La noche envolvía Santorini en tonos dorados y eléctricos. El bar se llamaba Ecliptica, un lugar escondido dentro de una terraza elevada con vista al mar, donde las luces danzaban con el ritmo de la música profunda y envolvente. El ambiente tenía un lujo relajado: sofás blancos tipo lounge, copas talladas, y un DJ que mezclaba ritmos griegos con soul de los 90.
Isabelle y Noah habían pedido cócteles distintos, pero terminaron intercambiándolos varias veces entre risas. Ella ya se había quitado los tacones; él, la chaqueta. Ambos suficientemente perdidos por los efectos de beber demasiado alcohol.
El aire olía a sal y perfume caro.
—¿Sabes? —dijo Isabelle mientras se acercaban a la zona reservada— me gusta este lugar. No parece del mundo real.
—No lo es —contestó Noah, con voz arrastrada por el alcohol—, es el tipo de sitio donde pasan cosas que no deberían contarse.
Ella rió. Una risa honesta y algo floja. El DJ cambió el ritmo, y una canción envolvente comenzó. Noah le ofr