Dos días antes del bautizo, la Villa Lombardi se transformó. El aire, antes cargado de la tensión silenciosa de un campo de batalla, se llenó de un bullicio familiar que hacía eco en los pasillos de mármol. Había llegado la familia.
El primero en aparecer fue Charly. Bajó de una Range Rover negra con su mirada de halcón, siempre escaneando el terreno; pero su rostro se suavizó al abrazar a su hermana, seguido de Chiara y el pequeño Matteo.
—Alessa —murmuró con una voz ronca que delataba emociones contenidas—. La pequeña está preciosa. Nuestro padre estaría orgulloso de la mujer fuerte que eres.
—Gracias, te extrañé, hermanito.
Poco después, el sonido de otro auto anunció la llegada de Isabella y los niños: Marco, con una seriedad que superaba su edad; Fiorella, saltando de emoción y corriendo para ir a ver a Gabriela; y Alessandro, tratando de imitar la compostura de su padre.
Isabella se abalanzó sobre Alessa, envolviéndola en un abrazo que olía a jazmines y a hogar.
—Hola, hermosa,