La mañana del bautizo amaneció con un sol engañosamente brillante sobre Sicilia. La luz bañaba la Villa Lombardi, creando destellos en los cristales de las ventanas y acariciando los rosales perfumados. Dentro, el ambiente era un hervidero de actividad contenida y elegancia nerviosa.
Alessa, vestida con un impecable traje sastre color marfil, ajustaba el broche de perlas en el cuello mientras observaba a Idara colocar el último mechón de cabello de Gabriela. La pequeña llevaba un vestido de satén, encaje y brillantes. La parte superior, elaborada en un satén suave y luminoso, servía de base elegante y lujosa. Sobre él, un delicado encaje de guipur con un motivo de flores añadía una textura sofisticada. Las mangas, del mismo encaje, cortas y finas, le daban un toque encantador.
La falda era voluminosa y etérea gracias a múltiples capas de tul suave, que creaban una silueta clásica de cuento de hadas. En el borde, un recorte de encaje completaba la obra con sutil belleza.
—Está preciosa