La marca en la piel de Mateo brillaba con un fulgor plateado bajo la luz de la luna que se filtraba por la ventana. Lía pasó sus dedos temblorosos sobre el símbolo, una espiral entrelazada con tres puntas que parecía latir con vida propia. El pequeño dormía plácidamente, ajeno al terror que invadía a su madre.
"Nuestro linaje es el principio y el fin."
Las palabras de su madre resonaron en su mente como un eco lejano, palabras que había pronunciado en su lecho de muerte, cuando Lía apenas tenía dieciséis años. En aquel momento no las entendió, las archivó como el delirio de una moribunda. Ahora, mientras observaba la marca en la piel de su hijo, esas palabras cobraban un significado aterrador.
—¿Desde cuándo tiene esa marca? —La voz de Kael la sobresaltó. No lo había escuchado entrar en la habitación.
Lía cubrió a Mateo con la manta antes de responder.
—Apareció hace tres lunas. Pensé que era una mancha de nacimiento que se había desarrollado tarde —mintió, incapaz de confesar que hab