura.

—No estoy jugando a nada, Bruno —dijo finalmente, su voz apenas un susurro.

—Tu jueguito con Gabriel —respondí sin rodeos, acercándome aún más—. Si lo veo cerca de ti lo mato.

Me miró de súbito atónita, me miraba como si no creyera que yo fuera capaz de hacer algo así. Quizás pensó que era una amenaza vacía. «No lo era».

Mi mano descendió por su espalda, deteniéndose justo donde comenzaba la curva de su cintura. Podía sentir su respiración entrecortada, el calor que emanaba de su cuerpo, y eso solo alimentaba mi deseo por ella.

Sus labios se entre abrieron como si quisieran hablar pero no dijeron nada. Yo los acaricié con mi dedo pulgar, lentamente, luego posee mis ojos fijos en los de ella e introduje el dedo en su boca.

Separó los labios permitiéndome disfrutar de aquello.

Ella estaba tan perdida como yo, lo supe cuando cerró los ojos inclinó la cabeza hacia atrás y comenzó a chupar mi dedo.

—Cindy... —susurré, dejando que su nombre se derritiera en mi lengua mientras mis dedos se aferraban un poco más fuerte a su cintura—. Dime que no lo sientes. Dime que no quieres esto tanto como yo.

Ella exhaló lentamente, y en ese instante supe que había ganado. Su mirada, ahora cargada de emoción, me decía todo lo que necesitaba saber.

—Bruno... —comenzó, pero no la dejé terminar.

Tomé su rostro entre mis manos y cerré la distancia entre nosotros, atrapando sus labios con los míos en un beso que fue todo menos suave. Era feroz, demandante, lleno de la pasión contenida que había estado acumulando desde la última vez que la toqué.

Cindy se tensó al principio, como si intentara resistirse, pero pronto se rindió, sus manos subiendo hasta enredarse en mi cabello mientras respondía a mi beso con la misma intensidad.

La levanté ligeramente para acomodarla mejor en mis piernas, profundizando el beso mientras mis manos exploraban las curvas de su cuerpo. Era mía en ese momento, completamente mía, y no pensaba soltarla.

La había estado deseando demasiado.

Deslicé mis labios desde su boca hasta su cuello, donde su piel era suave, vulnerable. La besé allí, despacio al principio, dejando que sintiera cada segundo de mi atención, hasta que sus manos se aferraron con fuerza a mis hombros, como si necesitara un punto de apoyo para no caer.

—Bruno. Esto no... —jadeó, pero no estaba segura de si me suplicaba que me detuviera o que continuara.

—Shhh —murmuré contra su piel, mordiendo suavemente el lugar donde el cuello se une con el hombro—. No te resistas. Lo quieres tanto como yo.

Mi lengua trazó el camino que acababa de morder, y un gemido ahogado escapó de sus labios. Esa pequeña rendición me alimentó. La levanté de mis piernas y la apoyé contra la pared más cercana, atrapándola entre mi cuerpo y el frío cristal que reflejaba las luces casi apagadas del lugar.

Ella trató de hablar, pero no le di la oportunidad. Volví a besarla, esta vez con más fuerza, atrapando su labio inferior entre mis dientes antes de soltarlo y devorar su boca como si mi vida dependiera de ello.

—¿Sabes cuánto tiempo llevo esperando esto? —gruñí, mis manos subiendo por sus muslos desnudos hasta que encontré el borde de esa maldita falda que tanto me atormentaba—. Dime, Cindy, ¿cuánto tiempo llevas jugando a provocarme?

—Ya no quiero —balbuceó, aunque su voz carecía de convicción.

—Mentira —respondí, deslizando mis dedos por debajo de la tela, acariciando su piel con un descaro que la hizo arquearse contra mí.

Mis labios dejaron los suyos para bajar por su cuello, mientras mis manos se ocupaban de levantar la falda hasta dejar expuestos esos muslos que tantas veces había deseado. Su cuerpo era un campo de batalla, y yo estaba ganando cada pulgada.

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