Un mes después, esa certeza se transformaba en ceremonia.
Era el día de la boda.
Por órdenes estrictas de Camille —con el respaldo entusiasta de Lucie— James había tenido que dormir en la Mansión Moore la noche anterior. Él protestó, con su habitual sarcasmo elegante:
—¿De verdad creen que separarme de mi casa va a cambiar algo? Isabelle ya está embarazada. Hemos compartido la cama más veces que el número de invitados. Esto es teatro.
Lucie soltó una carcajada.
—Exactamente. Y el teatro necesita que el novio no vea a la novia antes del acto final.
Finalmente, entre bromas y miradas cómplices, James cedió. Pasó la noche con Noah, en la Mansión Moore, mientras Belvedere Hill se convertía en el centro de los preparativos.
Esa mañana, la casa estaba llena de movimiento. Leah y Alex corrían por los pasillos con sus pequeños estuches de terciopelo, emocionados por llevar los anillos. Linda los ayudaba a vestirse, mientras Camille y Lucie, ya listas con sus vestidos color lila