El bosque se había convertido en un laberinto de sombras y susurros. La noche caía implacable mientras el aullido de los lobos rasgaba el aire, llamando a un pequeño que no respondía. Lía sentía que cada minuto que pasaba era como un cuchillo hundiéndose más profundo en su pecho. Sus manos temblaban incontrolablemente mientras recorría el perímetro norte junto a un grupo de betas.
—¡Elian! —gritaba hasta que su garganta ardía, pero solo el eco de su propia voz le respondía.
El viento helado le azotaba el rostro, mezclándose con las lágrimas que ya no podía contener. Cinco años protegiéndolos de todo, para que en un descuido... No, no podía permitirse pensar en lo peor.
A kilómetros de distancia, Kael avanzaba en forma de lobo, su pelaje negro como la noche confundiéndose con las sombras. Su olfato rastreaba cada partícula del aire, buscando el aroma inconfundible de su hijo. *Su hijo*. La palabra aún le resultaba extraña, poderosa, aterradora. Había pasado de no tener nada a tenerlo t